Dennis Lehane: Desapareció una noche (2). Pausas


Prefiero las novelas negras en que el autor inserta pausas y habla de asuntos ajenos a la investigación que da lugar a la historia narrada. Desde "El largo adiós" la novela negra tiene otros caminos, con este libro se mostró una vía para no hablar sólo de detectives, muertos y pistas. No me refiero sólo a la vida privada de los personajes protagonistas -en Alicia Giménez Bartlett se convierte en costumbrismo algo pesado, algo desenfocado, por ejemplo, la atención chirriante que les presta la autora a los avatares de la vida íntima de Petra y Garzón-, sino a lo que les define más allá de sus acciones: su miedos, sus pasiones no carnales, sus relaciones familiares. El detective sin esposa ni hijos, sin nadie a quien cuidar ni de quien preocuparse es algo superado, un arquetipo vencido y hueco. Lo han entendido muy bien Vázquez Montalbán, Nicolas Freeling, Michael Collins, Ruth Rendell. También me agradan esas paradas, esas pausas, en esta novela. Lehane detiene el ritmo y, como si cogiera una lupa de gran aumento, pone ante nosotros una prosa más sosegada, más adjetivada, e inserta meditaciones sobre los niños, los desaparecidos, los cambios de humor matinales, los atardeceres de otoño y la muerte, lo que se siente tras hacer el amor. Sin duda, estos remansos consiguen elevar el interés y el valor de la novela, ofrecen otro ritmo, ya digo, que Lehane domina a la perfección también y que invitan a la relectura y a la confrontación de opiniones, a la apertura al recuerdo, a imaginarnos otros. También esto puede lograrse leyendo novelas negras, amigos.


Lectura: Juan García Hortelano