La mitad de Óscar, de Manuel Martín Cuenca


Qué bien contada está la soledad en esta película. La soledad que duele, la soledad que pesa dentro, la soledad que amordaza, la soledad que mata. No hay banda sonora, porque la música callada la ponen los paisajes de Almería, sabiamente dispuestos en la escenas para que sean un personaje más, el más decisivo, el que le da sentido final a toda una historia que parte de los silencios para desembocar en un diálogo en el que se devela un secreto insalvable. El metraje es corto y hay algunos momentos en que se abusa del estatismo y los actores parecen marionetas con los hilos movidos a distancia por una mano demasiado severa. Pero sin duda se trata de una obra de alta calidad, perfecta para volver a ser vista pasados unos minutos después de la primera vez o acaso unos días, ya que con el argumento y el final conocidos se puede optar por una segunda visita que permita ahondar mejor, entender que no sobra ningún plano, ningún silencio, que la soledad perfecta de que se nos habla es humana, muy humana.