Si leemos esta novela sin prejucio alguno, con la mirada limpia, veremos que hasta la página 157 estamos leyendo a un gran escritor y una interesantísima historia en la que, con un trasfondo negro, se nos está contando la historia de un ex funcionario (ex espía también) que descubre que la mujer con la que vivía y su mejor amigo -ex espía al que captó y formó- le han estado engañando, y a partir de ahí recontruye los momentos vividos con ellos. La maestría de Le Carré estriba en contar una historia sentimental con tal grado de intensidad y sabiduría en la distribución de los elementos, tal seducción en la voz narradora, tal imbricación de presente y pasado (que se alternan con el uso del presente de indicativo o del pretérito imperfecto y seguidos, en párrafos sucesivos en ocasiones, aunque representando el presente lo más alejado en el tiempo y el pretérito lo más cercano, el momento en que se está haciendo, creando la novela) que el lector no pide más acción, no exige tiros ni cuchillos ni más pistolas (Hay una escena violenta y absolutamente necesaria en que el protagonista acaso mata a su amigo, pero no sabemos si es del todo cierto). Este Le Carré no es el de sus primeras novelas, no está atado al género y explora y modifica y amplía y saluda nuevos horizontes que gozosamente parten de la casa común y desembocan en el lugar que el reconocimiento pueda otorgarle más allá de todo tipo de etiquetas, libre y veraz, en cierto modo único y generador, tan necesario como lo fueron en su día Hammet o Chandler, pero también Faulkner o Hemingway.