Deudora de una manera de hacer muy hollywoodiense, tiene esta película, sin embargo, algunos valores y aciertos que sirven para destacarla y recomendarla, pues su acercamiento a la violencia mediante unos personajes que no son ángeles caídos ni matones justicieros, sino simplemente policías muy humanos vistos frontalmente, sin tapujos, sin mentiras ni mixtificaciones, no resulta falso, sino muy creíble y muy sincero, merced a un alejamiento absoluto del maniqueísmo y de una gratuita, forzada e imposible voluntad de identificación. Resulta incómodo seguir las peripecias de los sujetos protagonistas -como ocurría en la serie The Shield, de la que ha tomado también algunos elementos imprescindibles para la estructura y la exposición de las escenas más crudas- y más aún verlos en sus momentos de intimidad, con parejas que están a su lado pero en realidad muy, muy alejadas de unos hombres que nunca sabrán vivir sin placa y sin delincuentes a los que interrogar y amedrentar. Pero, como digo, rezuma sinceridad la historia, y eso -además de la excelente interpretación de Antonio de la Torre, una vez más, y de la notable participación de los secundarios- la eleva por encima de No habrá paz para los malvados, el otro logro reciente del cine negro español, que en realidad es mucho más hueca de lo que a primera vista parece y no cuenta con un argumento tan sólido ni con un deseo de verdad tan intenso y no orilla ni quiere los tópicos más arraigados y vanos de la serie negra. No, no es una obra maestra, pero está impecablemente realizada -algo nada fácil en nuestro país cuando hablamos de cine de género- y seguro que irá ganando con el tiempo hasta situarse en un lugar del que no caerá ya nunca.