Fui a la barra que ocupaba por entero la pared izquierda del bar. Las mesas a lo largo de la pared opuesta estaban ocupadas y la barra llena de bebedores de sábado a la noche: soldados y chillonas chicas negras que parecían demasiado jóvenes para estar allí, mujeres maduras de expresiones duras con permanentes, viejos recobrando la juventud por milésima vez, prostitutas de ojos de asfalto trabajando para ganarse la vida con trabajadores borrachos, algunos fugitivos de la parte alta de la ciudad ahogando un yo para que naciera otro. Un griego grandote dispensaba, al otro lado del mostrador, combustible, afrodisíacos, narcóticos, con una melancólica sonrisa permanente.