Santiago Roncagliolo: Abril rojo

   


   Hay en esta novela, ante todo, un personaje memorable, creado para perdurar: el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar. Tímido, casi ridículo en ocasiones al principio por culpa de su casi enfermizo apego a lo que dictan las leyes y sus procedimientos, Chacaltana evoluciona y va convirtiéndose en otro, menos inocente y nada monocorde, hasta ser un personaje de los que dejan huella. Y esto se debe no solo a que pasa a sentirse involucrado, a su asimilación de las cosas que ve, a dar el paso de ser un hombre de acción, sino a la gran pericia articulada sobre un fondo de verdad irrebatible que le ha procurado Roncagliolo: un país en el que hasta hace poco ha habido muchas muertes por los enfrentamientos de los subversivos y los militares. Ahí Chacaltana es creíble, es absolutamente creíble. Y, como digo, un personaje memorable, de los que aparecen muy de vez en cuando.
   Crímenes, dudas, víctimas quemadas y con algunos miembros brutalmente arrancados de sus cuerpos: el impacto está servido. Así como el paisaje moral, de luces y sombras que en lo exterior tiene como referente primero a una Semana Santa en la que se muere y hay sangre en las imágenes religiosas que avanzan imparables y sin recelo por las calles. Roncagliolo, como en algunos libros ideados para ser best sellers o para obtener adaptaciones televisivas o cinematográficas, ha trabajado con un material altamente visual, reconocible, muy apropiado, lo que puede hacer sentir cierto rechazo, debido a un exceso de premeditación. Pero eso sería quedarse solo en la superficie: porque el libro habla de la muerte, de los que trabajan con y para la muerte, sobre todo para la muerte. Los que ejecutan, los que dejan a padres sin hijos, a hijos sin padres, los que torturan, los que ponen bombas, los que han hecho del oficio de matar sus razón de ser y de existir: eso es lo que denuncia Roncagliolo, lo que pone sobre la mesa de debate, lo que desnuda y muestra en toda su crudeza. Matar para seguir matando, concluye, matar y descansar hasta que se planee y se ejecute la próxima muerte. Es el tema del libro: la muerte del otro, la muerte del enemigo. Y se entiende entonces plenamente el contexto, la ambientación, el exceso si se quiere, el envoltorio de thriller (más que de novela negra), pues Roncagliolo ha escrito una novela que no reniega de lo fácil pero no se conforma con lo fácil, no pretende acomodarse en lo fácil. 
   Abril rojo está muy bien escrita. Alterna la narración con ritmo con las meditaciones sobre la marcha sin titubear ni demorarse vanamente. Con un criterio muy inteligente, no carga en las descripciones un exceso de literatura que resultaría solo pompa. Se vale de símbolos sin mancillarlos ni usarlos con manos sucias. Y no es en ningún momento la novela de un autor que se ha acercado a un tema como un turista a una iglesia desconocida en un ciudad extraña. Santiago Roncagliolo, como Baroja, como Hemingway, como Juan Madrid, como Dostoievski, entiende que el acercamiento a la verdad de lo que se está contando ha de tomar un camino estrecho, difícil y exigente que desemboca en el logro de lo dicho antes que en el logro de lo contado, de lo narrado, porque una novela es, más allá de los personajes y de la historia que se cuenta, el decir de alguien que está solo y hablándoles a desconocidos que acaso escucharán reposados y se sentirán más acompañados y menos aturdidos ante la casi imposible tarea de vivir y entender. 


                                                                                        (Para mi padre, que falleció el 8-7-2015)