En esta primera novela de la tres dedicadas al comisario Lascano, Ernesto Mallo apuesta más por ser escritor que novelista. La trama negra está resuelta con coincidencias y casualidades que a estas alturas se antojan débiles y despreocupadas, con un marchamo de indolencia que al avezado lector del género incomoda, ya que parecen los recursos fáciles con que algunos escritores que no conocen bien la novela negra solventan las investigaciones en que adentran a sus personajes. Que Lascano siga al presunto asesino justo cuando este va a empeñar la pistola con que cometió el crimen es acudir a un recurso evidente y simplista que debería haberse evitado, que no hubiera costado demasiado evitar. El encuentro con la chica que se parece a su difunta esposa es también más propio de un guión televisivo que de una novela seria. Por eso afirmo que Mallo quiere ser más escritor que novelista, y quizá también porque no le falta prosa para lograrlo, ni armas con que defenderlo: excelente es el pasaje amoroso, bellamente cortazariano, que describe el primer chispazo de amor y sexo de Lascano y Eva; muy notable el pasaje de la quema de los papeles decisivos, donde arde vigorosa y plena una buena literatura; destacable la estructura de la novela, que avanza y retrocede en su trama sin que rechine nada, algo que no siempre funciona con igual brillantez en manos de otros que asimismo aman los flashbacks.
Por todo esto, la valoración global no puede ser más que a medias positiva, pues Mallo se deja llevar por su deseo de evidencia y, siendo valiente y denunciando sin que le tiemble el pulso los males, abusos y crímenes de los militares argentinos durante una época atroz de desaparecidos y muertos por razones espurias y bravas, intenta subrayar lo que acontece, describir salidas y marcar caminos de esperanza y se equivoca porque le pierde el buen deseo y traiciona una máxima no escrita pero indeleble que afirma que las buenas intenciones ahogan muchos buenos propósitos e ideas al cargarlos con demasiado peso, hasta hundirlos y no permitir que tengan vida propia, recorrido propio. Es justo lo contrario de lo que tan bien logró John Le Carré en El hombre más buscado: hacer crónica, decir lo que se sabe pero sin caer en la insistencia de las verdades ya conocidas. Aunque eso no obsta para añadir que la voz de Ernesto Mallo, más escritor que novelista en esta entrega, es para mí un aporte a tener en cuenta en el exigente mundo de la novela negra de calidad.