Cuando uno lee habitualmente novelas, no deja de hacerse preguntas, más aún si se es tan crítico como yo con lo propio y con lo ajeno. Muchas, muchas novelas se me han caído de las manos por las malas elecciones de los autores, por las imposiciones de los autores que obligan a los personajes a hacer cosas increíbles, injustificables e injustificadas. Con las películas me ocurre aún más a menudo: me distancio, me salgo de la historia, me alejo kilómetros de lo que estoy viendo. Si algo le exijo a un autor es que justifique lo que cuenta, que no me largue discursos, no siembre tonterías manejando a los personajes como si fueran marionetas. Al fin y al cabo, la novela es para mí una indagación en las particularidades del ser humano, sus conductas, sus problemas, sus contradicciones, sus crueldades y sus amores. Por eso, ahora que estoy leyendo una novela de Andreu Martín quiero ponerlo de ejemplo en lo bueno de esto que digo. Sus libros son una mezcla muy adecuada de acción y de psicologismo auténtico, algo perfecto en la novela negra y en cualquier tipo de novela, y llego a la última página siempre porque no me importan otros fallos, otras concesiones si lo fundamental es de buena calidad, que lo es: decir sin mentir, contar sin mentir, describir sin mentir y ayudar a saber un poquito más del bípedo implume.