Francisco Ortiz: Almería 66

Después de Última noche en Granada, Francisco Ortiz opta en este libro por la distancia corta y nos entrega un ramillete de relatos que abordan una sola temática: la violencia. La que se ejerce en la vida cotidiana, entre las personas más sencillas, en los barrios y en los salones de los pisos, junto a una ventana o entre amigos. Cada relato de este libro es una historia breve que podría dar lugar a una novela, porque el autor huye de la anécdota y del hallazgo superficial para centrarse en los personajes y en los que les ocurre con la misma pasión y profundidad con que se plantea las narraciones de largo aliento. Son historias de pocas páginas y de gran intensidad que se resuelven sin escamotearles sinceridad ni hondura. En ellas encontrará el lector miradas duras, miradas frías, actos crueles, actos vengativos de seres que son como ángeles en una tierra extraña, a la que no se acostumbran, en la que no han aprendido a desenvolverse libremente, en la que sufren, matan, aman, piden perdón esperando ser escuchados.

Juan Herrezuelo: Pasadizos


Pasadizos es un conjunto de nueve relatos en los que predomina la voluntad de jugar con el lector a través, fundamentalmente, del extrañamiento. En cuatro de ellos se describe la meticulosa planificación de un desatino, en uno alcohol y metaliteratura se dan de la mano, en otro una faena taurina es desarrollada literariamente mediante procedimientos próximos al realismo mágico, tres giran alrededor de un crimen, uno atraviesa horrorizado un campo de batalla oculto en un tablero de ajedrez y dos, el primero y el último, se desvelan como extremos de un laberinto circular.

Doris Lessing: La buena terrorista

Alice va a una casa abandonada en compañía de Jasper, a quien ama y nunca toca, para unirse a un grupo de personas que la ocupan en tanto el ayuntamiento decide si la derribarán para levantar un nuevo edificio en el solar. Todos los que habitan la casa pertenecen a un pequeño partido revolucionario que es, además, conscientemente minoritario. Alice se dedica en cuerpo y alma a la casa, que está llena de podredumbre y de mierda. La lava, la cuida, la recupera como a un enfermo, la pone al día, la vuelve digna y acogedora. Entre tanto, el grupo con el que comparte ideología se dedica a acudir a manifestaciones en las que se abuchea a la presidenta del gobierno, a enfrentarse con la policía, a protestar y a provocar incluso para que a sus miembros los metan los cárcel. Está contra el sistema, al que tachan de fascista.
Doris Lessing narra desde un realismo atento al pequeño detalle, inteligentemente trufado de agudas reflexiones que se hacen los personajes o que quedan entre líneas para que las recojan los ojos avezados. Nos va contando la vida de Alice en medio de mentes entregadas a la revolución, dispuestas a matar y morir. Conocemos bien a Jasper, homosexual que duerme en el mismo cuarto que Alice, que es su pareja y su hermano a la vez, unido a ella por un vínculo poderosísimo de particular amor y relajada posesión. Conocemos a Bert, que es un cabecilla del grupo. A Roberta y a Faye, lesbianas que se aman con una fuerza absoluta, dependiente siempre la segunda de la primera, debido a los trastornos mentales que padece. Conocemos a Jim, un negro al que admiten a medias en la casa, aunque él fue el primero en entrar en ella, ya que no pertenece al movimiento revolucionario.
El gran problema al que se enfrenta Alice es el dinero. Para limpiar la casa, para sanarla, lo necesita. Doris Lessing introduce a dos personajes fundamentales para saber más de la buena terrorista: sus padres, a los que Alice ama y detesta, a los que roba y a los que desprecia pero a los que siempre acude. En algunas de las mejores escenas de la novela se enfrenta Alice con el pasado de sus padres, con el presente distanciador que la aturde y la obligará a sufrir. Lessing nos lleva a las raíces de Alice, nos habla de los años sesenta y setenta, de la gente de izquierdas de entonces, de los que pudieron y no quisieron quizá cambiar el estado de las cosas.
La novela avanza inexorablemente hacia un acto terrorista. Sabemos que Alice, sensible, llorona, es una revolucionaria convencida. Sabemos que el pequeño grupo de idealistas, de deseosos de cambiar la situación social y política del país, va a dar un paso adelante. Cuando lo dan conocemos ya muy bien a todos los que forman ese grupo. Doris Lessing nos ha llevado dentro de sus cabezas y nos ha mostrado sus actos sin maniqueísmo, con una humanidad plena y juiciosa, dando una lección de cómo ha de entrarse en la vida y las mentes de quienes no son como nosotros, los que detestamos el terrorismo y a quienes lo ponen en práctica. Lessing expone y dirime, repasa los ideales y los conceptos, los miedos y los abusos, la capacidad de matar de algunos que no entienden de más maneras para hacerse oír.
"La buena terrorista" es una novela de gran categoría, necesaria y redonda, obra de una mente privilegiada que no se para ante sus limitaciones, sus filias y sus fobias y llega mediante la palabra a ese lugar en que todo está desnudo, puro, como acabado de nacer, en ese estado en que todo puede volver a verse con ojos limpios, con ojos despejados y despojados del sucio individualismo y el renqueante egoísmo paralizador que anulan toda verdad. Es una novela en la que hay un personaje memorable, un personaje imborrable, un personaje que refleja cabalmente muchas de las contradicciones, las pasiones y los desasosiegos del siglo XX.


Blog recomendado: Perforaciones, de un escritor al que admiro: Francisco Afilado

Manuel Vázquez Montalbán : Cuarteto

He aquí una pequeña obra maestra, quizá la mejor novela de Vázquez Montalbán, lúcida, valiente, madura, poderosa y cargada de ideas bien resueltas, de creatividad dialogante, de cultura en la mejor acepción de la palabra. Es una obra pequeña, aunque nada más que en páginas, a la que me resisto a considerar corta : encierra tantos hallazgos y tanta sabiduría en sus páginas que resulta un ejemplo para muchas otras que ya querrían decir la mitad utilizando el doble y hasta el cuádruple de espacio. El mayor logro es el narrador, pegado a un cuarteto compuesto por dos parejas a las que se acerca por la afinidad cultural y por los deseos secretos de amar a uno o quizá a dos de sus integrantes. Este narrador bisexual, culto, irónico, distanciado y distanciador, es el mejor de toda la obra de Vázquez Montalbán por creíble y por bien trazado. Él despacha la historia a su manera, nos habla del cuarteto y de la investigación llevada a cabo por un inspector que cumple a rajatabla con su papel de funcionario previsible y apresurado en dar carpetazo rápido a los problemas con soluciones factibles. A través de los ojos de este narrador conocemos a Carlota, a Pepa, a Esteban Modolell y a Luis. Y también lo conocemos a él, que cuenta sentado ante un espejo, enfrentado a sí mismo, con voz en la que se destila pesar y culpa a partes iguales: el pesar de no ser y la culpa de no llegar a ser ya nunca el que se quiso ser. Comoquiera que estamos ante una novela con un crimen y una investigación de fondo, bien podemos decir que "Cuarteto" es una novela con tintes negros -nada extraño en quien creó al detective Carvalho-, y también una obra imprescindible de un gran autor, de un autor inolvidable al que añoramos.

David Simon y The Wire

The Wire describe un mundo en el que el capital ha triunfado por completo, la mano de obra ha quedado marginada y los intereses monetarios han comprado suficientes infraestructuras políticas como para poder impedir su reforma. Es un mundo en el que las reglas y los valores del libre mercado y el beneficio maximizado se confunden y diluyen en el marco social, un mundo en el que las instituciones pesan cada día más, y los seres humanos, menos.

(David Simon, creador de The Wire, en el libro The Wire. 10 Dosis de la mejor serie de televisión )

Almería 66

Es el título del libro que el mes próximo (quizá en abril) será editado y que firma el que suscribe. Integrado por un ramillete de relatos cortos y con un tema unitario: la violencia. Próximamente traeré al blog la portada y el texto de la cubierta posterior. Lo escribí hace dos años y ha esperado turno mientras la novela andaba por ahí, como hijo primogénito, campando a sus anchas. El título lleva dentro de nuevo el nombre de una ciudad, algo que me parecía necesario para homenajear de paso a la otra ciudad en la que más tiempo he vivido y por la que más aprecio siento, después de Granada.

Patricia Highsmith: Las dos caras de enero

¿Por qué hay personas que están muy unidas? ¿Qué las une? ¿Qué es el delito, como ata a unos desconocidos, a tres personas que quizá se odian pero que no se separarán ya nunca más? Patricia Highsmith da algunas respuestas en esta novela, respuestas que al final se vuelven preguntas, porque nunca podrán explicarse claramente algunas cosas, algunas relaciones. Un estafador, su mujer y un joven compatriota se encuentran en Grecia y sus vidas quedan unidas, encadenadas irremediablemente cuando el joven ayuda en un hotel al estafador a esconder el cadáver de un policía al que el primero ha matado de una manera no del todo accidental. A lo largo de esta espléndida novela, Patricia Highsmith profundiza en las relaciones que se establecen entre los personajes, que pasan por situaciones de desconfianza, celos, violencia, colaboración interesada, pero también por soprendentes momentos en que se ayudan unos a otros, incluso a burlar la acción de la policía que los busca con constancia y con serio empeño. El joven y la mujer del estafador, cuyo marido le lleva diecisiete años, tropiezan consigo mismos al inicio de una relación que no acaba de cuajar y que no ocultan debidamente. El joven cree ver en ella rasgos de una chica por la que se sintió muy atraído cuando era un adolescente y los recuerdos lo abruman, lo maniatan. En el estafador ve rasgos de su propio padre, un padre severo que ha muerto recientemente y con el que mantenía este joven una relación muy tirante, motivo por el que no ha asistido al entierro. Esas coincidencias le impiden apartarse de ellos, lo adentran en una relación peligrosa y delictiva. Patricia Highsmith, maestra de la caracterización psicológica y alérgica a toda moralina, va contando la historia desde el punto de vista del joven, Rydal, pero también desde el punto del vista del estafador, Chester, con lo que no tenemos un personaje preponderante y entendemos que lo que importa en esta novela es ver cómo se anudan y desanudan los intereses de los tres personajes, cómo se atraen y cómo se repelen y cómo, a la postre, quedan unidos por algo que algunos llamarían destino, otros casualidad, otros cabezonería, otros fatalidad. Sin el talento inmenso de Highsmith este libro no tendría sentido: son trescientas páginas en las que apenas asoman los personajes secundarios, en que se ve al trío protagonista comer, dormir, conversar, y no hay una acción continuada en forma de sorpresas inesperadas, giros efectistas, disparos a mansalva. Patricia Highsmith es una gran autora, una escritora con letras mayúsculas, una creadora imprescindible porque se aplica a contar lo suyo, lo que quiere, y no falsea ni plaga de trampas sus textos. No da engañifa. Las emociones nos llegan intactas, los pensamientos nos parecen creíbles y el trío protagonista se nos antoja real, sumamente real. Y, como digo, el libro responde a una serie de preguntas que en él mismo se formulan e invita a contestar otras, al acabar su lectura, que el lector se hará y sólo él podrá responder. Esto, tan poco común en la novela negra, habla del mérito inigualable de la autora y acerca otra más de sus novelas a ese reino de la literatura clásica en que da igual de dónde se ha partido pues el que consigue asiento ocupa un espacio en el que las etiquetas sólo resultan un resabio antiguo, una marca vana.


Lectura: En el blog "En la Aurora", un poema: "Los ojos cerrados"

Lorenzo Silva: El lejano país de los estanques

Una extranjera alta, guapa, que imanta a hombres y a mujeres, se pasea por un pueblecito mallorquín disfrutando de la vida y de la compañía de los que la idolatran por su belleza y su sensualidad. Hasta que la matan y han de intervenir dos investigadores de la guardia civil llegados de Madrid que se mezclan con los veraneantes y, de incógnito, consiguen relacionarse con quienes pueden haber cometido el crimen. Ellos son Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, los personajes más conocidos y celebrados de Lorenzo Silva.
La novela, siguiendo el ejemplo máximo de Raymond Chandler, está contada en primera persona por Bevilacqua, sargento con firmes convicciones y honda sensibilidad, en esta primera obra del ciclo, muy claramente deudora de la visión del mundo de Philip Marlowe, el personaje de Chandler que es el narrador de la mejor novela negra jamás escrita: "El largo adiós". En Bevilacqua hay cultura y se percibe inteligencia, pero nunca son un lastre, sino una ventaja que sumar a su labor investigadora, esclarecedora de las maldades y bondades de los presuntos asesinos, de los presuntos culpables. Nunca alardea Bevilacqua de su cultura ni de su inteligencia, pero parece bien claro que en una sociedad como la nuestra, en que tanto peso tienen el ocio y el arte -no directamente, en las portadas de los periódicos, pero sí en todo lo que se percibe detrás y se vive detrás, sin mediación imperialista y monetaria acechante-, en que la repetición y la historia son condicionantes de gran importancia, esa cultura y esa inteligencia resultan fundamentales para no caminar por espacios de brutalidad y sinrazón investigadores, dando palos de ciego, basándolo todo en el más que superado instinto y la más que superada corazonada. El policía de nuestro siglo es un agente social y cultural si es honrado -bien lo sabemos desde Carvalho-, si le preocupa de verdad llegar al fondo de las cuestiones, de los hechos, si tiene un auténtico deseo de abrazar la verdad. Ahí está también el Brunetti de Donna Leon para corroborarlo.
"El lejano país de los estanques" es una muestra más del talento de Lorenzo Silva, nuestro mejor escritor de novela negra. Aun siendo la primera de la serie no se trata de una novela menor: la resolución del caso muestra que lo elaborado de la trama no es capricho, no es simple enredo policial, sino que, por el contrario, aclara las zonas de sombra de la investigación y pone finalmente de relieve la importancia de los personajes, las pulsiones que los acometen, las contradicciones, las dudas, las zozobras del alma humana. Lorenzo Silva es un escritor progresista y humanista, no importa que estos términos coticen a la baja en este mercado de productos prefabricados actual: sus novelas negras crean personajes convincentes, plantean cuestiones que van más allá de la última página del libro y mueven a una sincera compasión por las debilidades humanas, incluso las más fácilmente rechazables, que son el mismo fruto de las motivaciones que llevaron a escribir a los autores más realistas y más comprometidos del pasado. En Lorenzo Silva no cabe señalar esto con trazos gruesos, no queda remarcado por la voluntad machacona del autor -como dejó claro en "Nadie vale más que otro", colección de cuentos que ya desde su título deja constancia de una visión de las cosas y de nuestra sociedad muy evidente y plausible-, pues no es en la letra gorda donde quiere moverse este madrileño. La asesinada de esta novela vive después de muerta; en las palabras de quienes la trataron y se acercaron a ella sin penetrar su misterio sigue viva su imagen y la fascinación que despertaba. En los pequeños detalles vamos sabiendo más de ella, vamos componiendo su personalidad gracias a los comentarios sueltos -que no suelen ser positivos más allá de las loas a su físico despampanante-, y cuando acabamos la lectura nos encontramos con que, aunque parecía estar muerta, de repente está viva y entera para el lector, es un ser que se muestra y se oculta, que se da y esquiva, que no se despega de nuestro recuerdo porque no hemos acabado de saber quién es, qué pinta en este mundo nuestro en el que el sexo plural y el disfrute sin medida son cada vez más importantes, más irrechazables. Lorenzo Silva medita sobre eso, nos deja preguntas -como hacen los autores más capaces y que tienen más en cuenta al lector- en una novela memorable que crece con cada relectura que hacemos, como la presencia, el valor de cada persona que se merece un segundo vistazo, un rato para pensar tranquilamente y de manera nada censuradora en cómo es y en qué se diferencia de nosotros.


Texto recomendado: "Pan con mantequilla y música", en el blog de Elèna Casero

Otro texto: " El éxito" (blog En la Aurora)

Mario Vargas LLosa: Lituma en los Andes

Hay violencia y hay amor en este libro, una violencia cruda, extrema en ocasiones; y un amor puro, inocente, pero que nace también de un acto violento. Vargas Llosa cuenta la historia de dos guardias civiles en un lugar alejado de la civilización central, en unas sierras en las que los mitos, la magia, los miedos y las brujas aún tienen cabida. Investigan la desaparición de tres personas. Como en las mejores novelas negras, intuimos pronto que la investigación no acabará llevando a nadie ante la justicia, que el autor nos va a trasladar a espacios donde lo más hondo del hombre puede ser visto durante un rato, contemplado por los que también somos hombres y vamos a sentir horror, pero también triste reconocimiento: porque todos somos hombres y todos somos portadores de venganza, superstición y violencia en nuestros corazones.
Lituma y Carreño están condenados a convivir con el tiempo hostil de las sierras, con los trabajadores de una población en decadencia que no los aceptan y que preferirían que se marcharan. En un infierno real y palpable, unos y otros callan y ocultan y disimulan sus pesares y tiran adelante simplemente sobreviviendo. Cerca está Sendero Luminoso, organización que está contra el poder establecido, corrupto y una vez más olvidado del pobre, del necesitado, del humillado, del ofendido, y que (quizá de manera un poco supercial, como veíamos a los indios en ciertos westerns) aparece para matar, para dar lecciones que se sustentan tristemente en el uso de las armas y mediante ejecuciones, algunas muy crueles e injustas. Pero Vargas Llosa no hace de los revolucionarios armados unos títeres pues también cuenta las barbaridades de las fuerzas policiales, sus torturas (queman los pies de un muchacho que apenas habla, que no puede hacerse entender porque es deficiente mental sin dudarlo, cumpliendo con su "obligación" tan sólo), e iguala el salvajismo, sitúa a unos y a otros en el exceso y el amor por una violencia que no tiene justificación (los débiles siempre pagan, los que piensan diferente son enemigos para el bando que no los entiende ni quiere entenderlos). Lituma y Carreño, mientras esperan que los senderistas vengan a matarlos, contemplan y sueñan y recuerdan y se encomiendan a la suerte, al abrazo consolador del tiempo que no los mata aún.
Carreño recuerda su amor por una mujer a la que liberó del maltrato de un poderoso al que le servía de custodio en un ímpetu que por poco le cuesta la vida: oye a la mujer quejarse de golpes mientras el poderoso la usa como a una muñeca y acude, dispara contra el hombre y huye con la muchacha, que nunca muestra por él más que agradecimiento. Le cuenta Carreño a Lituma por las noches su aventura, como si encendiera la pantalla de un cine, seguramente exagerando, embelleciendo su rememoración. Es la vía de escape de dos policías que siguen adelante con su investigación y que eluden los alfilerazos de violencia por casualidad -uno de la naturaleza, con un alud tremebundo que arrasa la población y finiquita las tareas iniciadas y dispersa a los trabajadores - hasta que llegan al encuentro de lo que cada uno deseaba. Lituma conoce la verdad y reniega de lo sabido, de la resolución del caso, de la gente a la que ha conocido en ese destierro inolvidable. Las leyendas, el poder de los dioses ocultos no ha desaparecido, la violencia es un mal que viaja con el hombre allá donde va, un infierno ambulante que brota con oscura seguridad cuando se cumplen las condiciones y algunos se agrupan, deciden defenderse, crean o inventan un enemigo: Vargas Llosa nos dice con esta novela que aún no hemos salido de una edad de piedra mental que nos ata y nos corroe, nos impide ser verdaderamente seres humanos adultos y sensibles y compasivos. Con la intercalación inevitable -y excelsa, literariamente hablando- de la voz de una autodenonimada bruja, que capitanea las almas de los hombres sencillos y temerosos, que les ofrece consuelo mediante el alcohol, la procacidad y los bajos instintos, la novela alcanza unas cotas elevadas y una consistencia que falta en la mayor parte de las obras del subgénero, en las que el mal no se ve, no se explica, sólo es mostrado lejanamente, quizá porque no se acierta a darle voz ni encarnadura, con lo que los intentos de plasmación de algo serio quedan en simple juego o en abuso del lugar común la mayor parte de las veces. "Lituma en los Andes" asciende muchísimos peldaños y se convierte en una novela redonda, en una exploración conseguida y valiente que, más allá de ciertas lecturas interesada o desinteresadamente políticas y de ciertos puntos de discordia que no a todos pueden convencer, se sostiene con el aplomo de una de esas raras novelas que quien las escribe sabe que no desaparecerán por la puerta de atrás y que encajan muy bien en un conjunto que, como es el caso, ofrece logros incontestables y universales y sirven para apuntalarlo con sobriedad y autonomía creativa. Dicho sea de paso, es una novela negra de las más literarias, mejor escritas, mejor estructuradas y más recordables que he leído.

William Faulkner: Santuario

Hay libros que no se quedan atrás en el tiempo, a los que no se los lleva ninguna marea, que cuando los lees tienes la sensación de que acaban de publicarse. Son libros que nacieron con mucha sabiduría dentro, con un ingrediente que muy pocos tienen: la capacidad de dialogar con el lector. William Faulkner logró plenamente en "Santuario" levantar los puentes necesarios para que quien se acerque a este libro no se sienta solo, no se canse, no deje tampoco de interrogarse. En sus páginas no se encuentra la extrañeza permanente o parcial que en muchos clásicos hallamos y que nos paraliza, nos incomoda, nos aleja, nos expulsa. Faulkner cree ante todo en la historia que está contando -algo que dejan en segundo plano a veces algunos estudiosos y muchos críticos, empeñados en enmendarle la plana al autor- y busca dársela al lector de la manera más fiel y más creíble: por eso recurre a los diferentes puntos de vista, se vale de recursos técnicos que en su mano no son excesivos sino perfectamente instrumentales y diáfanos y no puede nadie decir que deja de de narrarse en ningún momento, que la historia se encalla. Faulkner quería, ante todo y sobre todo, contar una historia. Y la que cuenta en "Santuario" es de las que no se olvidan, porque tiene unos personajes poderosos y magistralmente mostrados, desde ese Popeye del que intuimos todas las ternuras rotas en su interior hasta esa Temple a la que él viola con una mazorca de maíz y que se entrega a otro hombre que Popeye le lleva con un ardor que la sorprende, la arrebata, la enferma. Pasando por Miss Reba, achacosa y amante de la cerveza, por el abogado Horace Benbow, que se alza sobre sus pasiones quebradas. Todos los personajes y la historia siguen vivos y siguen sacudiendo a los nuevos lectores como a los primeros desde el día en que se publicó la novela.
Decía André Malraux que con esta novela irrumpía la tragedia griega en la novela policiaca. Cuánta razón tenía: los hechos bárbaros que se cuentan son el producto de una mente nada enferma, cavilosa, perpetradora de un mundo en el que quienes lo habitan sufren, padecen y se debaten contra el viento de los males que los azotan como a espantapájaros en una tormenta. Sólo les queda la posibilidad de mirar hacia el cielo y esperar que haya una luz, un claro arriba que anuncie que vuelven el sol y la calma. Entretanto, las pasiones los desbordan, los someten, los arrastran hacia lo peor y lo más verdadero de sí mismos: he ahí el aroma cierto de tragedia de "Santuario". Y no es por culpa de un narrador que no siente ni quiere a sus criaturas, aunque Faulkner declarase alguna vez que escribió la novela para ganar dinero y con demasiado horror en lo blanco y lo negro de sus páginas, porque en escenas como la del linchamiento o la de la vuelta a casa de Horace se percibe el amor por esas criaturas, por sus avatares, comprensión por su dolor y un hermanamiento que mueve a sentir una genuina, nada tramposa compasión. La historia no deglute a sus personajes, están a la misma altura: otra soberbia enseñanza de esta grandísima novela.
"Santuario" puede ser una novela negra. En ese caso, sería la mejor novela negra que se ha escrito. Estaría al lado de "El largo adiós", de Chandler, obra maestra absoluta del subgénero que no ofrece dudas sobre su catalogación. Pero superaría a la excelente novela de Chandler en el uso incomparable del lenguaje, en el distanciamiento con que Faulkner -que escribió cuentos policiacos en "Gambito de caballo" y quizá otra novela negra, "Intruso en el polvo"- aborda la trama mediante distintos puntos de vista, no sujetándose a un solo narrador y a una sola mirada sobre los hechos narrados, en el uso de un sentido del humor a ratos sardónico y ante todo, de la elipsis, fundamental para vertebrar una historia como ésta. En ocasiones he preguntado retóricamente en este blog dónde estaría la gran novela negra, a la altura de las mejores creaciones de Faulkner, quién la escribiría o la habría escrito: la respuesta está aquí, en el propio Faulkner, en "Santuario".

Entrevista con Antonio Muñoz Molina

Esta entrevista surge a raíz de la relectura de "Beltenebros", cuya reseña tenéis en la anterior entrada de este blog. Conocí a Antonio Muñoz Molina en Almería, hace muchos años, y puedo afirmar que sigue siendo la misma persona buena y generosa que era entonces. Más sabio ahora, igual de atento y cumplidor con los amigos. Quienes habéis leído mi novela "Última noche en Granada" sabéis que tengo con este gran autor andaluz muchas deudas que solo se pagan con admiración y con aprecio. No hace demasiado, Muñoz Molina publicó otra novela memorable, "La noche de los tiempos", pero yo he pretendido volver al primer Muñoz Molina, al que nos deleitaba con relatos negros o seminegros, escritos con una prosa fascinante e hipnótica, sin parangón en nuestras letras últimas, no siempre bien entendidos, pese a que se ha escrito muchísimo sobre ellos. Aquí tenéis al escritor y al hombre cercano y sincero, sin pose y siempre humilde que reconoce influencias y reparte halagos como pocos escritores acostumbran a hacer cuando de hablar de compañeros de profesión se trata.


1.- ¿Cómo surge Beltenebros?
La novela nació de varios indicios, de unas cuantas imágenes en torno a las cuales fue cristalizando. Quizás el punto de partida más claro fue la lectura de un libro de Gregorio Morán, "Grandeza y Miseria del Partido Comunista de España", en la que se contaban dos historias que me impresionaron mucho: la de "Quiñones", un militante que reconstruyó el Partido en Madrid, en 1940, y al que la dirección en Moscú acusó de traición. Lo detuvieron, lo torturaron (la policía de Franco), y en la cama en la que agonizaba un médico, militante clandestino, le dijo al oído que acababa de ser expulsado del partido por traidor. Lo fusilaron sentado, porque no se tenía en pie. Otra historia era la de otro presunto traidor, Luis León Trilla, asesinado a navajazos en un descampado de Madrid en 1945, después de pasarse meses escondiéndose por igual de la policía de Franco y de sus excamaradas.

2.- ¿Cómo elegiste la voz narradora?
Como me pasa tantas veces, empecé en tercera persona, y al cabo de unas ochenta páginas tuve que volver al principio, porque no salía. Se me ocurrió la primera persona, y la frase con que empieza ahora la novela, que quizás es demasiado llamativa, no sé. Después resultó que se parecía al comienzo de una novela de Nicholas Blake, titulada en español "La bestia debe morir". Hice una tentativa de intercalar capítulos en tercera desde el punto de vista de otros personajes: la chica, la madre enloquecida, el perseguido, etc. No me salió, y creo que eso fue una desventaja.

3.- ¿De qué temas querías hablar con la novela?
Yo no tengo en la cabeza temas demasiado amplios o abstractos cuando me pongo a escribir. Mi imaginación es muy concreta, y no creo que las ideas generales sirvan para mucho en las novelas. Una cosa que me importaba contar era la paradoja de la lucha comunista en España, la mezcla de heroísmo indudable de quienes participaban en ella y de su oscurantismo ideológico, al menos en aquella generación que venía de la guerra. ¿Qué sabe de España alguien que ha vivido en Moscú desde 1939? También me intrigaba la psicología del traidor, del que actúa en la sombra contra aquellos que en otro tiempo fueron sus camaradas. El comisario Conesa, que había pasado de la policía republicana a la franquista, era un personaje turbio que me llamaba mucho la atención. Y luego estaba el deseo sexual masculino como mixtificación de una mujer a la que nunca llega a verse tal como es, tan sólo como una proyección algo fantástica, como en "Vértigo", película a la que creo que hay alguna referencia en la novela.

4.- ¿Qué mirada tienes, como autor, sobre tu propia novela a los veinte años de su publicación?
Ninguna. No he vuelto a mirarla. La veo a través de lo que me cuentan lectores que se acercan a ella. Y me gusta mucho, claro, que siga teniéndolos, y algunos entusiastas. Durante años me pareció que había perdido la oportunidad de escribir una novela verdaderamente buena, sólida y documentada sobre la lucha clandestina, el ambiente interno del P.C., etc, pero claro, en ese momento me faltaba madurez, y por otra parte ese no era mi propósito. Tuve mucho cuidado en que palabras como "Partido" "Comunismo" , "Franco", etc, no aparecieran. Quería construir una trama a la vez geométrica y nebulosa, como de aquellas novelas de espías de Le Carré antes de que se pusiera literario y barroco, "El espejo de los espías", por ejemplo, o "El espía que volvió del frío".

5.- ¿Te planteas volver a escribir una novela con temática policial o negra?
Siempre he pensado que alguna vez se me ocurrirá una trama perfecta, liviana, fantasmagórica, a la manera de Chesterton, o de algunos cuentos de Borges, con las dosis adecuadas de realidad y de irrealidad, etc.

6.- ¿Cuáles son tus novelas negras preferidas?
"El largo adiós" de Chandler, sin duda; "La llave de cristal", de Hammett; cualquiera de Maigret, y las cuatro o cinco de Durremmatt. P.D. James es como una Agatha Christie con orquesta y coros, pero me gusta la atmósfera de algunas de sus novelas, y la trama completa de una, "A Certain Justice". Si se pueden añadir antiguas, "La piedra lunar," de Wilkie Collins, que escuchaba de niño adaptada en serial de la radio. Las de Ripley, desde luego. Y las del comisario Brunetti, de Donna Leon, que están muy bien escritas y tramadas, y llenas de agudas observaciones sobre la corrupción italiana. Una novela japonesa que me recomendó Justo Navarro hace muchos años, "La llave maestra", no recuerdo a su autor, una mujer. Scott Turow crea tramas magníficas... Muchas de Ruth Rendell, con esa sordidez inglesa. A estos escandinavos innumerables de ahora no los he leído, aunque me dicen que hay varios muy buenos. Ah, casi se me olvidaba uno de mis preferidos absolutos, William Irish, alucinante siempre, nihilista, con todo el drama de la Gran Depresión. Menos mal que me he acordado. Y James M. Cain, claro.

7.- ¿Crees que hay novelas negras que pueden compararse a novelas de Faulkner o de Onetti?
Raymond Chandler desesperaba de que eso fuera posible. Las normas del género imponen limitaciones muy fuertes, pero no me parece imposible. ¿No es "Santuario" una gran novela negra?

8.- Sé que a ti también te gustaban las novelas de Ross Macdonald hace años, ¿o me equivoco?
Sí que me gustaba, mucho, aunque era demasiado deudor de Chandler, y una vez que encontró un esquema narrativo perfecto lo repitió novela tras novela: el cadáver sin identificar que conecta el presente y el pasado; el muerto que vuelve. Eso lo copié yo en parte en "Beatus Ille".

9.- ¿Qué novelas que no son negras pero tienen ingredientes del subgénero te han llamado la atención?
Tantas... Ciertos ingredientes de lo negro, por llamarlo así, son muy útiles en la literatura, o más ampliamente en cualquier relato, literario o visual. El esquema básico es tan poderoso, tan simbólico en sí mismo, el misterio de la muerte, la búsqueda de lo desconocido, la revelación que lo trastorna todo. Mira lo que hizo Umberto Eco en "El nombre de la rosa", o lo que hace Piglia.

10.- ¿Cuáles son tus películas preferidas de cine negro?
"Laura", "Perdición", las de Fritz Lang en América, "La noche se mueve," "El cartero siempre llama dos veces", "Body Heat", "Cara de Ángel", "Chinatown", "El cebo," de Ladislao Vajda, una obra maestra desconocida, "M"... "El Tercer Hombre"... La lista es muy larga. Creo que en el cine es donde el género ha alcanzado una maestría definitiva. ¡"Los Soprano"! Muchas francesas también. Las antiguas de Chabrol y Truffaut, y algunas extraordinariamente sólidas de ahora.




Foto: Álvaro García (El País)


Beltenebros, de Antonio Muñoz Molina

En "Beltenebros", el prodigioso narrador que es Antonio Muñoz Molina facilita palabras para ver algunas imágenes que sólo el cine nos ha servido con fidelidad y con pasión después de haber existido en la imaginación de algunos grandes creadores. Y son palabras de una riqueza y una variedad que resultan una auténtica fiesta del idioma, que en manos del gran escritor andaluz se saben queridas, respetadas, acariciadas, nunca manejadas: Muñoz Molina, en cada párrafo, en cada capítulo demuestra un amor por la palabra que pocas veces hemos visto antes en nuestro idioma. Contra quienes quieren creer que el autor de Beltenebros es un estilista se levantan de inmediato cientos de ejemplos en sus libros que aclaran que nunca se entrega a la floritura, al exceso verbal, a la prosa para el oído y el gusto más a flor de piel. La precisión, la envoltura perfecta, el acabado de las páginas es excelente porque Muñoz Molina es además preciso, muy preciso, y su escritura responde siempre a lo que le pide la historia, algo que no siempre los críticos, ciertos críticos y ciertos escritores, han querido ver: hay mucho más contenido en las novelas aparentemente de acción, policiales, de este merecido académico de lo que una lectura sencilla o apresurada, condescendiente puede percibir. Quizá falta aquí alguna hondura en los personajes -pero queda compensado con la equilibradísima armazón de la trama- y hay muchas imágenes emparentadas con otras que nos han llegado a través del cine, pero el lector atento y sin prejuicios encontrará asimismo una verdad profunda en los actos de esos mismos personajes, en sus movimientos delante y detrás de la escena, y donde otros ven homenaje y repetición es posible ver también una sutileza sin engaño, una matización verdadera y nada epidérmica, y una inserción permanente de detalles nada cinematográficos, como los olores, lo palpado y lo soñado, lo ausente y casi percibido que son pura literatura, alta literatura: quizá Muñoz Molina parte en algunos capítulos de escenas que nos recuerdan a otras del cine, pero la pureza de la narración, la sostenida hilazón y lo ejemplar del lenguaje que no recrea, sino que crea sensaciones nuevas, que permite la identificación y la empatía son el producto de una verdad y de un oficio desarrollado con un amor absolutamente noble y sin engaño. Jamás te acerca "Beltenebros" a espacios que prometen y no recompensan, jamás crea esta novela expectativas que no estén sostenidas con el texto y con una riqueza del lenguaje y de la percepción que cualquiera puede ver y compartir con una abierta y reposada lectura.
Con pocos personajes y una trama cuidada hasta el último detalle, en la que la utilización de los elementos cinematográficos responde a una sugestión imaginativa y metafórica de los espejos y del paso del tiempo que crea profundas cicatrices, Muñoz Molina cuenta una historia en la que se fabula abundantemente, a la que no le faltan la simbología ni la concatenación de escenas que están en la memoria y en el presente de lo que viven los personajes hasta llevarnos no a la culminación de una novela de género sino a las puertas de una novela mucho más abstracta y con cierto aire de melodrama de tintes clásicos y emparentado con la mitología que gana porque, como dije más arriba, jamás miente, jamás escapa con excusas y jamás se agota en sí misma, pues si bien parte de unas influencias externas crea unas nuevas imágenes, unos nuevos personajes y unas nuevas influencias que, como ocurre con las obras musicales inspiradas en temas ajenos, son algo nuevo a su vez, una celebración y un nuevo enfoque y una nueva línea que en cualquier caso no puede sino considerarse, en todos los ámbitos y desde todos los puntos de vista, como maestra al hablar de "Beltenebros". Esta es una novela que puede ser leída como negra, y que además invita a una lectura más profunda que puede emprender cualquier lector que, como yo, la relee al cabo de muchos años y halla en ella lo que un día vio, acrecentado y multiplicado y salvado de la intoxicación de la pasión o el rechazo inmediatos, pues en su condición de obra clásica esta novela permite ya una mejor y más reposada visión de conjunto y una valoración altísima que ya quisieran para sí no solo las novelas negras de cualquier tiempo -entre las que esta debe figurar como un logro capital-, sino las llamadas novelas serias que difícilmente consiguen un acabado semejante, que revela la mano segura de un escritor de raza y oficio, y un interés en la lectura que resulta en casi todos los capítulos casi hipnótico. "Beltenebros" ha ganado con el paso del tiempo: se equivocó mi admirado Rafael Conte al considerarla una novela menor.

Eduardo Gallego Cebollada: El sentimiento de culpabilidad en Última noche en Granada




Eduardo Gallego Cebollada: Filosofía, psicología y literatura de la culpa. El sentimiento de culpabilidad en la novela "Última noche en Granada" . Es el título completo del trabajo de este alumno de la Universidad de Zaragoza que nos cede para que sea publicado en el blog:



Introducción



"Gran descanso es estar libre de culpa"


Estas nobles palabras escribió Cicerón, uno de los padres de la oratoria romana. Y en efecto, no se equivocaba. Pero ¿quién no ha sentido nunca que su conciencia revolotea, que intenta escapar dejando atrás los fallos cometidos? Es el remordimiento. El remordimiento que sigue a la culpa.

Todos nos hemos debatido alguna vez entre dos posturas, escogiendo una u otra alternativamente hasta adoptar una firme resolución. El desconcierto es algo muy humano. Pero si hay algo humano es el errar, y salvando a los necios que nunca se arrepienten de sus actos, las personas a menudo experimentan un sentimiento de culpabilidad, un desasosiego que tiene como génesis el arrepentimiento por una acción perfecta, entendiéndola como acabada.

Pretendo situar con estas breves líneas en el tema sobre el que trabajaré: la culpa en la mente de Luis Castillo, protagonista de Última noche en Granada, obra de Francisco Ortiz y su relación con otras obras literarias.

En una intención por clarificar el proceso de la escritura y mis propias ideas estructuro esta reseña de la siguiente manera:

-El sentimiento de culpa como móvil de la historia, tomando como base la propia novela puntualizaré algunas páginas en las que la culpa se hace patente y presiona a Luis, a la vez pretendo tender un puente hacia la Filosofía y la Psicología apoyándome especialmente en Nietzsche y Freud.

-El segundo tema descrito será la relación de la novela, más concretamente de este sentimiento áspero y angustioso, con otras obras en la literatura. Predominarán aquí las referencias a la tragedia griega, a libros mundialmente conocidos y a la literatura existencialista.

Antes de comenzar esta reseña, quisiera agradecer cordialmente a Francisco Ortiz sus aclaraciones y la diligencia en sus contestaciones. De otra manera, yo habría estado perdido entre un marasmo de información.



1. La filosofía de la culpa en la novela


Desde mi punto de vista inexperimentado, el primer rasgo que llamó mi atención en la lectura de Última noche en Granada fue la personalidad existencialista del protagonista. Ciertamente, Luis es un hombre particular: soltero, pero integrante de un “affaire” romántico; ex-policía; trabajador nocturno, etc. Ya solo estos aspectos de su vida condicionarían a cualquier persona no positivamente, a mi juicio.

La vida de Luis se desarrolla de una forma un tanto marginada o anormal, a ello hemos de sumar la incertidumbre que provocaría en un sujeto mantener una relación sexual y afectiva con una mujer casada. En este aspecto he podido concebir a Luis como un alumno privilegiado de Zenón. Pero, como sucede a menudo, las apariencias engañan y Luis Castillo no es un estoico, muy al contrario vive una situación de incertidumbre completa, de inseguridad: un dilema moral. No debían sentir algo muy diferente quienes marchaban hacia Tebas y se topaban con la esfinge. La causa de su alienación es su secreto. Su sentimiento de culpabilidad por haber matado alguien en el pasado. Es este arrepentimiento zozobrante lo que define el comportamiento de Luis y da estructura a la novela.

Surge una pregunta al respecto: ¿Hasta qué punto la culpa es culpa de uno mismo?, esto es, ¿es solamente el individuo el único responsable de sus actos y su manera de actuar? Como sucede a menudo, no hay una sola respuesta y sí varias divergentes. Tomaré aquí ejemplos de la filosofía y psicoconducta:

Tenemos por un lado a Nietzsche para quien “el hombre que falto de enemigos y resistencias exteriores, encajonado en una opresora estrechez y regularidad de las costumbres […] este loco, este prisionero añorante y desesperado fue el inventor de la “mala conciencia”. Empero, vemos que Luis no estuvo falto de resistencias exteriores. Por otra parte, sí fue víctima de una angustiosa estrechez, de una decisión impulsiva o, al menos, poco premeditada cuando se le encargó el asesinato. Tanto en el capítulo IV, durante la visita a Pedro, como en el capítulo V, durante su conversación con Eladio, el motivo de la presión externa y la culpa dejan profunda huella en la lectura.

También para Sartre la culpa reside en el individuo, aunque podemos vislumbrar la esperanza a través de “la nausea”. Efectivamente, en Sartre el individuo es un individuo libre, pero no a todos los efectos puesto que el hombre libre siempre está condenado a elegir y sólo él es responsable de sus actos. Parece que Luis se adapta más al traje tejido por Sartre, como demuestra el final de la obra con la elección del protagonista. Esto se refleja sobremanera en el diálogo final entre Luis y Beatriz (páginas 122-123).


2. La psicología de la culpa en la novela


Hasta ahora solo hemos mencionado filósofos, es más, únicamente a dos. No pretendo plantear otras visiones de la culpa como la que tuviera Kierkegaard, para quien el origen del sentimiento de culpabilidad en los humanos nace de su propia consciencia al descubrir que no son perfectos. También hemos visto como estos filósofos atribuyen la culpa de la culpa a un Yo individual. No quiero enraizarme en esta visión, pues pensadores de la talla de Freud, quien fue el maestro del psicoanálisis, contemplaban la culpa desde otra perspectiva.

Y poniendo como ejemplo al mismo terapeuta analítico y su juicio mencionaré que la culpa es anterior, en muchas ocasiones, al delito. Esto fue lo que postuló Freud, quien habiendo examinado a varios pacientes que podían hacer gala de una moral digna de mención en los libros de ética, contempló como muchos de ellos habían cometido hurtos y diabluras varias. Sigmund llegó a la conclusión de que “estas travesuras” no habían sido cometidas malintencionadamente, sino por el mero hecho de ser conductas tabú o comportamientos prohibidos.

La conciencia de culpa afloraba en los individuos cuando las figuras paternas descubrían al individuo. La culpa, a menos que se expiara poco a poco, se estructuraba a cada paso hasta el punto de provocar el trauma en la persona. El Ello (pulsiones e inconsciente primitivo) era el responsable de estos comportamientos y los padres al reprimir al niño los impulsos de amor y sexuales solo colaboraban a acrecentar dicho trauma.

En la página 51 el protagonista reflexiona brevemente sobre la educación recibida. No se señala a la madre como instigadora del sentimiento de culpabilidad, pero el Luis deja entrever muy ligeramente los falsos valores en los que fue educado: la idea de pecado, las pautas de comportamiento ya caducas, etc. En este sentido la madre es contemplada como una deidad omnividente, Luis llega incluso a dudar de si su madre conoce su crimen. Y es que ya sabemos todos lo difícil que resulta mentirle a una madre.

Recapitulando brevemente, podríamos decir que el móvil de la novela, esto es, el sentimiento de culpa, está profundamente marcado por una visión filosófica y psicológica de la vida. Estas marcas se combinan y disponen a lo largo del relato para dar vida a la conciencia de Luis Castillo.




3. La culpa en la literatura precedente


He hablado de la culpa en las anteriores líneas y de sus diferentes concepciones desde diversas ramas de estudio. Resulta arduo esclarecer la palabra sin tener en cuenta más de una disciplina específica. Moviéndonos por la definición de la RAE presenciamos distintas acepciones. La derivada del vocablo latino es: “Imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta”.

En un sentido abstracto esto sería suficiente, pero la literatura, en su calidad de ente universal, no queda satisfecha con una sola definición. Así, ya en algunos de los primeros testimonios literarios, como podrían considerarse los bíblicos, la culpa adquiere otra dimensión: la de “pecado o transgresión voluntaria de la ley de Dios”, que entona más con un carácter teológico.

La visión de Adán, Eva y aquella víbora incitante ya fue duramente criticada por Nietzsche. En la religión católica los neonatos son portadores de una pequeña mancha en su conciencia. Este pecado original es una deuda enfermiza con una divinidad supraterrenal, por ello la moral judeo-cristiana y todos los valores que predica son contrarios a la naturaleza humana. No por ello la pareja del Edén deja de constituir un primer gran símbolo del peso del sentimiento de culpabilidad en la literatura.

Empero, anterior a la doctrina cristiana cohabitaron en Europa muchas religiones. Especialmente influyente en occidente fue el legado grecorromano. Para nuestros antepasados helénicos la culpa era entendida como el sino del héroe: Edipo estaba predestinado a matar a Layo y casarse con Yocasta, podría haber evitado sacarse los ojos, pero Sófocles supo que esto reforzaría la catarsis de su tragedia); Heracles, durante su locura, mató a sus propios hijos; Medea es el prototipo de mujer impía que también acaba con sus retoños y así una larga lista.

En efecto la culpa pesaba en estos personajes como una sombra, no podían librarse de ésta y aquello era lo que daba lugar a la tragedia. El individuo clásico no tenía posibilidad de elección, estaba subordinado a las directrices de las Parcas o Moiras, solo era posible resignarse a su destino.

La Edad Media es heredera en muchos sentidos de la mentalidad cristiana. Las nociones de Dios, pecado y salvación fueron impuestas a los feligreses por diferentes vías. El adoctrinamiento de la población y la censura inquisitorial no dejó que la literatura explorara nuevos horizontes. La culpa fue de Adán y Eva y de nosotros continuaría siendo.

El renacimiento y humanismo marcan una nueva tendencia. Entre las concepciones trágicas de mayor calibre hay que mencionar los dramas shakesperianos, en los que odio, celos y venganza ocupan las primeras filas. Shakespeare, en su calidad de dramaturgo, no dejó pasar la oportunidad que le brindaba un sentimiento como la culpa para dar forma a una de sus tragedias más conocidas: Hamlet.

Aunque en Hamlet prima la venganza, la culpa ya está ahí de antemano. La culpa es de otro. Hamlet es en este sentido un justiciero y por tanto se tendría que analizar la figura de Claudio, culpable del crimen. Shakespeare no descuida este punto y en varios de los monólogos del antagonista el sentimiento de culpabilidad domina la escena.

CLAUDIO.- Aunque la muerte de mi querido hermano Hamlet está
todavía tan reciente en nuestra memoria, que obliga a mantener en
tristeza los corazones y a que en todo el Reino sólo se observe la
imagen del dolor; con todo eso, tanto ha combatido en mí la razón a la
naturaleza, que he conservado un prudente sentimiento de su pérdida,
junto con la memoria de lo que a nosotros nos debemos.

Hamlet, escena III, acto I

Mucho más adelante, otro genio de la literatura y considerado por muchos como el padre de la novela negra, Edgar Alan Poe, se servirá de la culpa en algunos de sus relatos. Especialmente llamativo es El corazón delator, en el cual el protagonista se ve presionado por su conciencia hasta tal punto que le lleva a confesar su crimen.

La culpa adquirirá de nuevo un gran protagonismo en la literatura realista. Gogol (El capote) y Dostoievski, por quien Francisco Ortiz siente predilección (el mismo confiesa que Crimen y castigo es uno de sus libros preferidos), dan un nuevo impulso a la culpabilidad del individuo materializándola como estructura del relato.

En los escritos del novelista ruso este sentimiento se condensa en forma de trasfondo psicológico, lo que en gran medida se refleja también en Ultima noche. El protagonista de Memorias del subsuelo pasa largo tiempo proyectando sus venganzas y desagravios, imagen que también está presente en las cavilaciones de Luis. No obstante, Luis cuenta con un soporte, un cayado que le ayuda a mantenerse en pie y no hundirse desesperadamente: Beatriz. Ella, en calidad de amante, trata de redirigir sus pasos y de salvar a su compañero. Dostoievski, por el contrario, contempló la evasión de este sentimiento de culpa en Dios. Según Fiodor: “la religión es la única forma de superar las desdichas humanas”.

Ya en Dostoievski se atisban rasgos como la presencia de un individuo torturado en su interior y la búsqueda de sentido de la vida. Esto nos acerca a las tendencias puramente existencialistas que encuentran en Kafka su máximo exponente.

Los personajes kafkianos son el mejor ejemplo de pesimismo. La soledad de éstos, su visión frustrante y absurda de la vida y su lucha contra un poder abstracto que no comprenden dan cuentas de ello. ¿Podemos decir entonces que Luis es un existencialista? Sí, aunque hay que salvar algunas diferencias: la angustia de Luis no es algo crónico y él es bien consciente del motivo de su arrepentimiento. Además, no debemos pasar por alto detalles como el final de los relatos: la inmensa mayoría de los personajes kafkianos acaban con su novela, eso es, mueren (La condena, El proceso, La metamorfosis, etc.); Luis logra vencer este sentimiento y superar su situación o al menos la novela deja entrever un atisbo de esperanza. No es en este sentido un personaje absurdo, como se consideraría al protagonista de El extranjero, estandarte del existencialismo humanista de Camus.

Y es necesario para concluir recalcar este hecho. Luis no es enteramente o solamente Luis, es Luis y Beatriz. La mujer juega un papel determinante en el pensamiento del protagonista de forma que me atrevería a decir, salvando las distancias, que podría llegar a analizarse como una pauta de conciencia de Luis, una madre que extirpa a su hijo de la mortificación de su ser, la conciencia que le permite afrontar su culpa.

Cinco minutos de gloria, de Oliver Hirschbiegel

Con unas interpretaciones sobresalientes de Liam Neeson y James Nesbitt, un guión mimado hasta el último detalle y sin innecesarias concesiones a la galería, esta película aborda el problema del terrorismo y la reconciliación de una forma tan madura y diríamos que tan sentida que sorprende y cautiva, rodeados como estamos de tanto cine infantil con apariencia de adulto y tanto intento falso que solo sirve como entretenimiento. Por supuesto, se critica a la televisión y a los detestables programas creados para generar muchos ingresos en publicidad dando morbo y chocolatinas baratas, pero lo importante de esta cinta en la que el hermano de un asesinado y el asesino, ex terrorista, van a volver a verse cara a cara muchos años después de que el segundo le clavara tres balazos a una víctima indefensa es que se da tiempo al espectador a ir asimilando lo que se le muestra, las sorpresas forman parte de la trama con coherencia y no son impostadas y no hay malos muy malos y buenos muy buenos, como vemos en tantas historias hollywoodienses de medio pelo. Este es cine que habría gustado a los grandes maestros del medio, a los más comprometidos directores, a los que aún piensan que el arte no es para degustarlo con palomitas y entre risas enlatadas. Estamos ante un conflicto moral, en el territorio de las mejores narraciones y con los materiales más honestos con que puede ser servido un argumento. Es una de las grandes películas de los últimos años.

Robert Wilson: La ignorancia de la sangre

Éste es el libro que cierra una tetralogía dedicada al personaje del inspector jefe Falcón, de Sevilla, ideada por un escritor del Reino Unido y que alcanzó su momento más destacado en la segunda entrega, "Condenados al silencio", novela de la que he hablado en este blog. Robert Wilson es un buen escritor. Se pone al servicio de una novela negra que tiene tópicos insalvables (o casi) dentro, difíciles de sortear cuando se quiere abarcar mucho. Porque aquí hay una historia de venganza, otra de espías, otra de amor, otra de padres e hijos, otra de pasados complejos que saldrán a la luz antes o después, otra de mafia, otra de terrorismo. Es mucho, quizá incluso para una tetralogía. Pero Wilson no desfallece, y se pone, como digo, al servicio de lo que ha imaginado y del género que ha elegido y se mueve en él con libertad, con soltura y con oficio, con gran dignidad, además de con algo aún más interesante: mimbres de autor con un mundo propio y una capacidad destacable para crear personajes e hilar historias. No es un autor menor Robert Wilson y los fallos de estos libros hay que achacárselos más a las servidumbres planteadas por el subgénero que a la impericia del creador. "La ignorancia de la sangre" es una novela para amantes del género, no vamos a engañarnos, y no sale del mundo acotado de la novela negra. Pero dentro de ese mundo hay que reconocerle a Wilson su buena labor manejándose en un país que no es el suyo, con personajes que ha tenido que crear digamos que desde el principio, sin agarrarse a lo que ha visto o leído, sumergiéndose en otra cultura y en el carácter de los españoles y de los andaluces. Es creíble el inspector Falcón y son plausibles las tramas. Además, de vez en cuando el lector encontrará frases, diálogos de gran calidad, en los que late la capacidad de este buen escritor para acercarnos a reflexiones que no son vanas.
Como se cierran varias historias, iniciadas en libros anteriores, aunque el libro puede leerse sin saber nada de ellas, diré que en esta aventura Falcón tiene que lidiar con una trama rusa, mafiosa, que hunde los pies en varios fangos de corrupción y tráfico de influencias y de drogas que sabemos que no están sacados sólo de la mente de este escritor. Enfrentarse a los que matan sin pensárselo supera a cualquier polícía, pero Falcón va a resolver los casos gracias a que trabaja en grupo y cuenta con un equipo leal y bien preparado, de anónimos policías que dan el do de pecho, que no sucumben, que se entregan de verdad. Es un poco idílica esta visión, pero a ratos los lectores de novelas negras queremos creer en estas cosas.
Con todo esto, con un capítulo muy destacable, inolvidable y de lo mejor de la tetralogía, que es el de un acto terrorista en alta mar contado casi desde dentro de la mente del personaje que lo lleva a cabo, tenemos como resultado un libro cuya lectura resulta muy atractiva, que entretiene más y mejor que ninguna película que aborde temas parecidos y que nos deja con ganas de leer más historias protagonizadas por Javier Falcón.

"Última noche en Granada", en la Universidad de Zaragoza





Comparto con vosotros esta noticia que me ha llegado hoy:



Uno de los trabajos propuestos en la asignatura de Teoría de la Literatura (en el Grado de Filología Hispánica de la Universidad de Zaragoza), que imparte el profesor Alfredo Saldaña a los alumnos que cursan 1º, es el estudio de la novela Última noche en Granada, de Francisco Ortiz.