Graham Swift: Ojalá estuvieras aquí (Galaxia Gutenberg -Círculo de Lectores)


 



Jack Luxton es el último descendiente de una familia de campesinos en Devon, Inglaterra. Durante generaciones han sido ganaderos hasta que las autoridades les obligaron a sacrificar su ganado por la crisis de las vacas locas. Las imágenes de las piras ardiendo se mezclan en la retina de Jack con las de la destrucción de las torres gemelas que contempla en televisión.

«No hay límite para la maldad humana», piensa, sentado solo en la habitación de su cottage en la isla de Wight, mientras contempla el camping bañado por la lluvia que ha regentado durante los últimos diez años con su mujer Ellie. Jack acaba de regresar de la repatriación y el funeral de su hermano Tom, muerto en la guerra de Irak. Ellie y Jack se han cruzado unas palabras terribles, desconocidas para el lector, y ella se ha marchado con su coche. Ahora, con una escopeta cargada, él la espera.

Escrita con una extraordinaria intensidad y una soberbia delicadeza, la novela evoca la existencia cotidiana de un hombre y una mujer en busca de la salvación cuando todo se hunde a su alrededor.


Alice Munro: Demasiada felicidad

   Estupendo texto de mi amigo Juan Herrezuelo dedicado a un gran libro de la reciente ganadora del premio Nobel.

Aquí. 

Carlos Taibo: Repensar la anarquía




    No todo está dicho sobre el tema, ni mucho menos. Y, además, en este momento en el que se confunde desde los medios interesados y se desinforma desde casi cualquier esquina, repensar no va ser malo, ¿no creéis? Este libro de Carlos Taibo, autor también de Libertari@s, es muy oportuno y está muy bien pensando y mejor estructurado. Otro gran acierto de una editorial imprescindible, Los libros de la Catarata, que tiene un catálogo variado y crítico que invita con mucho tino a la reflexión, a repensar la realidad. 

Guillermo Saccomanno: Cámara Gesell

 


   Galardonada con el reputado Premio Hammett 2013, aparece ahora en nuestro país esta novela del escritor argentino Guillermo Saccomanno, nacido en 1948, ganador del Biblioteca Breve en 2010 con El oficinista. Ha recibido elogios de Adolfo García Ortega, Jorge Fernández Díaz y Marcelo Figueras, entre otros, y no son elogios menores ni parecen simplemente destinados a procurarle mayor atractivo al lector indeciso. La lectura del libro lo refrenda: es una novela singular, escrita a muy cortos trechos -aproximadamente de una página de media- y con una hábil mezcla de relatos cortos conjugados con una narración que avanza a fragmentos basada en una serie amplia de personajes que aparecen de cuando en cuando. La intención de Saccomanno tiene mucho de cronista y, sin que le falte nada de literatura al intento, es precisamente en la distancia corta donde se encuentran los mejores logros, en las pequeñas historias que, a modo de microrrelatos, nos cuentan las vidas, los momentos más destacados, las pequeñas hazañas y las tristeza y sinsabores de los habitantes de una Villa en la que hay mucha violencia, muchas mentiras y un poder corrupto que lo salpica todo. Crítica es la mirada del autor, que no se detiene ante nada y que no disfraza lo que ha visto y nos hace llegar -con su prosa ajustada, atentísima a lo coloquial y al hallazgo verbal logrado gracias a un buen oído y una mejor disposición literaria ante un material extensísimo, visto de manera algo pesimista y a ratos cruel, nunca exenta de buen humor y con un guiño puesto en la picaresca y otro en la memoria del cronista de sucesos- un puñado de fragmentos de vida que no aspiran a ser ejemplares en absoluto y que, dentro de muchos años, vistos en conjunto o por separado, nos servirán para saber por dónde andaban, qué motivaba, qué escondían los habitantes de las ciudades medias, esas que no son pueblos ni disponen tampoco de las ventajas de las grandes ciudades en cuanto a lugares de distracción, a lugares deparadores de agradables o desagradables sorpresas.
   Hay mucho Faulkner en Cámara Gesell, y eso me parece motivo de regocijo, pues está bien asumida la herencia del gran escritor estadounidense, imposible de imitar pero creador de mundos y cultivador de puntos de vista narrativos que siguen siendo ejemplares y generadores de muy buena literatura. Quizá a Saccomanno le podríamos exigir algo de novedad en las historias principales, o preámbulos menos previsibles, pero eso  quizá chocaría con la voluntad de decir verdades del autor, que lucha con lo ya sabido o conocido antes -y que nos ha llegado mediante otros libros, series de televisión y algunas películas que abordaron unas temáticas parecidas-, pero el uso de elementos ya conocidos supongo que tenían una intención de trampolín, de muelle con el que saltar a otros territorios y zonas que en manos de escritores de género con poca imaginación devienen simplemente literatura de fácil consumo y más rápido olvido. No es este el caso: Cámara Gesell fue escrita para durar y no seré yo quien apueste por que no será así. 

Isaac Rosa: La habitación oscura

Una de los novelistas esenciales de nuestro país tiene nuevo libro, publicado por Seix Barral. Es una recomendación segura.



Ross Macdonald: La piscina de los ahogados (4). Máquinas de juegos.

   Las investigaciones de Archer ocurren en un corto espacio de tiempo, pero son muy intensas. Viaja mucho y conversa con muchos desconocidos hasta llegar a las personas involucradas en el caso, sin descansar apenas y manteniéndose despierto con café y su buen humor, que nunca es cinismo, algo que sí destila el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán. Archer, por el contrario, reprime algún puñetazo porque quiere seguir mirándose en el espejo, aunque el destinatario sea un tipo que ha colaborado para meterlo en problemas. Archer es siempre juicioso y mide muy bien sus pasos y detrás del sincero y adecuado lirismo de sus narración late una verdad que se corresponde con sus actos. En un bar observa a una mujer a la que estaba buscando y espera la oportunidad de abordarla. Y cuenta de una manera original, transparente y llena de creatividad en la que laten las palabras, pero siempre laten al servicio de las personas, sus sentimientos, sus frustraciones, jamás laten en su propio beneficio, para parecer bellas por sí mismas y para sí mismas.


El barman la abordó:
-¿Algo para ti, Elaine?
Ella arrojó un billete sobre la agujereada superficie de madera.
-Veinte monedas de veinticinco - gruñó con una voz alcohólica que no era desagradable-. Para cambiar.
-Tu suerte puede cambiar - dijo él con una sonrisa insincera-. La máquina con la que has estado jugando está cargada para pagar todo el tiempo.
-¿Qué diablos importa? - dijo inexpresivamente ella. -Lo gané fácilmente, que se vaya fácilmente.
-Sobre todo, se va fácilmente - le dijo el muchacho que estaba junto a mí a la espuma de cerveza del fondo de su vaso.
Mecánicamente, sin ninguna excitación y sin el menor signo de interés, la mujer puso las monedas, una por una, en una máquina cercana a la puerta. Parecía alguien llamando telefónicamente a larga distancia a algún otro que estaba muerto desde hacía años. Algunos dos y cuatros, un solo doce, estiraron su dinero. Volvieron como algo natural. Jugaba con la máquina como si fuera un instrumento mudo hecho para expresar la desesperación.

Laura Restrepo: Hot sur

   


   No es Hot sur una novela negra a la antigua usanza, con asesinatos e investigaciones, y tarda en mostrar sus cartas pese a que el episodio inicial nos sitúa en un ambiente inquietante, incluso apremiante. Sabe la autora llevarnos muy bien por la trama, que muestra y esconde con habilidad sus flecos y sus coyunturas mientras va dotando de fuerza y de serio ropaje literario a unos personajes vigorosos que son sin duda lo mejor del libro. Se alterna, así, el detalle de pasada con la exploración a fondo de temas que van situando a la novela en un paisaje híbrido, personal, nunca desfalleciente, aunque quizá en algunos momentos prolijo. La facilidad de Laura Restrepo para contar es a la vez el mayor aliciente y el peor exceso de la novela, que tiene más de quinientas páginas y parece apuntar que no habría mostrado problema alguno en sumar otras cien o doscientas. Se nos cuentan muchas cosas, bien es cierto, pero se tiene la sensación de que ha habido una tendencia a lo verboso que no siempre es  justificable, no porque quiera yo sujetar a la novela a los postulados del género -a lo que soy contrario-, sino a lo que estimo que son desajustes internos al otorgarle mucho espacio, por ejemplo, a todo lo que ocurre en la cárcel y tan poco a suministrarnos información y sentido a la configuración del serial killer, uno de los cuatro personajes claves de la novela, cuya presencia la vertebra claramente, pues con él empieza y acaba. 
   Hot sur cuenta con elementos suficientes como para no orillarla ni catalogarla en tres frases. La historia de una colombiana que va a parar a la cárcel tras un asesinato del que no tiene culpa está pensada para enganchar y engancha porque el personaje tiene una poderosa voz propia, es creíble y arroja tantos aciertos compositivos que sencillamente encadila. Bien secundada por el padre de un amante que la ayuda cuando sale de la cárcel, otro personaje de una pieza, brillante y sólido, basta seguir la historia de la colombiana en Estados Unidos para disfrutar de eso que definimos como buena literatura. Pero la apuesta de Restrepo por la historia policíaca no cuaja y hay dos espejos enfrentados, dos imágenes enfrentadas en la novela, no complementarias sino paralelas, en vías que no pueden encontrarse felizmente. Esto no lleva a Hot sur al límite del despeñadero, pero sí fuerza al lector a reconocer demasiadas referencias cinematográficas y literarias, nobles referencias en las que se apoya Restrepo como para justificar que no está bajando a la arena movediza de la novela de género y vuelve endeble el andamiaje, la verosimilitud de lo que se nos narra, lo que desemboca en un final apresurado, como impuesto para alumbrar un casi happy end imposible, increíble y que solo añade un aire deslustrado y demasiado literario, demasiado novelesco, donde se ve una vez más el conflicto interior de este proyecto fallido: la conjugación de alta y perdurable literatura con el destilado algo acomplejado de materiales de derribo que no renacen, no acompañan como es debido, muestran sus costuras aunque haya muchas justificaciones y referencias cultas. Le ocurre a Hot sur lo que a otras muchas novelas negras firmadas por grandes escritores -y que nadie dude de que Restrepo lo es; yo no-: hubieran sido mucho mejores alejadas del género, sin escenas planas que se diría sacadas de películas o de otras novelas, contadas pues sin convicción, usadas sin ánimo de renovación  alguna, equivocadamente tocadas al desgaire como melodías ya demasiado conocidas y desgastadas, como viejos instrumentos en los que no hay convicción para sacar sonidos nuevos. El personaje femenino de esta novela, la caracterización casi magistral de los dos personajes principales empujaban a Restrepo a una historia más sencilla, nada negra, más atenta al sano e inmortal realismo, a un bien medido costumbrismo incluso, y habría sido sin duda una novela mejor, no sólo de absorbente lectura y de fácil y perdurable acomodo en la memoria, sino hasta excelente y vindicable en todo foro y todo espacio de crítica y estudio. 

Ross Macdonald y Lew Archer

En El País, escrito por Juan Carlos Galindo, un exacto y muy bien documentado retrato de Lew Archer. Aquí. 

Rafael Chirbes: En la orilla




   Seres desamparados, desesperanzados habitan en la nueva novela de Rafael Chirbes, personas que se sienten solas y que sufren por estarlo, que se hablan y se cuentan sus penas con rabia y desilusión, sabedoras de que han perdido mucho y han encontrado poco que merezca la pena en este valle de lágrimas que es la época en la que nos ha tocado vivir, con poco trabajo y mucha necesidades, con muchos desencuentros y demasiados sentimientos oprimidos o falsos, con tanta voluntad y tan poco premio. Narra como apenas uno o dos escritores más de nuestro país podrían hacerlo (equilibrando muy rigurosamente realidad y literatura), cuenta Chirbes cosas necesarias y evidentes, palpables para cualquiera que sale a la calle con los ojos abiertos y el corazón sin armadura, con tanta sabiduría narrativa y vital que casi se queda solo en su cénit autoral: por amargo, sí, pero también por sincero, por atrevido, por radical y por auténtico.
 
  La narración de un carpintero que ha perdido su empresa y ha tenido que despedir a su empleados tras haber querido invertir en el ladrillo y haberse dado de bruces contra la realidad de la quiebra de las empresas y del paro y la crisis galopante se alterna con los monólogos y los diálogos de otros personajes imprescindibles para comprender mejor qué pasa ahora y aquí mismo: una empleada del hogar colombiana, un ex trabajador que por su avanzada edad laboral teme que nunca más volverá a trabajar, el fracasado que no sabe encauzar de nuevo su vida si no es partiendo del respeto que se le tiene a quien sale cada mañana a cumplir un horario y a ganarse el pan con sudor y aclimatándose a lo que se presente, la mujer que solo en su perro ve alegría y bondad y ternura, la ironía distanciadora del que triunfó y supo guardar dinero para cuando los demás se quedaran con poco o con nada. Y en ese ir y venir de voces, en el repaso a lo último no hace más que aguijonear sin equivocarse una vez y otra el gran escritor valenciano sacando de la realidad fragmentos representativos y furiosos diálogos y agonizantes quejas que conmueven y no suenan en ningún caso exagerados ni insinceros: corremos hacia la desgracia, dice Chirbes, y no nos paramos ni siquiera cuando vemos el abismo, así es el hombre de nuestro tiempo, así es empujado el hombre de nuestro tiempo (tanto si lo sabe como si lo ignora o finge ignorarlo). En la orilla se quedan los que han sabido mentir o mentirse, los que han ganado mucho dinero sin escrúpulos, pero los que sufren caen y los que aún tienen capacidad de empatía caen. Es tiempo de borrón y cuenta nueva: Chirbes ha levantado acta y deja para el futuro la crónica de un suicidio colectivo, de un homicidio colectivo, esta novela dura, brava, cabreada, esta obra mayor de nuestras letras que es una sacudida y un epitafio, sí, pero también un saludo a lo que vendrá después, alguna vez, mejor y limpio, de una vez limpio y para todos, sin excepciones. 

Ross Macdonald: "La piscina de los ahogados" (3). Descripción de una mujer.

   No afirmo gratuitamente, ciegamente que Ross Macdonald es el mejor escritor de novela negra. Aporto explicaciones, ejemplos. El presente ejemplo es la descripción de una mujer. En palabras de Archer. Subjetivas, líricas en muchas ocasiones son las palabras del detective privado creado por Macdonald. Veamos este ejemplo:
La tercera persona de la mesa era una joven de cabello ceniciento que llevaba un túnica blanca y plisada. Cuando inclinó la cabeza, su corto cabello brillante cayó hacia adelante enmarcando castamente su rostro como una toca.
...Eché una rápida mirada a la mujer para confirmar mi primera impresión. Su atmósfera era como oxígeno puro: si se respiraba profundamente podía causar vértigo y alegría, o podía envenenar. Tenía unos ojos melancólicos, bajo largas pestañas, y mejillas ligeramente hundidas, como si se hubiera alimentado de su propia belleza. Sus carnes tenían ese levísimo exceso que hace que los hombres sigan a una mujer por la calle.

   Vemos perfectamente al personaje. Macdonald, con un par de comparaciones -la más hermosa de las figuras literarias, en mi opinión, la más rica, pues pone en relación dos elementos inesperados- y un par de imágenes plenas, algo hiperbólicas -elemento requerido por el tipo de novela y muy adecuado- nos ha puesto delante a una mujer que puede o no recordarnos a otra que conozcamos, pero que seguro que ha adquirido presencia, se ha corporeizado.

Cuando las películas votan




   Lo edita Los libros de la Catarata, que cuenta en su catálogo con más novedades bien seleccionadas, ensayos que ayudan a entender mejor nuestro mundo y a meditar con acierto acerca de cuestiones que a todos nos inquietan y nos interesan. Cuando las películas votan ve la luz con la firma de Pablo Iglesias Turrón en su portada, ya que es el compilador de 18 textos (autor, además, de dos de ellos) que, partiendo de series y películas muy conocidas -Espartaco, Lawrence de Arabia, American Beauty, Blade Runner-, nos acercan a temas como el liberalismo, los neocon, la violencia política, le democracia, la revolución con miradas agudas y abiertas al diálogo con el lector.  A mí me atrapó el dedicado al personaje de James Bond, que apareció extractado en un adelanto editorial en eldiario.es y me resultó atrevido, divertido y profundo a la vez que muy ameno, así que me imagino que el resto del libro será igual y por eso lo recomiendo aquí y ahora a todo aquel que no se conforme con lo que vierten los medios de comunicación como masa trillada y aún quiera ejercitar el poderoso músculo mental. 

Antonio Benítez Barrios en el CAF




La exposición de este fotógrafo algecireño, dedicada a Chernobyl, se inauguró ayer en el Centro Andaluz de la Fotografía y cuenta con 37 imágenes captadas con paciencia y mucha intuición certera que invitan a  recordar y a pensar.  Conocí a Antonio en Sevilla hace muchos años casualmente y en mi casa tengo una foto suya, dedicada, en un lugar principal. Cómo me alegra ver el buen fruto de su perseverancia y de su gran talento.