Único testigo, de Peter Weir

Una película sencillamente perfecta. La historia es de las que te mantienen con los ojos pegados a la pantalla porque te lo crees todo, te importan los personajes, lo que les pase. La escena en que construyen la casa, con la impagable música de Maurice Jarré, es sencillamente antológica. Esta historia de un policía refugiado en la comunidad Amish, que se siente atraído por una mujer viuda y con un chico, nos habla del amor en otro ámbito; presenciamos una toma decisiva de decisiones de los personajes, que como en pocas películas están vivos y crecen según avanza la trama. Las escenas de acción son tan exactas y necesarias que parecen rodadas con un cronómetro en la mano y esa imagen, casi al final, cuando vienen a matar a Book y bajan las tres figuras por la carretera mientras amanece es de las que jamás se olvidan, como algunas del western clásico. Ciudad y violencia, campo y paz, tranquilidad: pocas veces el género negro halló mejores actores, director, músico y guionista. Es una película a la altura de cualquiera de los cuarenta o los cincuenta, una de las mejores de los últimos veinte años.