Hollywoodland, de Allen Coulter


Es difícil inventar, es difícil innovar, qué duda cabe. Una película con un asesinato y un detective privado dentro se presta al malgasto de todos los tópicos posibles. Algunos son insoslayables, alguna repetición es imposible esquivarla. Salvando algunos pequeños detalles, creo que esta es una gran película, y junto a "Match Point", de Woody Allen, y "La noche de los girasoles", de Jorge Sánchez-Cabezudo, una muestra de que el cine negro de cinco estrellas sigue absolutamente vivo y coleando, como diría el inefable Philip Marlowe. Incluso podríamos considerar "Hollywoodland" la otra cara de "Match Point", su complementaria: en ambas se habla del éxito, pero en la segunda alguien triunfa a toda costa y en la primera el éxito le es negado al que lo desea, hasta el punto de que ha de llegar la muerte para alejarlo definitivamente de cualquier posibilidad de logro. "Hollywoodland" es una obra hecha con placer, con mimo, cuidando cada detalle y cada fragmento de la historia, y el amor por los personajes se nota, traspasa la pantalla, porque el director no se ha empeñado en lucirse y ha buscado el aroma de lo clásico, la certeza de las obras clásicas, la verdad de tantas películas clásicas. No hay tiros, no hay puñetazos de más, no hay una acción descerebrada e idiota que estropee la función: hay una trama en la que es fácil involucrarse, seguir, de la que es fácil dejarse llevar. Han matado a Supermán. Los niños están tristes. Después odian al actor, por suicidarse (versión de la policía). Cuando el detective privado Louis Simo empieza a investigar todo está dicho, todo está está escrito, porque lo más importante no es cómo murió el actor que encarnaba en una serie de televisión a Supermán, sino que antes de eso habían muerto sus sueños, sus deseos, habían asesinado sus pasiones y lo habían dejado solo, solo ante sí y ante su triste vida. La madre no quiere saber si le mataron o se mató, porque le basta con que alcen una estatua en su honor, la amante llora porque no le tiene, la novia con la que no se casará le detesta, y las tres le recuerdan, pero Allen Coulter se encarga de mostrarnos que no es suficiente, que el amor a veces no basta, ni la admiración, ni las palabras, ni una presencia cálida cuando todo se ha muerto por dentro y no queda ningún fragmento de piel que pueda recibir las emociones provenientes del exterior. Ha muerto el Superman de la televisión: ha dejado tras de sí esta soberbia película -que recordaremos dentro de muchos años-, dos horas de cine que nos hablan del fracaso, la vida, las frustraciones, los amores que dejan huella y los amores que sólo son una marca en la piel, apenas más persistente que un maquillaje. Y seguramente muchos espectadores saldrán del cine tristes pero aliviados porque han visto una de esas películas que saben a verdad, a vida en una pantalla, como en los viejos tiempos.