Walter Mosley: "El demonio vestido de azul" (4). Crónica de un tiempo y de un país


Hay una suerte de sinceridad, de proximidad en cómo narra Walter Mosley que le engrandece y que es como si nos situara al lado de una ventana por la que vemos una calle y cuanto ocurre. Claro que esto sería insuficiente. Veríamos sólo lo exterior, sólo paisaje, y no tendríamos acceso al interior de los personajes. No es así: la voz de Easy está en continua lucha, en una permanente transición que le lleva de un deseo de estar tranquilo y sentirse seguro a meterse en problemas necesarios para poder pagar su casa y todos los demás gastos. Mosley lo refleja muy bien, así como las diferencias de las clases sociales y de raza. Hablando hace poco con un escritor amigo sobre estilos literarios, y él me decía que el de Hemingway y sus epígonos estaba de alguna manera superado, había que buscar otros derroteros. Acaso tuviera razón, en parte. Discutimos a veces porque yo defiendo casi en exclusividad la primera persona narrativa y él la tercera. En la novela negra es preponderante la primera. Mosley no abusa ni se deja llevar por los tópicos. Easy habla no sólo contando, sino dialogando con el lector, porque su voz es templada y de medio tono. Incluso asegura que él mismo oye una voz interior que le dice cómo ha de hacer esto o lo otro: "Es una voz sin lujuria. Nunca me ha ordenado violar o robar. Simplemente me dice cómo son las cosas si quiero sobrevivir. Sobrevivir como un hombre." Y yo percibo así su voz narradora: no cuenta hechos tremebundos ni sangrientos gratuitamente ni para destacarse o escandalizar porque sí, sino que nos habla de una lucha por la supervivencia en lo físico, en lo económico y en lo moral. Así, Mosley hace crónica de un tiempo y de un país.