Walter Mosley: " El demonio vestido de azul" (y 8)


Ante todo, me gustaría que quedara patente que Walter Mosley es un autor de una gran categoría, que cuenta unas historias creíbles que se encuadran en el género negro pero son grandes obras literarias. Estamos ante uno de los escritores más interesantes del panorama actual, más allá de cualquier tipo de encasillamiento. Si en un autor como Juan Marsé detectamos de inmediato la gran aptitud pero sus detractores señalan como punto flaco su capacidad para emocionarnos y meternos de lleno en su mundo creativo, al ser tan personal, quizá a algunos pueda ocurrirles algo semejante con Mosley y su detective negro e inconformista, y cada cual ha de revisar la vigencia de sus prejuicios: pocos autores como estos dos son tan absolutamente novelistas en un tiempo en que la novela es casi siempre un pastiche. "El demonio vestido de azul" engancha al lector de ojos limpios desde el primer párrafo y no lo suelta hasta el final, dándole entremedias tantas oportunidades de gozar del acto de leer y de sentir y de pensar que creerá asistir a un banquete que le parecerá cosa del pasado. Pero no nos alteremos: todo está en su sitio, no hay grandes frases cada dos páginas para impresionar, no hay una narración de frase larga y cadenciosa que es como una ola en un mar de olas dulces - y que anestesian a la postre los sentidos -, sino una presencia constante, una voz que no desfallece y no embauca, que, tan próxima y certera, parece absolutamente real. El detective Easy Rawlins investiga por primera vez y por primera vez se siente detective. No tiene un arma, ni licencia, sólo es un negro pobre que quiere mantener su casita, su pequeña propiedad. Estamos en 1948. Tiene que encontrar a una bella dama con acento francés a la que busca un hombre que viste casi enteramente de blanco y tras el que está un poderoso, uno de esos tipos que pueden conseguir que un candidato a alcalde se suicide después de descubrir sus más oscuros secretos. La chica ha abandonado al poderoso llevándose 30.000 dólares, que el rico no tiene especial interés en recuperar: quiere a la chica. Easy investiga a la fuerza, para pagar su hipoteca primero y para que no lo maten después. La policía lo lleva a un minúsculo cuarto y lo maltrata, le apuntan con una pistola en otro capítulo, le ponen una navaja en el cuello. Ha de recurrir a la ayuda de un amigo de Houston que mata con la misma facilidad con que se queda, de golpe, dormido en cualquier sitio. Pero llega al final, encuentra a la chica y conoce su historia, la de una mujer que es un demonio vestido de azul, poderosamente atractiva y camaleónica, adaptable a cada hombre según sus características y sus defectos. No es su andadura típica ni tópica, no hay indagación al temido y actual estilo de pregunta-respuesta, no hay embrollos artificiosos ni interrogatorios repetitivos y cansinos como tanto se estila en la actualidad, sino un viaje a un mundo en que los negros eran seres inferiores; las mujeres guapas, diosas; y los ricos, seres casi divinos. Como ahora, vamos. Cuánta falta nos haría un Easy Rawlins español, que viviera en 2008 y acertase a describirnos nuestra confusa realidad, tan falsamente transparente.