Mario Lacruz: El inocente


Pocos primeros capítulos me han parecido tan buenos.
Un detenido va en un coche con dos policías. Mario Lacruz utiliza una técnica diáfana y manejada con soltura para llevarnos adelante y atrás y contarnos lo que piensa el detenido -un hombre rico, poderoso- en el coche y lo que pensó cuando lo detuvieron. Con gran precisión le vemos dentro del coche y en el hotel al que fueron los policías a detenerle, vemos su intento de morir abriendo una puerta y arrojándose fuera del vehículo. Como en un cuadro impresionista, fluyen las ideas, los recuerdos por la cabeza del hombre, sentimos su angustia y su desazón, su miedo a morir, su miedo a perder su buen nombre. Lacruz hilvana y deshilvana, como en una composición musical maneja motivos que van y vienen -igual que en el inicio de muchas composiciones, sobre todo cinematográficas, que exponen de partida todos los temas que luego se desarrollarán en profundidad a lo largo de la obra-, que rozan o que se clavan un instante, que dejan estela, que apenas crean el eco apuntan su desaparición y luego regresan, con más fuerza, como una imagen que sale de la cubeta del fotógrafo y deja de ser algo latente para convertirse en absolutamente cierto.
Pocos primeros capítulos de una novela negra podréis leer que sean tan especiales como éste, amigos. Está escrito por alguien que entra en el género con todas las armas del gran autor, con todo lo que la historia de la literatura ofrece, sin desdeñar el monólogo interior, el movimiento pendular del narrador que recoge los pensamientos de varios personajes, la descripción puramente visual y la psicológica. Un prodigio, ya os digo. Y con una prosa limpia, ajustada, muy expresiva, muy bien llevada con aclaraciones y matizaciones entre guiones que no alteran el ritmo de la frase ni su contenido. Un capítulo, en todos los sentidos, verdaderamente ejemplar y fruto de una mano maestra.