Hay autores con una obra fundamental detrás que, por mala suerte o por desidia editorial, no llegan a lectores que, aunque no lo saben, los esperan. Los periódicos y sus suplementos culturales, cada vez más dedicados a loar la cultura popularecha, que no popular -lo primero es sinónimo de muy conocido pero no de calidad; lo segundo es sinónimo de conocido y no excluye la buena calidad-, dejan pasar ocasiones magníficas y andan casi siempre a remolque de los acontecimientos. ¿Alguien recuerda que se le haya dedicado a E. L. Doctorow un espacio como el que merecen sus libros?
Miscelánea, que edita libros con buen gusto y selecciona con un criterio encomiable, se presenta de repente con tres novelas, tres, de E. L. Doctorow. Y no son cosa pequeña. Estamos hablando de "El libro de Daniel", "Ragtime" y "Ciudad de Dios", tres novelas de una altura inmensa, de una calidad incuestionable, que esperan a los lectores que auparán aún más a su autor al lugar que le corresponde, pues es un clásico vivo, un grande entre los más grandes narradores estadounidenses de todos los tiempos, digno de estar junto a Faulkner, Steinbeck y todos los demás que se os ocurran.
"El libro de Daniel" fue ensalzado por Joyce Carol Oates, que afirmó: "El arte a este nivel sólo puede ser causa de regocijo". Obtuvo una crítica en el San Francisco Chronicle digna de mención: "La novela versa sobre un tema muy comprometido: ¿qué sucedería si los niños que han visto cómo el FBI se llevaba a sus padres fueran de hogares de acogida a refugios, los visitaran en el corredor de la muerte, crecieran en un período histórico delirante?... Esta es una novela contemporánea extraordinaria, una obra sensacional." Doctorow es un autor de izquierdas, de los pocos que quedan. De los que se mojan. De los que no andan por los temas que elige como otros por la orilla de la playa. Se zambulle, se mancha, y consigue que el lector tambien se zambulla, también sienta deseos de mancharse con las historias ajenas, con los dolores ajenos, con los padecimientos ajenos. Doctorow analiza pero todo lo cuenta, lo cuenta: sus libros son eminentemente literarios, son creaciones poderosas con narradores inolvidables.
"Ciudad de Dios" es otra muestra de la capacidad de reinventarse de Doctorow, que asume un estilo modernista en "El lago", otro de larga frase y períodos largos pero dotados de un ritmo excepcional y ligero como nunca antes en "Billy Bathgate" y aquí inserta poemas, cartas, alza una sinfonía impresionista con la que se transforma y nos acerca al inacabado debate sobre Dios, sus creyentes, la religión, del que podemos esperar la misma hondura de siempre, la misma creatividad inigualable, la misma prodigiosa sensibilidad que acerca al lector al narrador y a los temas tratados, a cada escena de la novela sin esfuerzo, como si la historia estuvieran susurrándosela al oído.
"Ragtime" es esa clase de novela con que contados autores se chocan una vez a lo largo de sus vidas. Es más conocida que su autor, recurrente en conversaciones literarias y cinéfilas, raramente discutida y que ha llegado a todas las capas lectoras a que puede llegar un libro. Existen ediciones de quiosco, de tapa dura y de tapa blanda, está en colecciones dedicadas a las obras maestras: es una novela inmortal. Doctorow bucea como pocos en el pasado, jamás cae en las indolencias y las complacencias de la novela histórica, elige el pasado no para largar discursos encubiertos sobre el presente sino para decir más y mejores cosas que los historiadores, arranca pedazos de momentos muertos o enterrados y los combina con otros grandes, fastuosos, comúnmente conocidos, y con esa materia hace un todo indivisible, nada exhibicionista, siempre al servicio de la verdad, por cruda que esta pueda resultar. En "Ragtime" se habla de la situación de los inmigrantes, de las primeras huelgas obreras, de la discriminación racial. Pero se cuenta desde el punto de vista de los miembros de una clase media, con la que es fácil identificarse. Probablemente, dentro de doscientos años libros como "Ragtime" dirán más y mejor de quiénes somos y quiénes fuimos que los extensos tratados y estudios de fríos hombres de biblioteca que siempre se olvidan de los de abajo, de los que arrimaron el hombro, de los que son como tú y como yo.
Miscelánea, una editorial que no podía empezar mejor, se merece un aplauso por traernos de una tacada -en sólo seis meses- estas tres novelas imprescindibles de un autor al que seguramente le darán el Nobel un año de estos, cuando a los Estados Unidos les corresponda un premiado. Sin Updike, con el viejo Roth incordiando y libre aún por ahí, con Joyce Carol Oates y Anne Tyler cerca, los méritos de Doctorow no son menores ni quedan atrás. Una prueba más la aportaré próximamente en este blog, cuando os hable de "Billy Bathgate", la inmersión de Doctorow en los años treinta y los gánsteres de entonces, tan sobresaliente que por sí sola ya valdría para hacer de nuestro querido autor un clásico de la literatura del siglo XX.