Margaret Millar: Más allá hay monstruos


Es difícil entender por qué se olvida a un buen escritor. Hay modas, por supuesto. Hay opiniones, por supuesto. Pero también debe haber memoria. Creo que es muy justo recordar que Margaret Millar formaría parte del mejor grupo de escritores de novela negra que pudiéramos imaginar y juntar. Es un clásico, y me temo que la ha perjudicado no tener un investigador fijo en su libros que actuara como reclamo y como bandera. También, cómo no, ser una mujer. Y también que sus libros no discurran por caminos trillados, conformistas, los repetitivos mundos de asesinados y buscadores de asesinos.
Margaret Millar es una escritora muy completa. Creó personajes con vida propia, muy distintos y muy bien diferenciados en sus maneras de hablar y comportarse, ya fueran un abogado, un chico de catorce años, un policía, el dueño de un rancho o una madre medio loca. Sus argumentos no son retorcidos, sumamente complejos, no están trufados de violencia desatada ni disparos a mansalva. Millar escribe como lo haría quien no está anclado en un género, quien no se siente preso de un género y, sin menospreciarlo nunca, no se olvida de que las novelas están hechas de la carne y la piel de los personajes, así como de su alma y sus deseos frustrados. Millar elige situaciones criminales y escribe libros en los que se palpa lo que se dice, se siente porque es sólido, material e inconfundible. Millar era una escritora realista que entendió que la mejor manera de hablar de su época y de sus contemporáneos era a través de la tragedia, de la novela trágica y negra, que mucho tiene que ver con las obras de teatro del pasado en que al escenario subían personajes, trama, cuestiones por dilucidar y llanto, amargura, dolor, vileza, pero también desesperanza tenue, amor desenfocado, ternura quebrada, soledad provisional. No hay en Millar cinismo ni crueldad, no hay gratuitas páginas entregadas a la loa del nihilismo, no hay ningún derroche de frialdad ni de cerebralidad. Y, creedme, tampoco ingenuidad ninguna.
"Más allá hay monstruos" se desarrolla casi por completo en un juzgado y en un rancho. Hay un juicio para dar por legalmente muerto a un hombre que desapareció un año antes. La madre no quiere que el juez dictamine para siempre y la viuda espera que lo haga para poder seguir su vida. El capataz del rancho será un testigo indispensable. El policía que buscó al hombre desaparecido también. Millar se mueve entre los personajes con una agradable soltura, dejando detalles de lo que son y creen ser, de lo que les mueve y quizá también de lo que ocultan. Con una poderosa imaginería visual -muy deudora de los grandes escritores del sur de los Estados Unidos, empezando por William Faulkner-, Millar adereza, sin demasiadas comparaciones del tipo "como, como si, semejante a", el texto con elementos que nos hacen entender mejor lo que está pasando, que ayudan a careacterizar a lo personajes y a situarlos en su ambiente. No hay desperdicio en este texto. Millar escribe bien - qué pocos narradores negros actuales son capaces de hacerlo como ella, que nunca olvidaba que una novela es historia y palabras-, a ratos incluso muy bien, y jamás malgasta fuerzas en nada que no ayude a la trama a avanzar. En la economía de medios halla un cauce muy apropiado al sentido de sus narraciones, que son mesuradas, claras y profundas, aunque nunca pesadas, nunca cargantes -me vienen a la memoria Mankell y otros, que no aprendieron a pulir, que creen vencer sumando y sumando y sumando-: acercamientos perspicaces a asuntos que tocan el tema criminal y develan aspectos del alma humana con pericia y un tenue pudor que ennoblece sus historias y el sentido último de las mismas.
"Más allá hay monstruos" es lo que se escribía en algunos mapas medievales para señalar zonas de nuestro planeta a las que no se había llegado o era mejor no llegar. Millar titula así su libro porque detrás de todo lo que vemos y leemos se alzan algunas dudas: ¿habrá muerto realmente el hombre desaparecido, lo mataron ? ¿Qué ocurrió? ¿Damos el paso? ¿Vemos si hay monstruos? Que no tema ningún lector. En esta novela pequeña sólo en apariencia no habrá nada que lo asuste y sí mucho que le satisfaga. Es una obra pequeña sólo en apariencia de una autora mayor.


(Edición de la lectura: Bruguera. 1981.)