El primer capítulo de esta novela es un magnífico ejemplo para quienes empiezan en el mundo de la literatura, es ideal para las escuelas de jóvenes escritores. Doctorow narra con gran limpieza y gran precisión y una cantidad adecuadísima de detalles una escena en un barco vista a través de los ojos de un adulto que recuerda y que entonces era un muchacho, un aprendiz de gánster. Al colaborador más estrecho del jefe de los gánsteres lo han atado a una silla y le han metido los pies en un balde con cemento que va endureciéndose. Van a arrojarlo al mar. El hombre suplica que le maten, que lo hagan sufrir, insulta al jefe pero no consigue su propósito. Se desespera aún más cuando al camarote traen a la chica con la que estaba cuando por la fuerza lo arrastraron hasta el barco. Ella se asusta, vomita sobre su vestido. Después el jefe se la lleva y deja solo al que va a morir. Arriba, un ayudante del jefe habla con el piloto sobre los trabajos que hacían en el pasado, en barcos y lanchas, cada uno a un lado de la ley, pues el piloto fue teniente en un guardacostas y hacía la vista gorda ante ciertas embarcaciones que transportaban cajas con contenido nada legal. El hombre que sufre ruega que le maten, pero nadie quiere oírle.
Son 23 páginas magistrales, escritas con frases largas que nunca cansan, pues no se estiran porque sí, sino que poseen un ritmo mantenido y subyugante y lleno de información útil y necesaria. Bathgate dota al narrador de una mirada minuciosa pero también ágil, e inserta muchas emociones sin lastrar la narración, ya que no recurre a ningún tópico. La escena se alza perfectamente real ante la mirada del lector, cada persona se mueve y nos atrae, cada gesto anotado por el narrador nos cautiva también a nosotros. Es admirable verlo y saberlo y meditar después de haber disfrutado con el texto y concluir que sin ningún tipo de virtuosismo vacuo puede contarse tan bien una escena.