Frozen River, de Courtney Hunt


El hielo está en "Frozen River" no sólo en el paisaje, sino en la mirada de la sociedad que deja de lado a los más débiles y desamparados, en las leyes que persiguen a quienes se están cayendo y no a quienes les mandan correr y huir, en el dolor y en el vacío de los personajes que la protagonizan, pues en su dolor frío y en su vacío helado hay una humanidad que clama y solloza en la nada. El remedio llega de los propios humillados y ofendidos, nace de ellos, de ellos brotan la amistad, la solidaridad, el deseo de estar juntos y luchar contra todo, aunque ese todo sea inmenso y les queden pocas fuerzas. "En Frozen River", como hace algún tiempo en "Adiós, pequeña, adiós", he encontrado el gran cine que atrapa, conmueve, hace sentir y pensar, que no te permite ser sólo espectador. El cine que uno tanto echa de menos.
"Frozen river" es la historia de dos mujeres que están solas, que desconfían una de otra pero tienen que unirse para conseguir dinero llevando en el maletero de un coche a inmigrantes ilegales de un punto acordado a otro, por lo que cobran la mitad al partir y la mitad al entregar la mercancía humana. Ninguna es feliz, ninguna hace ese triste trabajo sino porque no le queda más remedio. Una les sirve de cena a sus hijos palomitas de maíz y una bebida amarilla. La otra malvive en una caravana, apenada por el recuerdo de un hijo que le quitaron cuando dio a luz y al que ve muy difícil recuperar. No hay tópicos en esta historia, y está construida con una sabiduría que pocos muestran ya en la escritura cinematográfica: las escenas se encadenan, los diálogos son los precisos, la carencia de medios deviene ejemplar puesta en escena, los personajes tienen vida propia y no están a merced de los devaneos de la historia. Hay detrás, por supuesto, alguien que ha escrito un guión despojado y eminentemente literario, hijo del mal llamado realismo sucio, deudor de la mirada cargada de piedad de un Richard Ford. Y estamos ante una trama que cuenta sustrayendo, que no se abisma jamás en la redundancia ni en el sentimentalismo -y eso que hay oportunidades, muchas, con los niños que crecen solos, con la deudas de la madre, con la historia del niño robado-, porque entonces entraría en los terrenos de la mentira, de las concesiones, de las emociones pactadas y manufacturadas que tan abundantemente nos sirven en las películas de grandes presupuestos. Quien ha escrito "Frozen River" -la propia directora -ha ido a la médula de los asuntos, no ha movido la cámara por los desolados paisajes exteriores e interiores más que cuando era necesario y en la limpieza de las escenas -de las páginas- vemos que la verdad vence, descarnada y pura, como pocas veces en el cine actual.
Pero además está el final de la película, con las decisiones últimas de los personajes -decisivas, como las de la pareja de detectives de "Adiós, pequeña, adiós"-, que mandan todo un mensaje para quien quiera ver y quiera saber y sacudirse las legañas o las telarañas o la mugre económicosocial que tapa la mugre moral que nos envuelve. Con ese final, de película excelente pasa a imprescindible, a inolvidable.