Hay un momento en esta intensa película en que Sterling Hayden, que realiza una soberbia interpretación, sostiene el revólver que siempre lleva encima de una manera que le hace ver al espectador que es un arma, un objeto pesado y mortal, solo sopesándolo, teniéndolo en su mano con cuidado y atención pero también con una familiaridad que evidencia su uso y su aprecio tan a las claras que uno sigue sus movimientos fijamente y comprende que está ante una cuidada puesta en escena y una dirección de actores absolutamente ejemplar, ante una obra irrepetible.
Y elijo esa escena, ese detalle aparentemente menor -ya que Hayden ni siquiera está ocupando el primer plano- como entrada a una película que no tengo dudas de que es una de las grandes de la historia del cine: de las más grandes. Tanto por su realización excepcional como por su guión milimétrico, realista y a la vez muy simbólico, así como por la elección de los actores, que actúan con una vigorosa convicción, persuadidos de que se hallan dando vida a unos personajes memorables. La jungla de asfalto, con tanto realismo del bueno, exhibe una concepción creativa que de forma abrumadora y satisfactoria apuesta por el sentido profundo de la narración de ficción y la creación razonada e historizada de personajes. Y si la recuperamos en una época como esta, saturada de mentiras en la verdad y en las pantallas, en lo vivido y en lo imaginado, en lo público y en lo privado, nos servirá doblemente pues la revisión de este clásico impagable y la degustación de todas sus escenas, una por una, nos entretendrá y nos fascinará tanto como si de un libro maravilloso se tratara y de paso nos acercará a meditaciones que nunca están de más, que nunca deben abandonarnos.