John Updike: Terrorista (2). Contemplando la decadencia


Las cuarenta primeras páginas de este libro están escritas de forma deslumbrante: nada sobra, todo está ajustado al milímetro, como si el autor hubiera gozado de una concentración lindante con la gracia. Habla Updike de tantas cosas en tan corto espacio, de manera tan sencilla y tan reflexiva, que uno siente que está ante unas páginas maestras, ante un autor que en la esencialidad -como dice Miguel Ángel Muñoz - ha hallado la magia. Es una novela de un autor adulto y para adultos, una novela con conciencia de obra mayor, rebosante de frases afortunadas, con una adjetivación ejemplar y genuina, de imágenes que son absolutamente cercanas y, por lo mismo, más difíciles de convertir en literatura. Tras unas primeras páginas dedicadas a Ahmad, Updike elige a otro personaje, Jack Levy, responsable de las tutorías en el instituto en que estudia aquél, y su andanada contra lo superficial, lo idiota, lo degradante de nuestra actual sociedad sigue adelante, ahora desde otra perspectiva, la del que mira más hacia atrás que hacia adelante, la del que se imagina ya muerto y dramáticamente vencido sin haber vivido en verdad lo esperado, imaginado, planeado. "Ha perdido el buen camino en el bosque oscuro del mundo. Pero ¿hubo buen camino alguna vez?" Levy se levanta aún de noche, mira por la ventana, piensa. Y hay acción en este tiempo parado: la mirada y los pensamientos de Levy viajan y tienen una vida intensa, nos hablan de los años de noviazgo con su esposa, de las salidas que hacen juntos al cine, y también de coches y su soberana presencia, de las viviendas menguantes de la actualidad, de los hijos que se alejan de los padres acaso definitivamente.