John Updike : Terrorista (y 6). Crítica

Hay ocasiones en que sentarse delante de la pantalla y poner las ideas por escrito cuesta y resulta doloroso. Nunca escribo las críticas desde una alta perspectiva, desde una atalaya en que me siento dominador del texto leído y de todos sus personajes y de toda su trama, un pequeño dios juzgador que va a impartir sabiduría. No, no es así. Comento mayormente libros que me han ganado como lector, como persona, como ser humano. Libros a los que sé que les debo algo, con personajes de los que he aprendido, con historias que he vivido desde la tranquilidad espacial de mi sala de lectura y desde la implicación mental y emocional de mi cabeza y de mi espíritu. "Terrorista" es una novela extraña, una obra que quizá pudo ser maestra, pero que desgraciadamente no lo es. Acaso un 95 por ciento de este libro es magistral, incontestable, generador de nuevos escritores y de lectores que vivirán en sus páginas una experiencia humanamente inefable, como sólo el arte mayor puede ofrecer. Pero hay un 5 por ciento de errores, de caídas, de puntos débiles que acercan la novela a la literatura de quiosco, la hecha con prisas y para un público manejable, aturdible y apasionado de unas mentiras que no les importa que carezcan de lógica, de sentido, de sinceridad narrativa.Ya digo que me cuesta escribir esto, pero es que esas partes débiles de la novela están hechas para justificar, para ganar acaso lectores fáciles, para acercar este libro a las listas de los libros más vendidos. Para mí, Updike es uno de los mejores escritores vivos, de los más excelsos, más creativos e indispensables. Pero se equivoca al escribir esta novela del siglo XXI sólo con los materiales más tradicionales del realismo, con los más usados y canónicos, con los imprescindibles también. Porque pone de manifiesto con la escritura de esta novela que -y lo dice un lector realista, un incipiente escritor realista, el que esto suscribe- el realismo no basta, que las maravillas del realismo, las intensidades del realismo no bastan para contar una historia ahora y aquí, o en Nueva York: así, se alternan las secuencias en que vivimos con la mayor intensidad posible lo que se nos cuenta -qué maestro en describir sensaciones, encuentros y desencuentros es Updike- con los vacíos y las ausencias que se detectan al no contársenos otras cosas, al no utilizarse otros procedimientos -el flujo interior de conciencia, el monólogo, el diálogo sin tanta acotación- que pertenecen al realismo también y lo hacen más hondo, más versátil, más real -valga el juego de palabras -pues multiplica las perspectivas, las percepciones y abre caminos que consiguen alejar a la novela realista del anclaje al argumento hiperdefinido y con todos los elementos estérilmente en su sitio, que se vuelven acartonados y mudos como fichas de dominó bien ordenadas pero vueltas del revés. Y por eso creo que, cuando Updike tiene que entrar en un territorio que le es ajeno, se equivoca, peca de soberbio y no se da cuenta de que tras tanta documentación sobre el Islam y sobre las religiones le ha faltado igual dedicación para la necesaria documentación sobre los mecanismos del thriller, los vericuetos de las novelas policiales, y a la hora de rendir cuentas narrativas sobre ciertos asuntos al final de la novela que podría haber despachado con soltura se mete en berenjenales de los que sale enfangado, con la trama colgando de un hilo, y deja al lector con la sensación de hallarse leyendo unas páginas absolutamente imprevistas y gravemente equivocadas al romper el ritmo de la historia, la conjunción de motivos y acciones, la concreción de ideas y de mensajes corporeizados en ciertos personajes. Y hete aquí que este lector updikaniano, este lector español que admira a Updike por encima de casi todos los demás escritores, que nunca dejará de agradecerle al Updike de "Terrorista" la magnífica valentía al poner en solfa las lacras de nuestras actuales sociedades, sus dañinas contradicciones, sus vacíos devoradores, sus desbocados miedos y sus hirientes recelos y su individualismo autista y su incapacidad para abrir verdaderamente los ojos a la realidad real, tiene que concluir diciendo que cierra con dolor esta crítica de una novela en la que se percibe la existencia de todos los mimbres precisos para ser literatura excelsa y se ha quedado en extraño híbrido que da lo mejor y lo peor de una manera de concebir la literatura realista que, me temo, no puede ser la misma después de Joyce, Cortázar, Onetti, Kafka, Faulkner.