Irvine Welsh: Crimen

En esta historia de un policía escocés que se enfrenta a su pasado y a sus miedos en tierras estadounidenses podemos encontrar un buen ejemplo de lo que la novela negra puede ofrecer en este momento de profusión de títulos y visitas esporádicas de autores de renombre al subgénero. Crimen muestra una doble vertiente que sirve para analizar por dónde discurre la novela negra aquí y ahora, dónde se hallan sus mayores logros y también sus más evidentes y subsanables errores. Entre los primeros cabe citar la atención y el acercamiento a un tema que preocupa a cualquiera que hoy tenga sensibilidad social y no se haya recluido en un corto mundo de egoísmo y cabeza bajo el ala: los abusos sexuales a menores. Que no son pocos y que sí se han combatido poco, muy poco. Ya he dicho en alguna ocasión que es una de las mayores lacras de nuestro tiempo. Y que todo empeño en erradicarlos siempre ha de ser bien recibido. Sumar ayuda. De los libros que, dentro de la novela negra, he leído puedo afirmar que este es el que mejor ha dado voz a las víctimas sin cosificarlas ni reducirlas a una simple estampa, un arquetipo. La niña a la que Welsh le permite hablar, expresarse, que sufre ante nuestros ojos de lectores dolidos no tiene una sola dimensión, dice cosas verdaderamente emotivas y es un personaje, de los pies a la cabeza, no un bosquejo ni una idea hecha palabras, personaje con un solo fin y una sola estrategia creativa. Welsh crea al personaje y lo rodea de detalles, de expresiones, de comportamientos que lo hacen parecer vivo y creíble. No lo toméis por algo menor, amigos. En demasiados guiones de películas recientes, en demasiadas novelas actuales se sirven los escritores de personajes como este para arrancar lágrimas, meditaciones apresuradas que no calarán, entretenimiento pero no meditación acorde con lo delicado del asunto, que si se ve de manera superficial se convierte tan solo en mera excusa, en viento que caldea o hiela e inmediatamente desaparece sin dejar rastro. Como digo, es lo más destacable de esta novela entretenida y de planteamientos compartibles, sin ninguna duda novela negra, aunque no se la venda como tal y aunque aparezca en Anagrama. Porque el recorrido de la trama es innegablemente el de una investigación, el de una venganza, el de un ajuste de cuentas con lo exterior y lo interior. Y aquí arranca el problema. 
La parte menos acertada de la novela debe sus carencias a la ineficacia de algunas escenas flojas que parecen sacadas de un producto que en cine llamaríamos B: la aparición del malo anunciándose a sí mismo pistola en mano mientras conversan sin advertir su presencia los buenos; la floja caracterización de los personajes secundarios malos, que son vistos de una simple ojeada, tachados de perjudiciales e incluso descritos en algún caso con rasgos repulsivos, recursos facilones y que son propios de la literatura también de clase B; el empeño del héroe -no completamente bueno ni sano, pero héroe al fn y al cabo-, que a todas partes llega, que a todos vence, capaz de toda la violencia y la rabia necesarias, catalizador al fin -como en tantas películas, series y novelas de acción - de nuestro malestar como espectadores, de nuestro deseo de reparación y justicia, pero únicamente en una historia concreta y sin llevarnos a la raíz social del asunto, donde están lo que se enquista, lo que verdaderamente habría que arrancar para que no hubiera más abusos ni más dolor callado: se contenta Welsh con mostrarnos a su héroe dando cabezazos, puñetazos, humillando a los pederastas y esquiva el análisis que, partiendo del buen camino iniciado con la plasmación de un personaje tan creíble como la niña, podría habernos llevado a una meditación profunda, sanadora del problema. Se queda, por contra, como la mayoría de las novelas negras que hoy se publican, en un aparato de corto alcance y de emociones primarias y falsa sensación reparadora que es solo un lenitivo. Céntrense pues los lectores en los diálogos entre el policía y la niña, préstenles a ellos la mayor atención. Hay ahí verdades enormes y literatura de la buena.

Novedades de Ilarión, Flamma, El Nadir y Roca

De vez en cuando, alguna editorial me escribe y me propone mandarme libros para que los lea y los comente en el blog. Suelo negarme ( hace poco la negativa fue para una editorial de las más grandes y conocidas). No me gusta leer por obligación. Hace mucho años ejercí de crítico en una revista, Foco Sur, dirigida por Diego García Campos. Lo dejé porque no me agrada estar atado a las novedades. Sin embargo, entre los libros que he recibido últimamente, hay algunos que creo que pueden interesaros.

Ilarión acaba de editar El país de los ciegos, novela finalista del Premio Lengua de Trapo y que firma un autor muy joven, nacido en 1981: Claudio Cerdán. Este escritor viene avalado por Carlos Salem, novelista y experto en el género negro. 

Flamma Editorial apuesta por un consagrado absoluto, una de las voces clave de la novela negra española. Viejos amores es un paso adelante en la trayectoria incomparable del más reconocido autor negro vivo: Juan Madrid.






El Nadir apuesta por la diversidad y por la calidad en libros como La sexagenaria y el joven, de la poeta rumana Nora Iuga, El mejor amigo del hombre, libro de relatos de Carmen Botello, y Crimen en Colonaki, del griego Yannis Maris, su primera novela y donde presenta al personaje del comisario Becas.










Roca Editorial lanza la primera entrega de una serie protagonizada por un inspector de policía barcelonés que cuenta con aptitudes inesperadas en una obra firmada por Julián Sánchez y que lleva por título La voz de los muertos.

15-M: una rectificación a favor de los que impiden desahucios

Qué bonito es rectificar, me dice Luis Castillo: Hubo un comentario en la entrada en la que escribiste sobre el 15-M que me ha hecho pensar. Me acusan de ser como el perro del hortelano, y quizá con mucha razón.  Dije cosas que ya no mantengo con el mismo énfasis, Paco. Este buen hombre me ha hecho pensar de manera más matizada. Sigo siendo un utópico, y por eso pierdo de vista la realidad más inmediata a veces. Miro el presente. Estoy con los del 15-M después de ver cómo han parado la expulsión de sus hogares de varias personas que no han podido pagar algunos plazos de la hipoteca. Es algo concreto y cercano. Me ha hecho reflexionar también, y mucho, un artículo de Antonio Orejudo, un escritor al que habrá que leer, Paco, en el que habla de ejecuciones y desahucios hoy en el periódico Público. Rectifico. Sigo pensando en la utopía, creo que hay que derribar muchas cosas, pero hoy quiero poner mi corazón al lado del sufrimiento y de la concienciación activa y palpable de esas gentes que han salido a la calle y consiguen que algunas lágrimas de desahuciados hayan sido aplazadas. No es poco, no es poco, y puede ser un primer paso muy importante. Bravo por ellos.

Foto: Juan Navarro (Público)

15-M y los antisistema

Me dice mi amigo Luis Castillo que a los de izquierdas se les ve muy contentos con esto de las acampadas y la resistencia pasiva y las manifestaciones de protesta. Que los del 15-M tienen muy contentos a algunos viejos luchadores y a los jóvenes descontentos y poco alterados a los de derechas, curiosamente. Lo dice de una manera en la que percibo ironía y desdén. Claro, me dice Luis, porque esto es muy descafeinado, hombre, porque este movimiento no cuenta con mis simpatías porque no va a ser más que agua de borrajas, Paco. Le contesto que me parece muy dura su mirada hacia una juventud con unas reclamaciones justas y muy democráticas. Quieren verdadera democracia, Luis.  Se ríe Castillo: Para que haya verdadera democracia hay que empezar otra vez, desde cero. Y estos chicos lo que pretenden es solucionar cuatro cosas, quieren arreglar el edificio y no ven que el edificio tiene los cimientos podridos. Tú todo lo ves podrido, Luis, cada día eres muy cáustico, replico. Sonríe y me dice: Y tú cada vez más inocente. ¿O no te das cuenta de que son conformistas con el sistema? No quieren cambiar nada, Paco, sólo pretenden que se hagan cuatro arreglos y seguir tirando, no ven ni quieren ver la enfermedad y se conforman con paliar los síntomas. Quieren dinero y paz y hogar. Quieren lo que casi todo el mundo. Pero no apuestan por nada nuevo, no apuestan por cambios de verdad, tan sólo exigen que lo escrito funcione, que lo dicho se cumpla. No, no me interesa el 15-M, Paco, porque yo no creo en este sistema y pido que los bancos paguen por sus pecados, que los políticos paguen por sus pecados, que el hombre sea de verdad persona. Nunca se ha llevado adelante el lema de la revolución francesa, todos quieren libertad e igualdad pero nadie se parte el pecho reclamando fraternidad. Habría que empezar por ahí, Paco. Qué pena que ya no haya ideas, sino quejas. Qué pena que ya no haya iniciativas, sino sentadas. Todo pasivo, Paco, todo pasivo. Es el signo de los tiempos. No, no me convence esto del 15-M, ese mensaje de que otro mundo fuera del capitalismo no es posible. El sistema se los tragará. Eso dice Luis Castillo, y yo me quedo mudo.

Foto: Alex Webb

La mitad de Óscar, de Manuel Martín Cuenca


Qué bien contada está la soledad en esta película. La soledad que duele, la soledad que pesa dentro, la soledad que amordaza, la soledad que mata. No hay banda sonora, porque la música callada la ponen los paisajes de Almería, sabiamente dispuestos en la escenas para que sean un personaje más, el más decisivo, el que le da sentido final a toda una historia que parte de los silencios para desembocar en un diálogo en el que se devela un secreto insalvable. El metraje es corto y hay algunos momentos en que se abusa del estatismo y los actores parecen marionetas con los hilos movidos a distancia por una mano demasiado severa. Pero sin duda se trata de una obra de alta calidad, perfecta para volver a ser vista pasados unos minutos después de la primera vez o acaso unos días, ya que con el argumento y el final conocidos se puede optar por una segunda visita que permita ahondar mejor, entender que no sobra ningún plano, ningún silencio, que la soledad perfecta de que se nos habla es humana, muy humana.    

Ana María Matute: La trampa (fragmento)

Soy un vulgar mercader. Me he autovendido, a pedacitos, poco a poco, para poder especular progresivamente con mi propia verdad. Empecé a comprarme pedacitos de mi propia verdad el día en que me dije: No puedo hacer esto, o aquello; hay un gran impedimento en mi vida, la gran responsabilidad que ello representa... Continué comprándome parcelas de autoverdad cuando se me reveló la fuerza de algunos muchachos que no han aprendido a especular, ni quieren engranarse en el sistema de autoconsumición que me atrapó a mí. Seguí vendiéndome mi propia verdad aun entre esos muchachos que no precisan, para rebelarse, ni el odio, ni la estolidez, ni el hambre. Pero son muchachos jóvenes, y yo he perdido al muchacho que fui. O, acaso, no lo tuve nunca, no lo fui nunca. Es una extraña sensación esta, como si me contemplase desde un ángulo, ajena y claramente; joven, como ellos, grotesco remedo de Gore Gorinskoe (portando a hombros una anciana que le golpea los ijares con los talones, que le azota, y le obliga a caminar entre frases amorosas: hijito querido, camina, camina, lindo muchachito...). Es como si, de pronto, les viese a ellos, delante de mí, doblando la esquina, perdiéndose. Y me he visto correr tras de ellos, con la anciana a cuestas, sintiendo sus golpes y sus dulces nombres: y les he gritado a esos muchachos que me esperen, que esperen, que no les quiero perder. Pobre y humillante verdad, muchacho envejecido, profesor de vacaciones para chicos que perdían el curso; oscuro corrector de páginas que hablan del petróleo, del porvenir del aluminio, de muchachas que besan a hombres maduros en el último capítulo, de traducciones infamantemente proferidas: irreconocibles idiomas en lucha despiadada contra el sucio, desgraciado y mísero hombre que arrastra un cadáver de anciana; heredero de un solo bien: la venganza. Pero he seguido, sigo, aún estoy en el límite mismo en que parece suspendida la desenfrenada carrera. Estoy aún comprándome, y vendiéndome. Cada vez me vendí más caro, cada vez me compré a mejor precio. He hecho conmigo espléndidos negocios. Mi verdad en venta ha sido bien autocotizada. Recuerdo que una vez, siendo niño, conocí a un hombre que contaba mentiras, y se las creía. Si no las hubiera creído, lo hubiese tenido por gracioso, o embustero. Pero, como las creía, sólo parecía un desdichado loco.


Lectura: Aquí, 15M

Ana María Matute: La trampa

De qué manera tan extraordinaria da voz Ana María Matute a sus criaturas dolientes, a sus personajes apesadumbrados en esta gran novela. No hay exhibición ni ganas de demostrar que es una gran escritora, una poderosa escritora que acierta a expresar dolores ajenos, miedos ajenos, tristezas ajenas. Y tampoco se metamorfosea la autora en sus criaturas, tampoco los hace hablar mediante una confesión parcelada en la que caben tan solo sus obsesiones y su renuncia a entender el mundo, a verlo como algo maravilloso pero inasible. No: Ana María Matute, nuestra mejor escritora viva, merecedora del Nobel -Camilo José Cela dixit- y de un reconocimiento que ha tenido un pálido reflejo con la concesión del Premio Cervantes, entiende a sus personajes, conversa con sus personajes, y eso es lo más difícil que cabe hacer ante la obra literaria: todo escritor sabe que lo más fácil es narrar desde la distancia, desde arriba, desde un punto en que los personajes al final sólo son pequeños objetos que se llevan de un lado a otro para que la estructura de la historia, la estructura del libro encaje y procure después estima y valía. Matute dialoga con su personajes, crea personajes que están vivos para ella y para el lector, que no cumplen con un plan prefijado e inexorable que los reduce a la estatura de pequeñas criaturas de papel y tinta. Y en nuestra literatura, y en cualquier literatura, eso lo han conseguido muy pocos.
Y qué prosa, amigos. Y cómo se alegra el lenguaje al estar en manos de tan magnífica creadora: los adjetivos lucen con vida propia junto a sustantivos que no conocían, con los que no habían coincidido antes. El ritmo es dúctil a la frase corta y definitiva y a la frase larga, con algún meandro inexcusable, y nunca se fuerza a las palabras a decir demasiado, nunca se las encapsula en oscuros significados, nunca se alargan las frases para poder decir después: aquí hay un estilo, una voluntad de estilo. Porque la novela está escrita en estado de gracia, es única e irrepetible incluso en la obra de un mismo autor; es lo que en el cine se llama obra maestra sin deseo de excluir, de elevar bajando a otros, sin ganas de que ondee como un estandarte. Aunque, la verdad, no acabo de entender cómo no se le ha prestado la debida atención a este texto tan extraordinario, cómo se ha olvidado que es una de las mejores novelas del siglo XX escritas en nuestro país. Quizás porque a algunos les queda algo lejos, porque Ana María Matute siempre ha sido modesta (y mujer), porque apareció en una época confusa, porque se mira con poca concentración hacia atrás, el caso es que no ha encontrado el eco que creo que merece una novela tan defendible, tan exportable, que nada tiene que envidiar a las del boom y Vargas Llosa, pongamos por caso, ni a las de Benet ni a las de nadie de la actualidad. Asumida a la perfección la raíz faulkneriana, dotada de valores absolutamente propios y de una cantidad grandísima de frases y páginas memorables -sólo recuerdo otra novela (Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos) en la que haya tanto para subrayar, para releer, para el alto glorioso de sorpresa y confirmación-, con unas meditaciones hábilmente intercaladas y sumamente útiles también hoy, recuento de un tiempo y un país y una situación pero también -uno de los grandes logros de la obra matutiana- con validez universal y sin fecha de caducidad a la vista, "La trampa" es una de las manifestaciones mayores e imborrables que el género ha dado en nuestra lengua.


(Con un recuerdo agradecido para Edenia Guillermo y Juana Amelia Hernández, autoras del libro La novelística española de los 60, que ojalá se reedite algún día)

Juan Herrezuelo: Pasadizos



Juan Herrezuelo es un excelente escritor. Por supuesto, a ustedes esta afirmación no les conmoverá. Se dice con tanta facilidad de un artista, en estos tiempos forzosamente posmodernos en que vivimos, que es grande, fantástico, excelente, que ya ni sorprende ni conmueve. Esta posmodernidad que nos viste estrechamente ha decretado que la genialidad es algo tan común como el buen oficio, el acierto parcial, el logro relativo, la labor simplemente bien hecha. Abres un periódico y hay, cada semana, críticas de libros de autores excelentes, fundamentales sin falta, de dos en dos y en surtido inacabable. Créanme cuando les digo que no. No hay un genio en cada esquina. No hay un excelente artista en cada esquina. Y, sin embargo, afirmo sin miedo a la hipérbole, al error del amiguismo, a la alabanza idiota que Juan Herrezuelo es un excelente escritor. Y lo es, para que ustedes vayan teniendo ya argumentos sólidos entre manos, porque es un excelente narrador. Y con esta afirmación, no les quepa duda, ya hemos dejado a un lado a muchos escritores, a muchos supuestos genios. Excelentes narradores, aquí y ahora, en esta España posmoderna nuestra, hay muy pocos.
Juan Herrezuelo es un excelente narrador. Sabía decir muy bien las respuestas exigidas por nuestro profesor de literatura Pedro Vázquez Cabrera en los exámenes de B.U.P. Eso le valió ser aprobado en un examen difícil, que contó sólo con dos alumnos aprobados. El otro fui yo. Pero no se imaginen que Juan y yo éramos dos alumnos modelos. Su mujer, Aida, podría testificar en nuestra contra. No le quitábamos tiempo a la vida ni a las lecturas de nuestros escritores favoritos para entregarlas a la devoción de los libros de texto. Estudiábamos para cumplir, pero amábamos la literatura y acertábamos a engalanar bien las respuestas de los exámenes. Menos mal. Si Juan no hubiera aprobado aquel examen no nos habríamos conocido. Les parecerá exagerado, pero cuando el profesor dijo que sólo dos habían aprobado, cuando reveló en clase los nombres, los amigos me miraron con afecto y algo de fastidio -nunca se olviden de que el éxito ajeno nunca lo creemos del todo merecido- y buscaron con la mirada la cara del otro tipo, que había dejado su silla y su espacio vacíos. ¿Quién es ese tipo? Nos preguntamos. Ah, sí, atinó a decir alguien: Es uno muy alto, que no habla mucho, que aparece y desaparece. Temimos que se tratara de alguien extraño, un ser de un relato de Poe, pensé yo.
Con el tiempo supe que no era nadie extraño. Coincidimos a la vuelta del instituto y muchas veces anduvimos y conversamos y le escuché hablar y me embobé siguiendo el curso de sus palabras. Aún recuerdo el día que pensé que se trataba de un excelente narrador: Juan leía con gran pasión los relatos de un tal Cortázar, un argentino con mucha imaginación, muy alto y parece que también un poco huidizo, y en la puerta de su casa, en el camino de regreso de las aulas no grises pero sí con poco color de aquel tiempo de nuestra juventud primera, empezó Juan a contarme los cuentos de Cortázar. Contar los relatos de Cortázar en voz alta no es nada fácil. No es como contar un chiste, ni una anécdota, ni un recuerdo: los relatos de Julio Cortázar tienen historia, claro, pero están hechos de imágenes muy difíciles de traducir en pocas palabras, tienen un ritmo literario muy difícil de trasladar a la narración oral, basan su mayor fuerza en la manera tan particular, tan personal de narrar de Cortázar. Sin embargo, cuando yo empecé a leer a Cortázar – y he aquí lo que tiene de gran valor lo que les refiero- no tuve la sensación de que los relatos que me había contado Juan Herrezuelo de vuelta del instituto fueran algo de un formato inferior, una adaptación rápida y seguramente demasiado resumida ni efectista. No, señores: el gran narrador, el excelente narrador que es Juan Herrezuelo había conseguido ser fiel al espíritu Cortázar, había sido de alguna forma un alter ego de Cortázar mientras me contaba los relatos del bueno de Julio Cortázar. El talento para narrar de este otro buen hombre, este autor del libro "Pasadizos" no era una casualidad, no era algo menor, sino una parte importante de su valía tan destacada y tan celebrable: el talento de un narrador excelente.

Vino a confirmarlo Juan Herrezuelo en los textos que escribía y sigue escribiendo, como este reciente "Pasadizos" confirma de nuevo. Abunda en los personajes que no ganan nuestro buen amigo y excelente narrador y escritor en "Pasadizos", vuelve a mostrarnos las vidas de los que no están arriba y proclamando sus públicas virtudes y públicas ganancias sociales y sentimentales. Insiste en su mundo de perdedores y es una buena señal de sinceridad el mostrar la cara verdadera del tiempo que nos ha tocado vivir, posmoderno y vencido y de seres desengañados. Se abre el libro "Pasadizos" y hallamos un relato titulado "Los invisibles". Es una buena declaración de intenciones. Escribe Juan Herrezuelo: "Quise forzar mi invisibilidad cuando tomé conciencia de que empezaba a ser tratado como si ya fuera invisible". "Y es eso lo que acabó importando, una especie de ir desapareciendo hacia atrás, hacia el que fui y ya no volvería a ser". Y ahí estamos en la clave:con este personaje y con otros anteriores, aparecidos en libros como "Desde el lugar donde me oculto" y "El veneno de la fatiga", nuestro escritor nos remite a un espacio perdido, nunca vivido enteramente con satisfacción pero añorado de manera rotunda, que es la infancia y la adolescencia, la "adolesinfancia", el territorio de una edad indefinida pero esencial en la formación de todas las personas. Con mucha habilidad, sin mencionarlo apenas, Herrezuelo nos remite a ese lugar perdido desde el que se mira el resto de la vida aunque ya se tengan cuarenta o cincuenta o sesenta años y se evalúa lo que uno es y no ha sido, sobre todo lo que no ha sido. Es la gran lección, es la gran obsesión del autor de "Pasadizos": me quedé en esa época, mi cuerpo envejece, mis deseos envejecen, mis sueños se deshilachan, nadie lo ve, pero yo sigo allí. El personaje de "Los invisibles", un inadaptado, un ser sensible, muy sensible que nunca se reconoce en los espejos, decide desaparecer porque él no es quien debiera, quien debió ser. Mírense ustedes ahora, aunque sea sin espejo, durante un segundo, o dos o tres, o los que necesiten. Si es preciso, callo yo tres segundos. O los cuento muy despacio. Uno dos tres. ¿A que casi ninguno puede decirse a sí mismo: Soy el que quería ser, soy el que soñaba ser? Pero eso no sabemos articularlo en palabras que nos calen, que nos sacudan, que nos saquen de la lástima paralizadora que nos embarga al vernos a nosotros mismos y ver nuestra tristezas. No, amigos: para eso está la literatura, para eso están los buenos escritores como Juan Herrezuelo. Imprescindibles, sí, estos escritores que nos hacen ver qué somos, qué perdimos en el intento, qué queda de lo que algún día soñamos ser. 



"Tempus fugit" es el quinto relato de este libro. La vida y el tiempo huyen, escapan, se dan a la fuga ante nuestros ojos como dos pájaros a los que amamos, a los que cuidamos cuando abrimos la jaula junto a una ventana. ¿Cómo huye el tiempo de quien amó y no supo amar o ser amado? ¿Sabemos decirles a los que están a nuestro lado cómo deben amarnos? Difícilmente, ¿verdad? Habría que empezar por amarlos correctamente, como ellos quieren que los amemos, no como nosotros creemos que quieren que los amemos. ¿Quién conoce de verdad a quien tiene a su lado, aunque lo ame intensa, desesperadamente? Este es otro de los temas capitales en la obra de Juan Herrezuelo. Quien haya leído "El veneno de la fatiga" sabrá que no basta con amar, con darlo todo, con darse en todo. Quizá nos amábamos mal, decían unos personajes de una película de José Luis Garci, director de cine y guionista y escritor con planteamientos y obsesiones temáticas cercanas a la del autor de "Desde el lugar donde me oculto". Las relaciones íntimas sufren colapsos inesperados cuando uno de los dos abre de repente los ojos, en mitad de la noche o preparando unas tostadas, y se dice: "No me siento amado. Me lo dan todo, pero no me lo dan bien, no como yo quiero. Nunca acabaremos de entendernos. " Esa sensación agria aparece en algunos personajes creados por Herrezuelo. Los personajes, algunos importantes personajes de los escritos de Juan Herrezuelo no temen sino quedarse solos, temen no merecer que los quieran porque son conscientes de que no quieren como sería necesario que quisieran, y en su debilidad hay un ejercicio de crítica que de nuevo vuelve fundamental esos escritos, de nuevo hace valiosísima su aportación al mundo de la literatura, pero, cómo no, también valiosísima su aportación al mundo de los que aún respiran y piensan y sienten y creen que quedan cosas por mejorar y que merece la pena intentarlo, porque quienes nos aman se lo merecen. ¿Cómo nos va a extrañar que en el relato "Los sueños deshabitados", el personaje tiemble sólo con pensar en estar al lado de su amada en el espacio impersonal pero pequeño e íntimo de un ascensor? Claro: los personajes de nuestro escritor temen a la realidad, temen que la realidad se corrompa si la miran a la cara, si ingresan en esa realidad, si son parte de esa realidad. El protagonista de "Los sueños deshabitados" no renuncia a amar, pero sí renuncia a manchar con sus dedos y con sus miedos y con sus deseos a la amada, y se lanza a soñar. Pero como el sueño es algo tan volátil, tan inasible, perfecciona un método de su invención, convierte los sueños en algo más, los dota de una verdad que nadie como el que no se sabe por completo puede dibujar, planear, llevar a cabo tan bien y tan concienzudamente. 



Pero no quiero dar una imagen de ser hipersensible y tendente a la evasión de la realidad , una imagen de tiquismiquis de este escritor que está aquí sentado cerca de quien esto lee. Porque, además, si Juan Herrezuelo sólo fuera el dueño de cuatro obsesiones, el pergeñador de cuatro historias que bucean en los mismos temas, la verdad es que sería un autor aburrido, limitado, insistente pero monótono. No sería, lo digo sin miedo, un excelente escritor. Y, como debo ser coherente con la afirmación de la primera frase de este texto, daré otros datos. En "Pasadizos", este libro que el Instituto de Estudios Almerienses ha tenido a bien publicar con un sabio criterio, hay otros relatos que ofrecen otras perspectivas y enriquecen el mundo narrativo de nuestro autor. "Silencio purísima y oro" es uno de los mejores relatos que he leído yo en los últimos tiempos. Releído, para ser más concreto y sincero, pues lo había leído hace algunos años. La prosa alta, magnífica, de largo aliento de Herrezuelo aparece aquí en plena libertad y absolutamente madura, poderosa, y señala claramente a uno de los mejores autores con los que cuenta nuestra literatura española no posmoderna de ahora. No posmoderna porque Herrezuelo tien que ver con William Faulkner, con Juan Carlos Onetti, con Julio Cortázar, con Marcel Proust, grandes que hicieron literatura pura y dura, desde dentro del alma de lo literario, sin juegos vanos ni metaficciones socorridas: con un texto de generoso léxico, con personajes creíbles, con descripciones que ponen un espejo con palabras, con páginas que son otra vida que añadir a la vida y la memoria. Sabréis -os tuteo desde este momento- que Juan es un apasionado de los toros. Pues bien: "Silencio purísima y oro" es un relato excelente incluso para alguien que no es un seguidor de la fiesta nacional como yo, que es más bien antitaurino, aunque eso no importa: la estructura de la historia, la inmersión en un duelo a vida o muerte conmueve a cualquiera que tenga sangre en las venas. Y no esperen un relato a lo Hemingway: el de Herrezuelo es mejor porque no hay pose, no hay una mirada exterior y festiva, sino una mirada cargada de genuina fatalidad, un escorzo imaginativo de un calibre mayúsculo, que al lector lo deja con ganas de volver al inicio del relato, a la plaza y la mirada nunca del todo animal del toro. Es uno de los mejores relatos que he leído, es una pieza de antología. 
Y dejo para el final "Volver a ser", el relato que cierra el libro "Pasadizos". Por dos motivos: es un relato que abre una nueva vía en la narrativa de Juan Herrezuelo y es mi preferido del libro, y nada mejor que acabar con lo que más gusta para dejar buen sabor en los futuros lectores de un libro. Quienes conozcáis a Juan sabréis que nunca ha sido, aparentemente, un hombre mundano. Lo habéis visto herido en batallas de celebraciones y de encuentros sociales, adaptado pero ausente, ensoñando mientras levanta una copa o mira a su mujer con ojos arrobados. En su literatura, Herrezuelo -este mismo Juan- es en buena parte el mismo hombre que vive bastante melancólicamente en los intersticios de la vida. O caso todo para él sea un largo intersticio. Bueno, si quiere que nos lo aclare ahora, cuando intervenga en su inexcusable turno. El caso es que esto induce a pensar que vive encerrado en su mundo de ensoñaciones y de regiones más transparentes, como diría nuestro camarada el poeta, José Luis Campos, a quien hoy no tenemos aquí y a quien mando un fuerte abrazo. Pero, señores, eso sería tanto como decir que Herrezuelo y Juan no ven más allá de sus narices y no oyen sino lo que late en sus mentes y en su pecho únicamente. Sería muy decepcionante. Un hombre muy limitado, un escritor muy limitado. No, no. Juan Herrezuelo es un hombre capaz de sentir y de escribir un relato como "Volver a ser", ajeno por completo a sus obsesiones principales: es la historia de un anciano que ha muerto, la indagación de un policía que se entrevista con los que le conocieron, gracias a quienes vamos sabiendo más de ese muerto, gracias a quienes vamos contemplando cómo ha sido una vida, cómo ha sido una muerte. Con un estilo distinto, que recoge el habla de la calle -de las calles de Almería – con tanta gracia y tanto acierto que cualquier alabanza mía se quedaría corta, mediante unos breves incisos de tres puntos para separar el monólogo de los entrevistados -enorme acierto narrativo, que democratiza lo que dice cada uno, que no separa en verdad sino que une, advirtiendo de que cuanto se dice de alguien es una parte y es el todo también-, unos incisos que nos permiten respirar y asimilar, nos vamos acercando al corazón de los ancianos de nuestros tiempos, estos en que sobran compras pero nunca abrazos, en que sobran vanidades pero nunca humildes besos, en que sobran gritos pero nunca amorosas palabras, con gran sensibilidad nuestro buen escritor nos sitúa poco a poco dentro de una historia que nos conmueve sin efectismos, sin trucos, sin a prioris, sin responder a un guión previo elaborado para vender mejor y colocar bien el producto. Porque el escritor Juan Herrezuelo cuenta algo que llega de verdad, con una voz que tiene mucho que ver con aquélla apasionada y generosa que me contaba los relatos de Cortázar viviéndolos como si fueran suyos. Juan Herrezuelo ha sabido mantener la humildad y el entusiasmo noble del escritor que empieza y por eso le auguro muchos lectores nuevos, muchos caminos nuevos, muchas historias nuevas que le saldrán al paso y que seguro que contará con voz bien modulada y atenta al que le escucha, al que le espera, al que oyéndole y leyéndole entenderá que la literatura es una extensión de lo vivido que, en manos expertas y limpias, siempre será una iluminación y un regalo. 


(Texto para la presentación del libro) 

Presentación en Almería del libro de relatos "Almería 66"

Con la presencia a mi lado de los escritores Miguel Naveros y Juan Herrezuelo, el próximo jueves presentaremos en Almería el libro de relatos que hace un mes fue editado por el Instituto de Estudios Almerienses. Os esperamos.

El abrazo de las sombras, de José Abad


Tercera novela publicada por el escritor granadino José Abad, "El abrazo de las sombras" es una obra importante, un libro de narrador sólido y de raza, maduro y dueño de un estilo poderoso que bebe de fuentes clásicas y es versátil, sereno y subyugante. La historia de Jorge Eneco, que viaja como estudiante a Siena y se topa con el otro, con aquel que sale de las sombras y busca el abrazo terminante y definitivo, en manos de un escritor menos exigente habría derivado hacia la gracia facilona y la domesticación creativa del best seller, pero en manos del cuidadoso y estimulante creador que es José Abad se convierte en una indagación válida y tendente a llevarnos hacia la luz del logro sincero que responde a la verdad del que indaga y comunica, del que indaga y no quiere guardarse para sí lo descubierto. "El abrazo de las sombras" es una novela psicológica, de fantasmas y de amor. Contada en primera persona, asistimos al proceso de integración de un muchacho tímido en el mundo con que se encuentra en una universidad extranjera, entre chicos y chicas desconocidos, sabemos de los primeros pasos de acercamiento a una muchacha por la que se siente atraído, conocemos sus miedos y sus carencias. A ayudarle viene una extraña sombra que le allana el camino, que le roba los recelos y le da a cambio una inesperada seguridad y le brinda un serie de casualidades favorables, casi irrechazables, que le abren a ese otro mundo, que le hacen triunfar en el amor. Pero ya se sabe que de ciertos favores se espera espera más tarde un pago, o al menos una devolución de lo adelantado, de lo regalado con condiciones. Y Jorge Eneco tendrá que enfrentarse a sí mismo para saber qué ha de pagar, con qué puede pagar.
No se piense por lo anterior que estamos ante una novela fantástica. Abad no abandona el tono realista, lleno de puntualizaciones y matizaciones necesarias para que sepamos que estamos ante seres plenamente de carne y hueso. Esta novela puede leerse también como si las sombras solo fueran sombras. Sin ellas, no pierde un ápice de interés la historia de Jorge en Siena, la historia de un Jorge enamorado. Pero para quien crea en las sombras, para quien las haya sentido alguna vez, Abad guarda también una dosis maravillosa de explicación y de apuesta, de develamiento y de misterio. Lo más importante es que esta notable novela no abandona nunca la vía de la pura literatura, de la más alta literatura, la que alza mundos que solo los grandes creadores saben meter en unas páginas que seguirán vivas cuando concluyamos su lectura. Siena es aquí real y mítica, los lugares de expansión nocturna de los jóvenes son espacios lúdicos en los que da gusto entrar y espacios míticos en los que ocurre lo que no puede ocurrir a plena luz en ningún otro lugar, la progresión hacia el amor es trayecto conocido y compartible y también trayecto mítico que saca a a luz la verdad humana de los enamorados. Todo eso está en esta novela que se lee con facilidad y se degusta temiendo la interrupción, que no decae en ningún momento y que no promete vanamente para luego no cumplir con las expectativas, como en tantas recientes ocurre.

EntreRíos




Carolina Molina, Mariluz Escribano y Remedios Sánchez nos hablan del monográfico de la revista EntreRíos dedicado al cuento en España.

Jaione Jaurrieta: Personajes y espacio en "Última noche en Granada "



Caracterización de los personajes

Los personajes en el libro, son diversos, muchos de ellos poco a poco se han ido formando según los acontecimientos que han ido transcurriendo en sus vidas.

Nuestro protagonista se llama Luis Castillo, tiene 35 años, es ex policía y actualmente se encarga de la vigilancia de obras, es un vigilante; dejó los estudios para trabajar en el taxi de su hermano y así poder tener algún dinerillo, es un hombre sano, no bebe, no se droga, no tienen ningún tipo de vicio, es un hombre bueno, pero guarda un gran secreto que no contará a nadie. Es un hombre al que le gusta la lectura de ensayos y le apasiona la Filosofía. Enamorado de Beatriz, amiga suya desde la infancia por la que siempre ha sentido algo, al igual que ella por él, será la que más adelante conseguirá dar un giro a la vida de Luis, logrando así que tenga una vida menos castigada. Castillo es un hombre valiente, que sabe tratar con delincuentes, drogadictos... Le apasiona su trabajo, le gusta y disfruta haciéndolo. La vida que tiene es monótona, vive solo en un piso pagado por sus padres, es una persona invisible para todo aquel que no lo conoce bien.

Un personaje muy importante que podemos hallar en la obra es Beatriz, una mujer casada con un hombre al que no quiere, casada por despecho tras la desaparición de Luis durante un tiempo. Una mujer que se siente sola y únicamente está a gusto cuando de encuentra en compañía de su amado. Termina odiando a su marido, Pablo, lo desprecia, le da asco... Ella sólo quiere estar con Luis; si fuera por ella, desde hacía mucho tiempo hubiera dejado a Pablo, pero Castillo no termina de decidirse, solo debe decir unas palabras para que ella lo deje todo por él. En una ocasión, tras un encuentro sexual con su amante, le dice a éste: “El engañado no eres tú, sino él”. En muchas ocasiones le ha propuesto vivir juntos, pero es el protagonista el que se niega, tiene miedo a que le pueda ocurrir algo, la quiere demasiado como para perderla para siempre por su culpa.
Beatriz en una ocasión es maltratada por su marido y es lo que le hace abrir los ojos a Castillo, se van a vivir juntos y al fin, ella deja a su cónyuge y todo lo a que él respecta, se va de casa sin nada, sin ropa, sin dinero... con lo puesto; comienza a vivir con Luis, y es entonces cuando empiezan a conocerse más, y se originan las largas charlas, ya no sólo son encuentros que duran ocho o nueve horas, sino que ahora pasan las veinticuatro horas del día juntos. En esas conversaciones es donde aparece la visión de ella, la que tiene de él: lo ve como un hombre impulsivo, cerrado, muy parecido a su padre, orgulloso, con una suerte increíble, irresponsable, y que eternamente va a tener el respaldo de su familia, siempre que lo necesite, cabezón, e inconsciente, y a la vez cree que es una persona noble, leal y bueno: es eso lo que hace que esté enamorada de él.
Beatriz es una mujer charlatana, segura de sí misma, que sólo se encuentra en equilibrio cuando se encuentra al lado del protagonista. Es gracias a ella que Luis da ese gran cambio, se enfrenta a todo, a su ex jefe de policía, a sus recuerdos, pensamientos y sobre todo al temido hermano del marroquí muerto.

Pedro es un compañero de la policía de Luis, eran compañeros de trabajo, patrullaban juntos, en un mismo coche. Él también mató a una persona poco minutos después de Castillo. En un principio, tras haber echado mano al gatillo y haber llevado a cabo su cometido, aseguró: “Sueño cumplido”; se podría decir que también se encuentra deprimido por lo ocurrido, pero a su vez está feliz de haber dejado a la policía, se retira y se va a vivir a su pueblo. Es allí cuando comienza a tener sueños con una niña, una novia que tuvo en su infancia, Mª Carmen Bravo Islas, está obsesionado, todas las noches sueña que está con ella, con diferente edad a la que tenían cuando eran novios, un noviazgo en el que el único acercamiento que hubo, fue durante unos pocos minutos, se agarraron de la mano. Estos sueños se podrían decir que son un escape para no pensar en lo que ocurrido. Él sabe que todo fue una encerrona, que estaba preparado el ir a matar a aquellos drogadictos y es en una visita que Luis le hace después de que este recibiera otra de un compañero del cuerpo policial, Julián, y le dijera que volviese a meterse en la policía porque si no estaba desprotegido, cuando Pedro le cuenta todo lo ocurrido, y le aconseja que no vuelva, puesto que lo que quieren Eladio ( ex jefe ) y Julián es poder manejarle a su gusto. Es una persona que de alguna forma le abre los ojos.

El moro rico es el hermano del marroquí que Luis mató aquella noche, quiere vengar la muerte de su hermano. Empezó trabajando en un concesionario de coches, y poco a poco fue subiendo de categoría, terminó siendo rico no se sabe muy bien cómo, y ahora con su gran fortuna ayuda a sus compatriotas a venir a España, les ayuda con las viviendas y les da trabajo... trabajo que seguramente sea ilegal. Es un hombre muy respetado por los partidos políticos, periodistas... pero no por la policía.

El tío Eduardo, un buen hombre, rojo, de 60 años, trabaja en el parquin del Palacio de Congresos de lunes a viernes, quiere tener una pensión decente y para conseguirla le faltan aún algunos años. Es un manitas, los fines de semana los pasa arreglando cosas en casa. Vive con su mujer en un cuarto piso sin ascensor. Es un hombre de cara ancha, manos grandes, con larga charla y tranquila, es una buena persona, que no insiste en temas, le resulta indiferente el tema de conversación, si se cambia lo acepta y se adapta al nuevo. En las visitas nocturnas a su sobrino, sin darse cuenta le ayuda a salir de su tristeza, y a la vez lo tranquiliza. Sale sin que su mujer se entere la mayoría de los día porque se encuentra dormida en el sofá.

Pablo es el marido de Beatriz, un hombre sumiso, que aguanta los desprecios de su esposa; un manitas en las tareas del hogar, siempre dispuesto a todo, persona tranquila, pasiva; es feliz con su mujer, aunque ella no lo quiera, con sólo tenerla a su lado lo es, y le basta. Suele ser muy respetuoso con todo el mundo, pero en un momento todo eso se pierde y se convierte en un hombre amargado, que no aguanta más esos desprecios, pierde los nervios y maltrata a su mujer, la golpea con los puños cerrados mientras llora. Tras pegarle, se va de casa llorando; se siente muy culpable e intenta arreglarlo, pero Beatriz no le perdona. Él se siente avergonzado por lo ocurrido, pero ella nunca se lo va a perdonar, aunque esté completamente arrepentido.

Laura, la madre de Luis, es una mujer sumisa, que nunca ha disfrutado de la vida. Ama de casa y llena de obligaciones, empieza a disfrutar de la vida cuando, tras pasar un cáncer de mama y la extirpación de un pecho, sus hijos se dan cuenta de todo lo que le ocurre y la sacan a la calle para que empiece a divertirse y a airearse.
El padre de Luis es un ex guardia civil que tras dejar su profesión se dedicó a ganar dinero para poder tenerlo y gastarlo. Con ideales franquistas, chulo, le encantaba dar ordenes, es orgulloso, pero siempre está cuando sus hijos lo necesitan.
Alfredo es el hermano del protagonista, taxista de profesión, siempre que ha podido le ha echado una mano.



Espacio en la obra

La obra se sitúa en Granada y sus alrededores, en diferentes barrios y pueblos del lugar.

En Cenes, en un lugar situado frente a la urbanización de Los Faroles, es donde transcurre el hecho más importante y sobre el que gira toda la historia. En un piso ocurrió todo, ahí Luis y su compañero, Pedro, entraron tras llamar a la puerta, les ofrecieron asiento y sin más dilación y sin temblarles el pulso apretaron el gatillo. Primero uno para matar al marroquí y luego el otro para hacer lo mismo con el español. En el piso de a lado se escondieron después tras haber ejecutado la acción, hasta que todo se calmara. Un piso vacío, sin muebles y con un frigorífico también vacío.

También en un piso está Luis la mayor parte del tiempo fuera del trabajo. En él Beatriz y el protagonista tienen sus encuentros más íntimos, y más tarde, pasará de ser un refugio, a un hogar, loque ocurrirá cuando ella se mude a vivir con Luis.

La mayoría del tiempo Luis lo pasa en espacios cerrados, como si eso de alguna forma le protegiera: está en cafeterías; bares como el de Pedro Antonio de Alarcón, donde dos hermanos sirven las mesas de manera rápida y atenta; pisos. Incluso se refugia para poder ponerse a salvo en un piso cuando, durante una guardia, lo intentan matar. Se esconde primero y unos instantes más tarde entra en un piso que está bajo su vigilancia, y eso termina salvándole la vida. Cuando sale a la calle rápidamente como ya he dicho antes, entra en los bares cercanos o se queda en su coche.

También hay espacios abiertos, aunque en mi opinión son de menor importancia. Uno de ellos es Cenes, un pequeño pueblo donde viven sus padres y Alfredo, su hermano.
Otro lugar que se menciona en el libro es el Parque Federico García Lorca, donde Luis va con su madre. En él se cobijan, pasean y se sientan en un banco. Durante esta excursión Luis pasa miedo, duda de si si por salir a la calle y exponerse de tal forma al público, les podría pasar algo a su madre y a él.

El barrio del Zadín también está presente en la obra, así como el Albaicín.

En una ocasión, Luis va a visitar a su amigo y ex compañero Pedro a su pueblo, que se encuentra cerca de Granada. Allí se siente más libre y aparte de pasar mucho tiempo dentro de la casa de Pedro y en los bares, pasean por la carretera y por las calles del pueblo; cree que en esas calles está más seguro, y lo mismo le ocurre una vez cuando piensa en irse a vivir a Cenes.

Jaione Jaurrieta es alumna de 1º de Filología Hispánica de la Universidad de Zaragoza. Trabajo realizado para la asignatura de Teoría de la Literatura, impartida por el profesor Alfredo Saldaña.

John Katzenbach: La sombra


No acostumbro a leer libros considerados best sellers. Desde muy joven, he huido de lo que ya antes se ha sancionado como del gusto general. Aunque escribo en este blog de novela negra, quienes me conocen saben que mi labor no es la del divulgador de lo conocido y celebrado, sino otra muy diferente, cercana a la del rastreador, a la del reivindicador. Me he formado leyendo a autores que nada tienen que ver con la novela negra y el best seller y que en algunos casos han tenido muchos lectores incluso contra sus propios propósitos iniciales. Valga este preámbulo -algo disculpatorio, perdonadme- para decir que compré hace poco este libro y empecé a leerlo sabiendo que era un best seller. Me atrajo saber que el punto de partida era este: un anciano ex policía va a suicidarse cuando una vecina toca a la puerta de su apartamento y empieza a involucrarle en su vida y sus miedos.
Estos miedos los origina una sombra venida del pasado: un judío colaborador de los nazis que se dedicaba a delatar a otros judíos para que los nazis los encontraran y los mataran. Ha sobrevivido a los cambios y vaivenes de la historia y vive escondido en Miami. La vecina de Simon Winter, el viejo policía retirado, le dice que lo ha visto y teme que venga a matarla. Y así ocurre: la anciana pronto aparece muerta. Winter aparca la idea del suicidio y se empeña en buscar al asesino. A partir de aquí, la novela alterna lo esperable con algunas brillantes ideas y un desarrollo en el que lo importante no es tanto lo que ocurre como por qué ocurre, qué piensan los personajes, qué los motiva para mirar al pasado y al futuro. Katzenbach es un autor al que le interesa la indagación psicológica, que narra siempre desde el interior de los personajes, que los crea ricos de detalles y de vida mostrada certeramente mediante sus pensamientos en marcha, en acción, dentro de la acción. La historia no tiene paradas, no se atreve a aburrirnos nunca, y avanza implacable hacia las escenas que todos esperamos y también deseamos: el develamiento, el enfrentamiento cara a cara con el mal. Son emociones primarias, sencillas, y Katzenbach nunca miente, nunca manipula, nunca muestra y oculta después, nunca crea falsas expectativas ni maneja los materiales alterando la verosimilitud. Si el hilo argumental defrauda en algún momento no será porque haya más ruido que nueces, puedo asegurarlo.
"La sombra" vuelve a hablarnos de los nazis, insiste en que no olvidemos el holocausto, nos muestra a ancianos supervivientes y a policías quizá demasiado íntegros, se mueve a ratos en los escenarios propios de las grandes superproducciones hollywoodienses -con historia de amor incluida entre policía fuerte y abnegado y fiscal joven y eficiente-, pero es honesta en todo momento y nos deja una destacable caracterización de los personajes y un atinado trabajo psicológico que se echa de menos en gran parte de las novelas negras actuales, demasiado tarantinizadas y agarradas al estribillo y a la melodía, como clones de viejos éxitos que por mucho que se esfuercen nunca parecerán nuevos a los ojos veteranos e informados.

Entrevista con Herminia Luque Ortiz








1.- ¿Qué es lo más importante de Bitácora de Poseidón?

Lo más importante es que es, que existe como novela. No es un mecanoscrito en un cajón ni un documento en el ordenador…Existe para los lectores, bien en formato en libro tradicional, bien como e-book. Como decía Umberto Eco, lo único que escribe uno para así mismo es la lista de la compra….Hasta el poema más íntimo del adolescente pide a gritos ser leído por el profesor de literatura.

2.- ¿Es una novela de iniciación?


Sí, es lo que se llama un bildungsroman, una novela en la que un hombre joven (bueno, lo que se entiende por joven hoy: treinta y cinco años) tiene su primera experiencia amorosa real con una mujer real y busca su lugar en el mundo. Yo estoy fascinada con una novela de Flaubert, Noviembre, que narra ese desarrollo social e interior (no siempre positivo) de un joven tempestuosamente melancólico.

3.- ¿Cómo es el humor que hay en tu novela?


Es un humor irónico, distanciador…. La ironía es un arma literaria de doble filo pero, en general, suele ser menos dañina que en la vida real. Dirigida contra personas reales y en contextos determinados puede ser devastadora; en un texto literario suele ser fértil y creativa.

4.- Eres profesora. Conoces bien el mundo del que hablas. ¿Cómo te distanciaste de tus propias experiencias para escribir la novela?


Pues creando personajes ex nihilo, nuevos, sin identificaciones posibles con un personaje real que yo haya conocido. Son personajes que acumulan rasgos, características reales y posibles en una sociedad concreta, pero a los que no siquiera yo misma puedo poner rostro porque no sé quiénes son en realidad.

5.- ¿Te resultó muy difícil escribir sobre un personaje masculino en primera persona?


Bueno, era a la vez un reto y una necesidad. Yo detesto las novelas de sentimientos escritas para mujeres con sentimientos (generalmente por hombres sin sentimientos, si acaso el cinismo); novelas blandurronas, con personajes femeninos maravillosos, ya sea en la Córdoba califal o en la Estambul contemporánea, muchas veces sencillamente misóginas y manipuladoras.

6- Maldonado es memorable. ¿Cómo construiste este personaje tan logrado?


Fíjate, la novela se llamó Maldonado durante mucho tiempo, antes de su publicación. Es el elemento central y el resto de los personajes existen en función de sus necesidades y peripecias. En el fondo todos vemos la vida así, como perfectos ególatras, las cosas son importantes porque nos ocurren a nosotros

7.- El uso del idioma que haces en la novela es muy destacable, muy elogiable. ¿Es muy importante o sólo algo secundario?


El lenguaje es la razón de ser de “Bitácora de Poseidón”. Eso es lo que yo quería hacer, un artefacto literario, una obra sostenida por una búsqueda de la belleza formal, si bien el tema y las necesidades narrativas van imponiendo sus pautas y los materiales grotescos afloran aquí y acullá….No es una novela esteticista, al estilo de las Sonatas valleinclanescas, pero me hubiera gustado escribir algo así.

8.- ¿Cuáles son tus próximos proyectos de publicación?


La publicación…eso no depende de mí: los editores son seres caprichosos, arbitrarios, incognoscibles. Y con los proyectos de escritura, me estoy volviendo supersticiosa: cuanto más habla uno de un proyecto literario, más dificultades se encuentra en la ejecución…Me gustaría publicar mis libros de ensayo pero no hay editor que le eche un par de narices.

9- ¿Qué estás escribiendo ahora?


Es curioso cómo los proyectos literarios te llaman…Estaba escribiendo una novela y se me ha cruzado otra. No he tenido más remedio que seguir a ésta…Otras veces estás en una encrucijada y no sabes para dónde tirar…El trabajo creativo es así: tienes media docena de proyectos en la cabeza pero no sabes por qué en un momento determinado uno se vuelve más atractivo, más seductor; no puedes negarte a él.

10.-Eres también bloguera. ¿Qué tal tu experiencia en el mundo de los blogs?

Los blogs tiene una cualidad estupenda: la de poner en contacto a gente que tiene los mismos intereses. Por muy bicho raro que te sientas con tu biblioteca de tres mil volúmenes, siempre hay alguien que tiene otra de siete mil y cosas así. Es gratificante comprobar que hay gente que lee, que le gusta un libro que a ti también te ha gustado o le ve algo que a ti te ha pasado desapercibido.