Nuevas reseñas de Almería 66

Elèna Casero, bloguera y escritora, en su blog reseña el libro. Podéis leer la reseña aquí.


Herminia Luque, que acaba de publicar una nueva novela, en la revista Calibre .38 ha escrito también sobre Almería 66. Lo tenéis aquí.





Dashiell Hammet: "El agente de la Continental"


Hay en Dashiell Hammett un deseo de verdad que no es muy común. Una voluntad de no mentir, de no añadir a sus historias más que la ficción necesaria, las mentiras o invenciones imprescindibles. De ahí que no haya en este libro complicadas tramas detectivescas ni sorpresas encadenadas ni finales en que se desvela la identidad de un asesino. Hammett nos habla del hampa, de los delincuentes, de sus mentiras y sus maniobras para burlar la ley y a sus representantes. Como el narrador es un detective privado de una agencia, la Continental, el punto de vista está, obviamente, del lado de la defensa de la ley, pero la habilidad de Hammett es tan grande que hay detalles que no se pueden pasar por alto, como que el detective no tiene nombre y, en cambio, los asesinos y ladrones sí, y sabemos mucho de estos y de sus vidas y ese conocimiento nos sirve para pisar los charcos, mancharnos de agua y tierra, ser mientras leemos los delincuentes tanto como el detective que los persigue y busca detenerlos y llevarlos a la horca. Que el mundo de los malos sea más rico y esté contado con más detalles que el mundo de los buenos no indica que a aquéllos se les perdona su conducta ni se rebaje la importancia de sus hechos sangrientos. Pero Hammett ya no habla de malos sin pasado ni razonamientos, ya no habla del hampa para entretenernos y mostrarnos que los delincuentes son unos equivocados a secas, sino que nos está diciendo que esos seres están de ese lado y se defienden porque están de ese lado, acaso porque en la sociedad en la que les ha tocado vivir no hay más posibilidades para ellos que las de la fuga o la muerte.
Siete relatos integran este libro. En uno de ellos, escrito en los años veinte del pasado siglo, La muchacha de los ojos de plata, Hammett juega con unos ingredientes que serán primordiales en muchísimas obras del género: la mujer mala que maneja a los hombres a su antojo, el detective que lucha contra ella pero en algún que otro momento duda si pasarse de su lado y arrojarse en sus ojos, en su belleza, y dejarse vencer por la tentación. También la acción: hay muertes, hay asesinatos, hay persecuciones en coches rápidos, hay tontos enamorados y listos que se hacen ricos a costa de la imbecilidad de los demás. En medio de todo, el detective sin nombre, sin felicidad, sin recompensa que pueda valer de contrapeso a los sufrimientos que padece y los horrores que se ve obligado a contemplar. Y una pregunta, que creo oportuna y que cualquiera podría hacerse: ¿merece la pena leer a Hammet después de todo lo que se ha escrito, sabiendo que apenas nos sorprenderá ya lo que nos espera en las páginas de este libro escrito hace casi un siglo? Después de tantas películas, tantas series de televisión, tantas novelas que han copiado y desdibujado el modelo, ¿vale la pena volver a la fuente original? La respuesta es clara: sin duda, es como volver a mirar con ojos limpios de cansancio, fatiga y sueño una cara que nos espera y nos alumbra sólo con posar en ella nuestra mirada.

Miguel Sanfeliu: Los pequeños placeres

Seguro que no van a ser pequeños esos placeres, sino muy grandes leyendo este libro de alguien a quien admiro y respeto mucho, porque ha ido construyendo a un escritor de seguro talento -que es él mismo- con calma y con tesón, consciente de que juzga el tiempo amigo y porvenir, no las voces inmediatas y apresuradas.





Es una novedad, pero sólo en apariencia: son textos emparentados con lo clásico, con lo que llega para quedarse.

Ross Macdonald: La mueca de marfil

Ross Macdonald es un gran escritor, un fino estilista que llena las novelas de agudas comparaciones, de reveladoras comparaciones (algo que no desaparece cuando el texto es traducido a otras lenguas, que une dos ideas o dos imágenes y me parece un acierto cuando se maneja con la gran maestría de que Macdonald hace gala), de bellas comparaciones. La prosa es límpida, fácil de leer, pero se nota que está muy trabajada, que no es producto de un autor que escribe con piloto automático, sino que pule y encauza la creatividad para huir del barroquismo y de la oración larga mediante la utilización del adjetivo preciso, que a veces sustituye a varias palabras y evita la subordinada, elimina el exceso de palabrería y de vano lucimiento sin por eso restarle a la narración ningún tipo de información ni de color. Un muchacho negro con bañador amarillo lava con una manguera un cupé Ford desteñido que está "estacionado bajo un pimentero en el camino de entrada a una casa de una planta con galería" y una chica negra se le acerca: "Él sonrió cuando la vio y le arrojó, con un golpe de muñeca, rocío de la manguera. Lo esquivó y corrió hacia él olvidando su dignidad. Él rió y dirigió el chorro hacia arriba, directamente al árbol, como un surtidor de risa visible que me llegó en forma de sonido medio segundo después". Así narra Lew Archer, así escribe Ross Macdonald, autor que, sigo diciéndolo, es el mejor que ha dado este género, pues consiguió dar un paso más y logró llevar un poco más adelante la novela negra tomando el testigo de Hammett y Chandler.

Alberto Olmos (cita)

La literatura se hace con palabras, exclusivamente con palabras, y esas palabras, bien llevadas, bien torturadas, pueden ofrecer sensaciones que no ofrecen ni el cine ni el porno ni Apple.



(Entrevista con Alberto Olmos. Texto de Álex Gil. Revista Qué Leer,  nº 169. )


Foto: Ical / El Mundo

Rubem Fonseca: El gran arte (cita)

Afirma en la novela un forense lo siguiente:

Todos los grandes personajes de la literatura, si uno se fija, son asesinos. Comenzando por Caín - la Biblia es un libro de historias de homicidas- y siguiendo por Ulises, Edipo, Electra, Otelo, Macbeth, Raskólnikov, Sorel y otros. 

Perdidos en la Atlántida

Es el blog de la Librería Atlántida, de Granada, y en él se habla mucho y muy bien de libros.
Para visitarlo sólo tenéis que pinchar AQUÍ.

No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu

Sin duda, lo más destacable de esta película es la interpretación de José Coronado, actor que empezó siendo mediocre (muy limitado, con un solo registro, de voz algo cursi) y ha alcanzado un nivel de excelencia impensable y también innegable. La película es él. Con sus miradas (duras, frías, fijas, hondísimas), con el tono de su voz (quebrada, rasposa, cortante), con su melena leonada, con la agresividad que imprime a cada gesto compone un personaje que asusta, que impide que relajes tu atención, que decaiga el interés de una película que no es tan brillante como la crítica reciente ha destacado, pues no cuesta ver algunas debilidades del guión y resulta fácil cansarse con lo que no es, en definitiva, sino otra trama policial con juez, policía bueno y policía malo, pequeñas sorpresas y final más que presumible. Eso sí, el cine español no puede alardear de ofrecer a la memoria muchas películas secas, directas, mantenidas en un pulso narrativo sin alardes ni estridencias vanas en el género negro y esta No habrá paz para los malvados se cuela en la lista y casi la encabeza directamente.    

Eugenio Fuentes: Contrarreloj

No le sobran a la novela negra española grandes autores. Eugenio Fuentes es uno de los mejores, pese a algún altibajo, y sus novelas suelen ser una muestra de talento y cordura. El talento lo tiene porque es dueño de una prosa de calidad, rara en el subgénero, con muchas frases subordinadas y creativas que lo alejan del esquema facilón y del behaviorismo, magistral en manos de Dashiell Hammett y vacuo en tantas otras. La cordura la posee porque no malgasta las fuerzas mentales en imaginar rocambolescas tramas cuyos finales son habitualmente, en las manos de los escritores de menor talento, polvo esparcido al viento: humanista por encima de todo, atento a los sentimientos y a las manifestaciones del deseo, el miedo, el dolor y la pérdida, sus historias nos hablan de personas, de sus racionales anhelos y sus locos accesos de violencia. La mirada de Fuentes es semejante a la de otros grandes autores que, dentro y fuera del subgénero negro, siempre manifestaron comprensión por sus semejantes y no juzgaron a la ligera ni condenaron porque sí. 
Contrarreloj es una novela que encaja muy bien en el conjunto que el escritor cacereño viene dedicándole al detective privado Ricardo Cupido. Es éste heredero de las formas y maneras de los detectives ingleses, se muestra reacio al uso de la violencia y recurre a forzadas artimañas para aclarar un dato o averiguar quién es el culpable de un asesinato sintiendo remordimiento, pues quisiera caminar por un espacio blanco e imposible que les está vedado a los que entran en las aguas sucias del crimen. No es más ni menos creíble que otros como el Bevilacqua de Lorenzo Silva, también personaje de novela irremediablemente, o como el Carvalho de Vázquez Montalbán, que desafiaba siempre a la lógica y a la realidad que hay más allá de toda historia de ficción. Se le achaca que es demasiado transparente, de una sola pieza, algo difícil de creer a estas alturas y con lo que ha llovido sobre la novela negra, pero cumple muy bien con su papel de observador, de héroe a pequeña escala (amado por mujeres que lo conocen y se sienten atrapadas por su cara o la esbeltez de sus manos; ensalzado por una serie de novelas a él consagradas en las que encuentra solución a todos los casos que investiga), y como nada percibimos en él que tienda a la exhibición vana, no extraña que nos caiga simpático, que nos parezca próximo y que se gane toda nuestra simpatía de lectores que apreciamos la novela negra pero también la sensatez y la buena literatura en general. 
Y encaja muy bien Contrarreloj en la serie dedicada a Ricardo Cupido porque la investigación de un asesinato en los días en que se desarrolla la más importante carrera ciclista del mundo, el Tour de Francia, no es una excusa ni un viaje turístico livianamente propuesto por Fuentes, sino una estancia muy bien planteada y con mucho sentido en el seno de una competición en la que los odios, las miserias, el esfuerzo, la dedicación, las pasiones de todo tipo están presentes y nos llegan muy bien contados partiendo de la admiración que Cupido siempre ha sentido por los ciclistas y por su implicación en el mundo de las carreteras y el pedaleo, como irá descubriendo el lector conforme avance en la lectura de la novela. Sirve, como acostumbra, Fuentes algunos tipos humanos interesantes y bien diferenciados, los define con pinceladas psicológicas sin tacha y sin oportunismo de ninguna clase: el fuerte de este autor, como él bien sabe, radica en estos hallazgos, en estas caracterizaciones humanas, de medida profundidad y digno realce, así como en la delicadeza en la exposición de los sentimientos de las personas, que nunca aparecen tomados a la ligera, sino elaborados con mimo y sutileza. Con estos ingredientes, la novela avanza en un tono deudor de otros de principios del pasado siglo, asumida y conscientemente, con una cierta ingenuidad que apenas la perjudica. Amparado en una prosa notable, que busca cada vez más la claridad y que nunca olvida la elegancia, Fuentes insiste en su búsqueda del talento desnudo, sin efectos ni artificios, de un talento limpio, propio de autores como Francis Scott Fitzgerald, con quien no costaría emparentarlo en el gusto por contar historias de individuos que buscan un lugar en el mundo. Quizá el defecto más evidente, y fácilmente subsanable, sea el que se encuentra en algunos diálogos de frases demasiados elevadas, en los que algunos personajes, como el Alkalino, hablan como si recitaran un texto muy elaborado, pero es sólo un defecto menor entre otros pequeños defectos que no restan apenas a un conjunto que devuelve a Eugenio Fuentes no al podio de los novelistas negros de nuestro país, sino a un podio internacional del que seguramente ya no podrá nadie bajarlo.

Qué leer y "Almería 66"

En la revista Qué leer de este mes (número 168), encontraréis Almería 66 en la sección de Novedades.

Rubem Fonseca: El gran arte


Poco conocido y poco leído en nuestro país, Rubem Fonseca es uno de los autores mayores de la novela negra, lo que atestigua la concesión del Premio Camôes en 2003, el galardón más preciado para los autores de lengua portuguesa, que recibió este gran escritor gracias a la escritura de obras como esta, considerada su mejor novela y un libro sin duda plenamente encuadrable en el género negro. Pues hay en él una investigación, asesinatos, escenas de acción. Escrito con un estilo conciso pero nada parco, sin alardes de ningún tipo pero sin carencias tampoco, El gran arte es sencillamente subyugante, está cuajado de personajes que escapan a la fácil  clasificación y que, aunque se acercan al estereotipo, nunca caen al precipicio de lo conocido y hartamente frecuentado. Rubem Fonseca, un autor imprescindible, absolutamente mayor, uno de los más grandes de los veteranos y vivos, no se acerca al género negro con la mirada del que se cree superior, tampoco para parodiar, sino que se mete de lleno y, con respeto y plena creencia en los materiales que maneja, nos cuenta una historia de violencia, poder y ambiciones que resulta fascinante, tanto como algunos clásicos de la literatura de siglos pasados, esos de nombres de campanillas y lugar en el olimpo de los grandes creadores. 
Contribuye a que esto ocurra la segunda parte de la novela, cuando, después de haberle dado voz a un abogado que ama a demasiadas mujeres, centro de la historia y narrador general, Fonseca desplaza la mirada  y narra lo que son y hacen los otros personajes fundamentales del libro, a los que normalmente solo vemos porque son observados por el narrador o protagonista. Se enriquece el libro, se amplía el alcance de lo contado, las perspectivas aumentan y El gran arte deviene obra coral y proteica, y Fonseca nos atrapa llevándonos a las casas de los ricos y a las de los pobres, mostrándonos los deseos y los sueños y los placeres buscados y encontrados de ambos, que no son iguales más que en el interés que despiertan en el lector. Sin ahorrar nunca en crudeza, en verdad -eso que, después de todo, escasea tanto en un género que quiere ser el heredero del realista de antaño y se pierde en la repetición hueca y vana de las fórmulas ajenas y copia lo lejano y pretende insertarlo en otra realidad que le es ajena e imposible, gran error de los miméticos-, e insistiendo en los apetitos sexuales caracterizadores, la historia se vuelve transparente y cercana aunque se nos estén planteando escenas en las que no falta la sangre ni los hallazgos más dolorosos, y Fonseca, un clásico de ahora y quizá ya de siempre, es capaz de dibujarlo todo con firmeza y  claridad absolutas sin recurrir a otra cosa que la nitidez, la sencillez, la proximidad que consigue con un talento amplísimo para decir y esculpir a un tiempo: esa maravilla que consiste en hacer avanzar una historia atendiendo a todos los recursos narrativos válidos y a la vez entregándolos como si la historia avanzara desnuda, sin condimentos, porque solo así es y puede ser, así solamente puede ser contada: sello de autor, estilo propio, maestría de quien sabe que habla despojado de artificios y trucos, de quien camina sin mirar sus huellas pero sabiendo que no falla ningún paso ni siquiera con los ojos cerrados al borde del precipicio. 
El arte mayor de la novela aplaude la aparición de obras como esta. Que podamos incorporarlas al catálogo de nuestra cosecha negra es para felicitarnos. El lector que busque entretenerse, podrá disfrutar con Mandrake, el abogado que se ve metido en un caso que lo supera y que alcanza a las capas más altas y a las más bajas de la sociedad: banqueros y sicarios. Se preguntará quién es el asesino que mata prostitutas y las marca con un P sangrienta, hecha con la hoja de un cuchillo, en la cara. Ralentizará la lectura en pasajes de amor y sexo. Se reirá con los parlamentos de un enano que se ríe de sí mismo y de todo el mundo. Asistirá a enfrentamientos entre expertos en el manejo del cuchillo -esa arma que nunca estuvo de moda y nunca dejará de estarlo-, apretará las mandíbulas cuando caen y se clavan los filos, porque casi duelen más allá de lo impreso. Corroborará que la corrupción no es un mal del pobre, que la cultura del que triunfa no es pequeña ni ahoga su odio frío. Y podrá acabar diciéndose que, con novelas como El gran arte, la nómina de grandes maestros es mejor y más defendible, y que la novela negra es la que más y mejor describe nuestro convulso presente.           

Fiódor M. Dostoievski: Los demonios (2)

Uno de los momentos cumbres de la literatura de todos los tiempos está en el capítulo 6 de la tercera parte de esta inmortal novela. En él, un suicida que dice que será Dios cuando muera, pues probará que Dios no existe y que él se convierte en Dios al matarse sólo porque desea matarse, porque está obligado a matarse para probar que no existe Dios y que Dios es el hombre, cualquier hombre, todos los hombres, se prepara para dispararse un tiro en la sien y antes conversa con un compinche que, revólver en mano, espera que el otro se suicide y está preparado para, en último caso, matarlo él mismo y cargarle dos asesinatos. El diálogo entre el suicida y el compinche -Kirillov y Piotr Stepanovich- se desarrolla en medio de la tensión y la insidia, la devoción y la duda, la mentira y la verdad, es un portentoso encuentro en el que la acción y el pensamiento son una sola cosa. Quienes afirmaron que después de Shakespeare estaba Dostoievski tuvieron presente en el recuerdo sin duda páginas como éstas, quienes amaron la novela negra seguro que leyeron este capítulo magistral de una inperecedera novela que es un antecedente y su logro máximo.

Fiódor M. Dostoievski: Los demonios

No es, por supuesto, Los demonios una novela negra,  y juzgo sin embargo que tanto ésta como Crimen y castigo son obras absolutamente imprescindibles para entender bien la novela negra y su historia, tanto o más que las lecturas ineludibles de los clásicos Chandler, Hammett, Macdonald y Highsmith (y Poe). Hay un asesino en esta novela, un manipulador que, metamorfoseado o reconvertido, aparece en muchos libros dedicados al subgénero. Hay varias escenas en las que este asesino empuña un revólver, golpea con él, dispara y mata. Hay confabulaciones y hay delaciones, escenas en las que los personajes se juegan la vida y en las que mueren ejecutados aquellos que han sido designados como víctimas. Los demonios es una de las mejores novelas de la literatura universal, y que contenga tantos elementos digamos negros la convierte en precursora, la sitúa en un lugar que no ha de obviar el aficionado y el entusiasta de la novela negra.   
Los demonios es la historia de una ciudad pequeña -y de un buen número de sus habitantes- en la que se ponen en práctica unas ideas encaminadas a subvertir el orden, a traer otras ideas y otros planteamientos vitales a un lugar anquilosado en el que mandan los de siempre. No hace mucho que los siervos han dejado de serlo, los ricos son los que mandan -terratenientes, militares, políticos, hombres de negocios-, se despide en masa a trabajadores. Un pequeño grupo capitaneado por Verhovenski, un hombre que no es especialmente inteligente pero sí hondamente vengativo, cruel y manipulador, se mueve en la sombra y planea y lleva a cabo varios asesinatos para alterar la paz social y sublevar los ánimos de los pobres, que esperan los apoyarán cuando vean que ante el desastre sólo cabe dar un paso adelante para evitar males mayores. Profesan en el grupo ideas seguramente socialistas, pero no importa cuáles sean estas porque, en manos de un líder que engaña, miente y azuza a unos contra otros para que nadie se fíe de nadie, da igual que se crea en el socialismo o en el fascismo, ya que -nos dice Dostoievski- si se manipula no hay verdad ni horizonte limpio.
Equivocadamente se ha tildado de conservadora a esta obra. El gran autor ruso concede todo el espacio necesario a la exposición y debate de las ideas y no les hurta complejidad ni verdad, sean cuales sean. Verhovenski, el malo y maquinador, no es detenido ni ajusticiado, sino que huye y desaparece: su figura queda definida sin lugar a dudas, pero no se le mata para ajustarle las cuentas, literariamente hablando. La novela está narrada mediante la voz de un cronista local que cuenta lo que sabe y añade lo que imagina, con lo que la voz del narrador de tercera persona Fiódor M. Dostoievski queda fuera de lo contado, aunque quepa identificar a uno con el otro -esto es ya extraliterario-. Hay retratos muy duros de los que tienen el poder. No se es complaciente con protagonistas como Varvara Petrovna, rica propietaria de la que descubrimos todos sus excesos de imposición y mando a través del dinero. Y hay un momento fundamental: el ex siervo y ahora ladrón y asesino Fedka le dice a su antiguo amo que no le hará daño porque nació siervo suyo, y poco después el amo ni siquiera recuerda si es cierto que perdió al siervo en una partida de cartas. Este viejo amo es Stepan Trofimovich, uno de los principales personajes de la trama. Ahora bien, lecturas interesadas ha habido siempre. Dostoievski es justo al dar voz a unos y a otros y alerta de los excesos de unos y otros, de las mentiras de unos y otros, y concluye con una imagen desoladora Los demonios, que somos todos desde su visión equitativa de la existencia, una visión que pone a todos al mismo nivel. No hay buenos ni malos, concluye el gran maestro ruso en esta obra imperecedera, pues todos nos movemos impulsados por los demonios que nos habitan y nos obligan a ser mentirosos, excesivos, vulnerables, una pálida sombra de lo que, como Piotr Stepanovich, soñamos un día que llegaríamos a ser.

(Nota: La traducción elegida para la lectura se debe a  Juan López - Morillas)

Edmundo Paz Soldán: Norte



No hay un norte para un asesino en serie. No lo hay en esta novela para ninguno de sus tres principales personajes. Paz Soldán nos habla de fracturas, de pérdidas, de situaciones de soledad y desesperación que tocan muy de cerca al asesino, a una dibujante y guionista de comics y a un pintor loco. Rotas las raíces que unen a una tierra, a unos seres queridos, los inmigrantes que entran en los Estados Unidos con piel morena y acento español no encuentran caminos fáciles, no van hacia un norte claro y esperanzador. Buscarse la vida sin apoyos y sin amor y sin comprensión de alguien cercano lleva a la desconfianza, al asesinato en un caso, a deshacerse de un hijo que no tiene un padre que lo querrá en otro, a desear que las paredes de un manicomio sean el mejor refugio del mundo en el último caso, en la tercera historia contada en Norte. Seres sin patria, sin hogar, extraviados por dentro y por fuera. Infelices.
Las tres historias están unidas por la voluntad del autor, no se engarzan apenas en la trama y el lector ha de unir hilos que lo sacan (sin alejarlo) de las páginas del libro, el mayor acierto de Norte. En algunas escenas en que el asesino mata, uno preferiría cerrar los ojos, saltar páginas, porque es verdaderamente terrible lo que se está leyendo. Paz Soldán no se recrea, pero tampoco elude: lo contrario sería hurtar y disfrazar, rebajar y mentir. Y este es un libro sincero, escrito no para sumar a la victoria de una carrera literaria, sino para hablar de unos temas de gran exigencia preparatoria, que resultan muy difíciles de abordar en una novela. Las dificultades las solventa el autor con un estilo escueto, sin alardes, rápido y preciso. El libro se lee sin saltar ningún escollo. No hay abuso del psicologismo. Y se sortea lo fácil y sabido con la economía de medios de que se vale Paz Soldán, con una prosa permeable al lenguaje hablado, que está dentro de los párrafos de la narración, algo que me parece de gran valor: atrás quedaron los tiempos de la prosa limpia y pulcra y distanciadora -soy un hombre bueno que cuenta cosas malas, late en tantos libros cargados de buenas e inocuas intenciones-para contar historias como esta, pues el escritor que se lanza al vacío quiere a un lector que sienta el vacío.
Intensa novela, planteada para que pueda entenderla y aproximarse a ella cualquier lector, con un cierto eco barojiano de fondo -por más que pueda parecer que es producto de una manera muy estadounidense de hacer, en la que se cuentan muchas cosas y el ritmo y la sucesión de escenas es esencial-, está en el centro de asuntos que ahora nos importan, resulta muy recomendable y tiene un pulso de escritor de gran categoría latiendo en todas sus páginas.