Aunque no vivió esos cuatro días de enero históricos en que Barcelona se quedó sin gobierno y a la espera de que las tropas invasoras, franquistas, se adueñaran de ella, alguien que sí los vivió ha destacado que la recreación que de aquel tiempo y aquel lugar que hace Sierra i Fabra en su novela es tan exacta como si hubiera estado allí. Lo afirma Francisco González Ledesma. Nada que discutir, pues, sobre el conseguido realismo de la novela. Que es ante todo una novela negra. Pero que no gasta todas sus fuerzas en tirar de nosotros para llevarnos por la senda desnuda de las investigaciones y los asesinatos, algo que para un escritor como el que nos ocupa sería demasiado fácil. Las caracterizaciones de los personajes no se deja de lado: cuando el inspector da con un muchacho que ha sido medio novio de la chica desaparecida, éste se halla encerrado en un cuarto para evitar que corra a alistarse y a morir en una batalla que está perdida. El diálogo que mantiene el joven con el inspector me parece magnífico, tan lleno de información efectiva y de vida que uno tiene el inmediato impulso de pararse a releer. El inspector, cansado y sabedor de que sus días están contados, apoya a la madre del muchacho y, mientras lo interroga para conseguir información sobre la muchacha desaparecida, intenta quitarle de la cabeza la idea de alistarse, pues la guerra está perdida. Este encuentro entre alguien que ya se siente vencido y alguien que quiere dar su vida si es preciso para seguir defendiendo a los suyos, la democracia, su ciudad, es obra de una mano experimentada y resulta memorable.