Es una lástima. Se trata de una novela valiosa, bien escrita en su mayor parte, con un personaje principal bastante creíble, unos secundarios que vigorizan la historia y un trasfondo que no es sólo paisaje de fondo: la Barcelona de los días anteriores a la entrada de los franquistas victoriosos durante la guerra civil española. No es una novela histórica, no se usan las fechas para darle una pátina de interés que a la postre resulte banal o forzado o simplemente anecdótico u oportunista. Nada de eso: la historia tiene interés porque se desarrolla en una época difícil, en que imperan el hambre, el desconcierto, el dolor, el miedo, la repugnancia a lo que vendrá. Los derrotados tienen voz en esta novela y su voz interesa. Jordi Sierra i Fabra posee el talento, el pulso, el valor, la sinceridad necesarios para construir un libro que casi hasta el final triunfa y se percibe pleno, cuajado, y va dejando un sabor a gran novela, hasta que llegamos a la resolución de la trama, al lado de atrás, a lo oculto, a lo que no hemos visto pero ha dado origen a la novela, y entonces todo se viene incomprensiblemente abajo, como un castillo de naipes: una adolescente toma la palabra y filosofa, encadena frases cultas y de una profundidad que jamás un personaje como ese -a no ser que se nos explique cómo puede haber llegado en medio de la miseria a poseer una capacidad, una aptitud de narrador tan avezado y tan preparado- podría elaborar, decir en un diálogo en el que no debería salirle apenas la voz, pues acaba de escapar de una muerte segura y el miedo tendría que trabarle la lengua, no dotársela de una sapiencia absolutamente irreal. Todo se tuerce a partir de este instante: la resolución del caso es tópica y facilona, con unos malos malísimos y unos buenos honrados y nobles, estos muy de izquierdas y aquellos muy de derechas: campea a sus anchas una ingenuidad inesperada en el buen hacer de un veterano escritor como Sierra i Fabra, el ajuste de cuentas es torpe e intrascendente, está lleno de costurones y de una frontalidad fatal e inocua. Sierra i Fabra acaba de prisa su novela, tira por la borda los logros mencionados en las tres anteriores entradas aparecidas en este blog y le habla a un público que busca sentencias, que busca oír lo que ya sabe, que sólo quiere que le reafirmen en sus ideas. Ya digo: una torpeza grande, demasiado grande, que tira gran parte de los méritos del libro por la borda. Pues si bien el que esto suscribe piensa en muchos aspectos como Sierra i Fabra, si bien deplora la cara que sigue presentándose de nuestra guerra civil y la consiguiente posguerra, aún pacata, cuando no manipulada, recortada por la voz de los vencedores, también cree que una novela precisa de mucho más que de malos y buenos para hacer pensar, para hacer recapacitar, pues no basta con mostrar de manera simplista -es el mayor error de tantas novelas negras que acaban siendo fallidas-, con señalar y con gritar de dolor y de pena. Las novelas negras que nos hacen cuestionarnos el mundo no lo ven todo en puro blanco y en crudo negro. Ha pasado el tiempo de novelas de este tipo. Si los malos son señalados como malos pero no se les ve desde dentro; si no se ven sus almas, sus contradicciones, sus ruindades y también sus momentos de ternura, de amistad y de amor, de los que son muy capaces, -¿quién es enteramente un ser despreciable, abominable, quién sobrevive sin acariciar nunca, sin amar jamás?-, pues muchas veces una mano calla lo que la otra hace, nos quedaremos en los estereotipos, los disparos de sal, y no sabremos más del ser humano. Seremos como esos políticos que se señalan unos a otros y se dicen Y tú más, Y tú peor. Con eso ya no basta.