Juan Madrid: Un beso de amigo
Lo que diferencia las novelas de Juan Madrid de muchas otras de género negro es que saben a verdad. Y se debe a que el autor fue periodista, es un hombre comprometido y atento a las injusticias sociales y no ha perdido un ápice de fuerza en su lucha por decir lo que otros callan. Son novelas en las que, como ocurría con las del ciclo Carvalho de Vázquez Montalbán, se hace crónica de un tiempo y de un país, y de una manera tan efectiva e imborrable como Baroja lo hiciera en su tiempo. Cuando pasen muchos años, se volverán a leer las novelas de Juan Madrid para saber qué pasaba entonces en nuestro país, quiénes tenían el poder y cómo lo utilizaban, quiénes eran los perdedores, los humillados y los vencidos.
Releo esta primera novela protagonizada y narrada por Toni Romano y tengo la certeza de que ha vencido al desafío del tiempo. Escrita en 1980, sigue siendo un perfecto ejemplo de qué es una novela negra: dura, indagadora, atenta a la realidad más inmediata, concisa, de fácil lectura y sin mentiras disfrazas con aire de best seller noble. La mejor novela negra es para cómplices, para lectores con el corazón aún vivo y consciente de que solo se sobrevive con los latidos cercanos de otros que respiran el mismo aire viciado. La mejor novela negra produce manchas que permanecen, es una mano manchada que se te acerca y te pide un apretón de amigo. La mejor novela negra no es una excursión campestre ni un paseo con bata antimanchas por el lado oscuro, por los callejones oscuros, por las caras oscuras de los perdedores y los asesinos. Sin análisis social no existe buena novela negra. Algunas de estas cosas las he aprendido leyendo a Juan Madrid.
Un beso de amigo se acerca a los manejos de algunos poderosos que mueven a las bandas fascistas en su beneficio, que ponen entre ellos y la verdad, entre ellos y el delito una distancia y a algunos subalternos muy fieles y muy útiles que oscurecen los caminos que llevan a saber, a palpar lo que es consistente e innegable, lo que podría servir para denunciarlos y juzgarlos públicamente. Toni Romano, un perdedor que se mantiene firme y aún erguido, se ve reclamado a participar en una historia en la que poco es transparente y de la que no sale porque no se lo permiten. Como todo peón, como todo utilizado, solo se bambolea, va a rebufo de la verdad, corre pero nunca logrará alcanzarla, o no conseguirá que sirva de nada quizá porque tampoco es su mayor propósito. Toni Romano es un personaje creíble, extraído de la experiencia directa del autor y no de otros libros, algo de lo que adolecen casi todos los personajes de novela negra. Ex boxeador, ex policía, frecuentador de muchos locales y conocedor de mucha gente de la calle, Toni no investiga crímenes, no aclara asesinatos, no cobra minutas para engrosar una cuenta bancaria, no se vanagloria de su intachable profesionalidad porque es un superviviente, un tipo que sale adelante con poco dinero y muchas razones propias, muchas ideas propias que lo alejan del prototipo de personaje de una pieza y sin tacha que es creado por una mente apaciguadora para unos relatos evasivos o contentadores, de buenos y políticamente correctos propósitos. Por eso, las novelas que le dedica Juan Madrid no son domesticables y superan las barreras del tiempo, encuentran nuevos lectores y son de nuevo leídas, lo que supone el mejor gozo para un escritor y el mejor logro, pues más allá de los reconocimientos, las críticas -positivas o negativas-, los estudios y las tesis está lo más valioso de la literatura, el reconocimiento más puro y justo, más duradero e inmarchitable. El que, sin duda, obtiene -y se merece- con los lectores Juan Madrid, maestro de la novela negra y de la novela sin más adjetivación.
Juana Salabert: La regla del oro
Navidades de 2012, Madrid. Un joyero, centrado últimamente en la compraventa del modesto oro familiar de los asfixiados por la crisis, aparece degollado entre unos contenedores de reciclaje con un acusador mensaje encima. No es el primero. Semanas antes, otros “comprooro” fueron asesinados de modo similar en una capital vapuleada por los recortes y el miedo al porvenir inmediato, cuyo clima es el de una explosiva ciclogénesis social por debajo de las luces, enseñas y adornos festivos. ¿Nos hallamos acaso ante un asesino en serie, frente a algún demente “lobo solitario”, empecinado en una obsesiva “misión” de ajuste de cuentas contra quienes a diario sacan provecho de la creciente penuria ajena? ¿Qué vincula entre sí a muertos tan dispares, más allá del ejercicio de su profesión?
Se encarga de la investigación el inspector Alarde, un joven y perspicaz policía empeñado en darle la espalda a sus propios fantasmas y traumas del ayer. Abierto e intuitivo, sensible y observador, no desdeñará tirar de ningún hilo de esta telaraña en pos del cabo oculto originario, del canto auténtico de la moneda. De su curso de voluntades codiciosas y desatinos cruentos emergerán las dos caras de la verdad. Porque en el corazón de esta historia, ambientada al sur del eurocontinente regido por fúnebre “regla de oro” constitucional, los latidos se desbocan, la fiebre y la muerte suben como cotizaciones del metal más preciado y las campanas doblan por doquier.
Con la contundencia narrativa que caracteriza a Juana Salabert, la escritora nos brinda, a través de esta misteriosa serie de crímenes y de una galería de personajes versátiles y psicológicamente complejos, una audaz semblanza de la España del momento. “La regla del oro” es una trepidante y estremecedora novela policíaca.
Edita: Alianza
Andreu Martín: Bellísimas personas
El acercamiento a la vida y a la personalidad de un asesino no es una tarea fácil, y tampoco apta para todos los escritores que dedican mucho tiempo en sus horas creativas a la narrativa criminal. Verter ideas repetidas en un texto, retorcer el argumento para enseñar lo complicado en la superficie aunque en el fondo no haya sino una simpleza alarmante, correr junto a un precipicio con una figurita en la mano que se dejará caer en el momento más oportuno está al alcance de muchos. Pero no lo está aproximarse al monstruo humano sin olvidar que es humano, sin convertirlo en un ídolo ni en un grotesco desecho, abriendo un juego que no sea una evasión sino un compromiso profundo con los seres que aún no están desalmados. Tarea para unos pocos, entre los que se encuentra el maestro Andreu Martín.
Que aquí vierte sus obsesiones y mueve el foco con brillantez absoluta mientras maneja a los personajes de la novela, a los personajes de la novela dentro de la novela de la narradora y protagonista y a los personajes de la novela que en definitiva es Bellísimas personas, escrita por Andreu Martín. Sí: hay un eco del Unamuno que hablaba con sus personajes, que se dejaba increpar, que sabía que vida y literatura eran lo mismo pero no eran lo mismo, que un personaje puede resultar más vivo que un escritor que siempre ha estado vivo. Con parecida ilusión juega Andreu Martín en este libro, con entusiasmo contagioso, sin mentir y sin recurrir a la socorrida metaliteratura como guiño fácil con el lector que ya está de vuelta de casi todo. El juego ficción/realidad es en esta novela el resultado de un planteamiento sincero ante las limitaciones de lo contado, de lo conocido, de lo que queda por conocer cuando alguien se interesa por un caso real, base de la que parte esta excelente novela. Martín, desde la ficción, le dice al lector que se puede jugar a imaginar, se debe jugar a imaginar, y se debe saber que se está jugando, se están poniendo unas verdades inventadas sobre el tapete que acaso queden como las verdades definitivas si nadie las niega, si nadie viene a decir que no son más que unas verdades literarias.
Bellísimas personas tiene una estructura muy bien asentada en esa plasmación equilibradísima de lo real y lo ficticio, en la que no se admiten derivas blandamente emocionales ni frialdades impostadas que romperían la fidelidad a lo ocurrido en los hechos reales, y para eso se vale de una narración en presente de indicativo que dota de un ritmo muy conveniente y lleno de generosa frescura a lo que se va contando, de un personaje femenino actualizado al tiempo presente con deseos francos y decisiones muy personales que a veces son contradictorias pero siempre tienen una explicación muy bien razonada, de una prosa ágil y moderna a la que no le faltan hondura en algunos momentos memorables ni frases para la relectura relajada, eso que hace de una novela algo más que un texto para usar y tirar. Y me parece que es una novela mayor, de autor grande, gracias también a su humor espontáneo y matizador que comparte muy bien espacio con todo lo trágico del tema, tema que no se lanza hacia el terreno pantanoso de la enjundia solo para vestirse de gala, porque sabe su autor que el veredicto más jugoso lo da quien sigue leyéndole y abonando para el recuerdo. Con una crítica dura y contundente -como es marca de la casa- a unas situaciones, unas personas y unas leyes que nunca acaban de romper con lo peor del pasado del hombre, Martín es fiel a sí mismo y a su exploración de nuestro tiempo aún palpitante buscando nuevas perspectivas, nuevos personajes, historias paradigmáticas. Quizá por esto me trae a la memoria Bellísimas personas una novela de Ernesto Sabato, El túnel, tan celebrado en su tiempo y ya un clásico, y me hace pensar que acompañando a ese libro en un paseo por el jardín de las letras se entenderían los dos librods muy bien y se reconocerían seguramente como parientes cercanos.
Fabio Girelli: Villa Triste
“Algunos lugares, como las personas, nacen con un destino marcado sin posibilidad de redención.”
En Turín alguien tortura y mata a una joven. Simultáneamente, aparecen muertas las gallinas de un amable anciano y terribles secretos emergen del pasado de una gran villa abandonada.
El comisario Andrea Castelli vive entre la dualidad de una mente brillante y una actividad febril; días de apatía total, melancolía e hipocondría en los que todo se para, desaparece, algo difícil de seguir por sus colaboradores. El inspector Giordano, su amigo y fiel asistente, se esfuerza por mantener a Castelli en un punto de equilibrio que éste parece incapaz de encontrar. Ambos deberán perseguir a un fantasma para poder unir los hilos que tejen la verdad del caso.
Edita: Sd.Edicions
José Antonio Nieto Solís: Los crímenes de la secta
Una investigación policial sobre la casta internacional. Dos jóvenes políticos mueren asesinados. Pertenecían a Solidarios, el nuevo partido que ha irrumpido con gran fuerza en el panorama político español. Lideraban propuestas que no eran del agrado de los poderes establecidos… La inspectora Marian Labordeta y sus hombres siguen el rastro de una secta española y buscan a los responsables de una trama delictiva en Italia, Bélgica, Holanda y España. Una delegación de la Troika visita Madrid, de incógnito, pero alguien filtra la noticia y sucede lo inesperado… en esta instructiva y divertida historia.
Ni todos los crímenes son asesinatos ni todos los que están en el poder forman parte de una casta. El mayor crimen de los miembros de la “casta internacional” es defender sus intereses perjudicando a la mayoría de los seres humanos. Por ello, es más fácil identificarlos por su comportamiento y por el daño que causan, que por su adscripción a un grupo u otro. Aunque su poder, sus influencias y su afán por acumular sigan aumentando, sus actos —voluntarios o no, legales e ilegales— no pueden quedar impunes…
Edita: Editorial Verbum
Andreu Martín: Por el amor de Dios
Andreu Martín es uno de los escritores fundamentales de nuestra literatura actual. Si no contáramos con él, habría historias que nadie narraría, faltarían acercamientos a temas que nadie más aborda, perspectivas sobre asuntos de nuestra sociedad que pedirían la existencia de una voz libre, atrevida, inteligente y profunda. Escribir novela negra no es sinónimo de ligereza ni de superficialidad, y este escritor barcelonés lo atestigua con sus mejores obras, entre las que se cuenta la que ahora comento.
Aúna la crítica necesaria y acerada a la banca y sus prácticas especulatorias y la crítica al poder oculto e insidioso de una secta religiosa que no exhibe podridas todas sus ideas pero que está creada desde la idea de la explotación y desde la práctica del amor desenfrenado al poder y al dinero. Banqueros y sectarios: una combinación eficaz. Con una trama policíaca en la que no falta un perdedor que se hace perdonar y un policía descreído, cansado de ser funcionario en la estela de otros funcionarios pasivos y solo pendientes ya del ascenso y de la nómina a final de mes.
Andreu Martín, libre e inteligente, junta las dos caras de la moneda y las enfrenta cuando la novela lo estaba pidiendo y con destreza de narrador de primera juega con el tiempo pasado y el presente de la historia mostrando una vez más que el que tiene oficio no olvida que acaso está casi todo dicho pero aún pueden buscarse nuevos enfoques, nuevas palabras, nuevos sentimientos. Sí, sentimientos: de derrota, sobre todo, de culpa y de decepción. ¿Es la decepción un sentimiento? Sí, para quien sufre y hasta es capaz de morir y matar para no volver a ser decepcionado, para no decepcionar.
Qué bien se mueve Andreu Martín en los territorios que habitan los que son engañados pero luchan hasta morir en nombre de otro, los que aún tienen pulsiones fuertes que nacieron en la infancia o en la primera juventud para marcar un carácter y acaso un destino, los que son ambiguos porque ascienden siendo quienes son y quienes las ocasiones les exigen ser. Qué gran escritor. Qué fácil es simpatizar con alguno de sus personajes, empatizar con el protagonista o con un destacado secundario (eso que hará que la novela perviva, eso que hace que la ficción tenga un valor imborrable), gracias a que no se les carga con demasiada psicología pero sí con toda la que se precisa para que no sean letra muerta ni creación rutinaria.
Qué bien se maneja Andreu Martín en la descripción del mundo criminal, qué creíble resulta. No en vano es uno de los dos o tres esenciales de la novela negra actual. Qué grato leerle, seguir disfrutando y seguir aprendiendo de un maestro al que hace tanto años descubrí con Prótesis y Aprende y calla, y que sigue batallador, incorruptible, lúcido e insustituible. Recuperad esta novela si no la habéis leído, releedla con otros ojos y en otro momento de vuestras vidas. Ha ganado poso y es de las imprescindibles del autor de excelentes novelas y magníficos libros de relatos como Sucesos.
Antonina Rodrigo: Federica Montseny Primera ministra electa en Europa
Antonina Rodrigo nos deleita con otra de sus excelentes biografías en Federica Montseny. Primera ministra electa en Europa.Entrevistada por la autora en los años setenta, y objeto de estudio durante largos años, el libro ofrece la visión más completa de la vida de una de las figuras más emblemáticas del movimiento libertario del siglo xx.
Conocida como «la leona» por la fuerza de su oratoria, sus mítines reunían a millares de personas. Líder del sindicato, durante la Guerra Civil fue ministra de Sanidad y Asistencia Social (1936-1937), convirtiéndose en la primera mujer que ejercía como ministra en España y también en Europa.
Como tantos otros miles de españoles, Montseny se exilió en Francia en 1939. Un año después, durante la Segunda Guerra Mundial, su nombre aparecía en las temidas listas negras que Franco envió al gobierno alemán y al de Vichy para su extradición. Fue detenida y encarcelada, pero no llegó a atravesar los Pirineos. Rodrigo nos describe su actividad política en la oposición antifranquista durante el exilio, su fugaz vuelta a España en 1977, y su final en Francia, donde murió en 1994.
Edita: Editorial Base
Pascual Ulpiano: Palop juega sucio
Los bastardos tratan de financiar su propio grupo terrorista y, para conseguirlo, nada mejor que raptar a Pilarín, la hija oronda de una ministra por la que pedir un rescate o, a malas, alojar una bala en su rubio y repeinado cráneo.
Buenas noticias para Palop, en todo caso.
La Agencia, donde trabajó y de donde salió a su manera hace unos años, vuelve a confiar en él para hacer el trabajo sucio. El que nadie quiere hacer. El que apesta. Ese que no sale en los periódicos, ni en el BOE, ni en las lápidas de los que caen haciéndolo. Bien remunerado, muy arriesgado y descarnadamente implacable: este juego se rige por sus propias normas y Palop sabe qué cartas jugar para que a Pilarín no le pase nada y que los hijos de perra de sus raptores acaben bajo tierra, pasto de los gusanos.
Edita: Editorial Base
Adrián Tarín (Coord.): Miradas libertarias
Se están esbozando numerosas alternativas al decadente sistema capitalista que parten de una ciudadanía activa, que participa y se implica en la solución de los problemas comunes. Sin duda, la influencia que están teniendo en la sociedad resulta innovadora y parte de su éxito se debe a que estas prácticas hunden sus raíces en una larga tradición. Reconocer el pensamiento de Malatesta en el "No nos representan" o las prácticas zapatistas en la reivindicación de la autogestión de espacios comunes supone no partir de cero en los habituales debates en torno a temas como el liderazgo, las relaciones afectivo-sexuales, las leyes... sino aprovechar el legado anarquista para continuar defendiendo una sociedad basada en la autoorganización, la democracia directa y el apoyo mutuo. Las reflexiones desde la práctica que se recogen en este libro sin duda enriquecerán las iniciativas actuales y también la investigación en ciencias sociales, mostrando que el pensamiento libertario no solo sigue vigente, sino que es la "estimulante ideología del futuro" que reivindica Carlos Taibo en el prólogo de este libro.
Edita: Los libros de la Catarata
Agustín Martínez: Monteperdido
La intensa y cuidadosa labor de un guionista está detrás de este libro que es el primero que publica su autor, que ha colaborado y creado historias para la televisión con éxito y buenos resultados dramáticos. Los personajes han sido ideados uno a uno, con detalles caracterizadores que los distinguen y los hacen recordables. El lugar elegido para el desarrollo de la trama cuenta con muchas y bien dosificadas descripciones que dibujan con nitidez en la mente del lector un paisaje atractivo y dinámico. Toda la labor previa del escritor Agustín Martínez brilla con sello propio, con un peso innegable, aunque esto no es más que el primer paso para montar una buena novela.
Y Monteperdido es una buena novela. Diría más: una notable novela. Policíaca y no negra, volcada hacia el lado de la investigación y el descubrimiento de un culpable, con pocos tintes de denuncia social, ya que se opta más bien por la indagación en un mundo cerrado, una población pequeña con visitantes turísticos y una población fija a la que observar, de la que desconfiar, a la que escrutar para saber qué la motiva, qué secretos esconde. El primero es evidente: un secuestrador. Dos niñas desaparecen y cabe pensar que el responsable es un vecino del pueblo. Pasan cinco años y una reaparece, tras un accidente mortal que le cuesta la vida al hombre que la acompañaba y que la ha rescatado de su prolongado encierro en un sitio maloliente, oculto, de tamaño inhumano.
Martínez podría haberse lanzado desde este punto a la búsqueda indiscriminada de lectores, podría haber corrido hacia los prados del best seller, pero declina la tácita llamada y nos ofrece una inmersión en un pueblo en el que hay buenos y malos, habitantes de buenos y malos sentimientos, investigadores de la ley buenos y malos también. Como avezado contador de historias, reparte inteligentemente los elementos sorprendentes, los giros que la investigación precisa para no ser plana ni aburrida, adereza con pinceladas psicológicas a los personajes principales y los mueve en este juego que a ratos resulta, en verdad, apasionante, pues no hay exageraciones, trampas que después parecerían engañifa, sobresaltos de telefilme ni de serie para adolescentes o adultos desvelados. Martínez se acoge a lo mejor del realismo, orilla la oquedad del costumbrismo y no ahoga en el decurso del procedural la vida de los personajes, los cambios a que han de verse sometidos cuando los acontecimientos se precipitan. Pretendiéndolo o no, crea a una policía con una personalidad sólida y creíble, una de esas subinspectoras llamadas a protagonizar más novelas porque encierran mucha vida y no resultan pedantes, refinadas ni programadas ni de una sola pieza, porque parecen humanas y con algo que despierta al lector a la compasión y a la identificación, prendas imprescidibles para que un personaje de ficción pida más páginas y más libros. Además, sumando logros, la escritura de Martínez no es funcionarial, no es impostada ni seca a la fuerza: en las comparaciones tiene uno de sus mayores logros, pues no son nada destellantes ni pretenciosas ni vanas, ni material de relleno, sino que se sustentan en un tono muy real, en una elección de sustantivos muy comunes y cercanos, como corresponde a toda la materia del propio libro, que tiene los pies muy bien situados junto a los árboles, las casas, los caminos de un lugar que cualquiera puede sentir que ha conocido mientras pasea por sus páginas. También contribuyen a sumar las breves y reveladoras interrogaciones a que se someten a sí mismos algunos personajes, dudando, interpelando de manera indirecta a quien presencia la historia.
En conjunto, Monteperdido es la admirable novela de un narrador de raza, que ha asumido muy bien las enseñanzas de su oficio de guionista y las lecturas de escritores que cuentan muy cerca de lo palpable; de un autor muy cualificado para el manejo del personaje múltiple protagónico; y que tan solo debe cuidar para futuros empeños creativos la corrección de un abundante, incómodo leísmo que en algunos tramos -junto a las deficiencias muy habituales en nuestros contemporáneos en el uso acertado de lo que antes llamábamos el objeto indirecto- afea el buen acabado de una novela que se aúpa sin ninguna duda a ese preciado sitio en el que brillan las mejores novelas españolas policíacas de ayer, de ahora y de siempre.
David Peace: 1974
Esta es una novela dura, negra, muy negra, con mucha violencia al final y unos crímenes horrendos, con palizas de policías innombrables, asesinatos de niñas, sangre y mucha muerte: una novela que no cuenta para entretener tan solo, que involucra, que aplasta en el sofá, que mancha los ojos. Forma parte de una tetralogía y está escrita por un autor que sintió inspiración y necesidad tras leer a James Ellroy y contagiarse de su estilo cortante, afilado, abrupto, poético con vidrios rotos dentro, alucinado con rojos y amarillos que ciegan, un estilo despojado y tan preciso como el canto de una piedra rodada. Y cuenta la historia de un periodista que va a ver cómo se hunde en una investigación mutilada, manipulada, conducida y reconducida, pesadillesca en torno a los asesinatos de unas niñas y tras la pista de un asesino huidizo, mutante. La novela se mantiene gracias a este estilo, al nervio y a la rabia, al impulso frenético del narrador, ese periodista que se lo juega todo por llegar no a saber la verdad, sino a estar ante ella, a tocarla. Y cuando se rompe el dique y la violencia se desata, nadie queda a salvo, nadie escapa a un puñetazo, a un disparo, a una patada: la tragedia griega, la tragedia shakesperiana vienen a plantarse en el centro de la historia y no hay más que aguardar a que caigan fichas y personajes, a que el dolor inunde las miradas, destroce dedos y vidas, cercene, inutilice, destruya. Esta novela es un estallido y una catarsis, eso que los amantes de la novela negra de verdad comprenden y esperan sabiendo que la literatura es en ocasiones un pozo oscuro al que no puedes hurtarle la mirada.
Santiago Roncagliolo: Abril rojo
Hay en esta novela, ante todo, un personaje memorable, creado para perdurar: el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar. Tímido, casi ridículo en ocasiones al principio por culpa de su casi enfermizo apego a lo que dictan las leyes y sus procedimientos, Chacaltana evoluciona y va convirtiéndose en otro, menos inocente y nada monocorde, hasta ser un personaje de los que dejan huella. Y esto se debe no solo a que pasa a sentirse involucrado, a su asimilación de las cosas que ve, a dar el paso de ser un hombre de acción, sino a la gran pericia articulada sobre un fondo de verdad irrebatible que le ha procurado Roncagliolo: un país en el que hasta hace poco ha habido muchas muertes por los enfrentamientos de los subversivos y los militares. Ahí Chacaltana es creíble, es absolutamente creíble. Y, como digo, un personaje memorable, de los que aparecen muy de vez en cuando.
Crímenes, dudas, víctimas quemadas y con algunos miembros brutalmente arrancados de sus cuerpos: el impacto está servido. Así como el paisaje moral, de luces y sombras que en lo exterior tiene como referente primero a una Semana Santa en la que se muere y hay sangre en las imágenes religiosas que avanzan imparables y sin recelo por las calles. Roncagliolo, como en algunos libros ideados para ser best sellers o para obtener adaptaciones televisivas o cinematográficas, ha trabajado con un material altamente visual, reconocible, muy apropiado, lo que puede hacer sentir cierto rechazo, debido a un exceso de premeditación. Pero eso sería quedarse solo en la superficie: porque el libro habla de la muerte, de los que trabajan con y para la muerte, sobre todo para la muerte. Los que ejecutan, los que dejan a padres sin hijos, a hijos sin padres, los que torturan, los que ponen bombas, los que han hecho del oficio de matar sus razón de ser y de existir: eso es lo que denuncia Roncagliolo, lo que pone sobre la mesa de debate, lo que desnuda y muestra en toda su crudeza. Matar para seguir matando, concluye, matar y descansar hasta que se planee y se ejecute la próxima muerte. Es el tema del libro: la muerte del otro, la muerte del enemigo. Y se entiende entonces plenamente el contexto, la ambientación, el exceso si se quiere, el envoltorio de thriller (más que de novela negra), pues Roncagliolo ha escrito una novela que no reniega de lo fácil pero no se conforma con lo fácil, no pretende acomodarse en lo fácil.
Abril rojo está muy bien escrita. Alterna la narración con ritmo con las meditaciones sobre la marcha sin titubear ni demorarse vanamente. Con un criterio muy inteligente, no carga en las descripciones un exceso de literatura que resultaría solo pompa. Se vale de símbolos sin mancillarlos ni usarlos con manos sucias. Y no es en ningún momento la novela de un autor que se ha acercado a un tema como un turista a una iglesia desconocida en un ciudad extraña. Santiago Roncagliolo, como Baroja, como Hemingway, como Juan Madrid, como Dostoievski, entiende que el acercamiento a la verdad de lo que se está contando ha de tomar un camino estrecho, difícil y exigente que desemboca en el logro de lo dicho antes que en el logro de lo contado, de lo narrado, porque una novela es, más allá de los personajes y de la historia que se cuenta, el decir de alguien que está solo y hablándoles a desconocidos que acaso escucharán reposados y se sentirán más acompañados y menos aturdidos ante la casi imposible tarea de vivir y entender.
(Para mi padre, que falleció el 8-7-2015)
Dennis Lehane: Nos quedamos sin perros
Este relato tiene algo en común con una breve novela de John Steinbeck titulada De ratones y hombres: la amistad de un hombre muy cuerdo, experimentado y dotado de buenos sentimientos con otro hombre menos cuerdo, menos experimentado y con sentimientos nobles pero herido por circunstancias ajenas a él. Hay también una triste sensación recorriéndolo de principio a fin, bien retenida para que nunca se desborde e inunde la historia de sentimentalismo fácil y ramplón. También el final es parecido, pero Lehane añade algunos elementos propios y valiosos que hacen que cuaje una atmósfera malsana, decadente y de callada desesperación que convierten el cuento en una obra propia, personal y muy estimable, superando así lo que podría parecer a primera vista solo una sencilla variación sobre un tema ajeno. Los recuerdos de la guerra de Vietnam, las limitaciones de cierta vida pueblerina, las relaciones ocultas están presentes y muy elaboradas, dotan a los personajes de vida propia y efectiva. Y las insinuaciones, los velos medio caídos, lo mostrado como al trasluz convierten a Nos quedamos sin perros en un metafórico relato de gran solvencia y de gran categoría, la suficiente como para hablar de un gran escritor y un notable trabajo.
(Un apunte en cuanto a la traducción: Creo que podría haber buscado sin demasiado esfuerzo Damián Alou giros que evitaran la repetición de verbos en la misma frase sin alterar la frescura y coloquialismo de la prosa de Lehane)
Ross Macdonald: El otro lado del dólar
Gran novela, ya de la época más madura y más consistente de la serie dedicada al personaje Lew Archer, en la que sin duda la tragedia griega y el psicoanálisis son las piedras angulares de la historia, El otro lado del dólar es también una obra maestra del género, una de las más grandes novelas negras que se han escrito. El último diálogo podría servir de ejemplo de lo anotado más arriba. La emoción, la cultura bien asimilada, la crítica a un mundo y una sociedad desviada en sus valores y cimentada en las clases dominantes, las que poseen más dólares brillan con toda su fuerza y su máximo esplendor. Pero es que, además, a lo largo de todo el texto pueden encontrarse vibrantes ejemplos que justifican mi antigua afirmación y mi actual afirmación: Ross Macdonald es el estilista de la novela negra. Veamos algunos ejemplos:
La llovizna flotaba en el aire como una forma visible de la depresión.
Su voz se había humanizado, como si hubiera llegado a un nivel más profundo en el conocimiento de sí mismo.
La cara de su mujer estaba inclinada sobre el vaso como una luna muerta. En la hojas muertas, bajo los robles, el agua susurraba y crujía, liberando olores y recuerdos.
Seguí a lo largo de la calle, mirando las ventanas de las casas de empeño, con su botín de vidas arruinadas.
Un sinsonte ensayó algunas notas vibrantes, como un corazoncito hecho de sonidos tratando de latir, y luego se calló.
en la carretera, en ese mundo anónimo de luces rápidas y oscuridad.
Son ejemplos escogidos y no aislados que ilustran la perfección de este texto sugerente, sabio y sensitivo que Macdonald pone al servicio de la narración de un investigador que no es uno más, sino el más convinvente, el más creíble, el más real que ha dado la literatura negra.
El otro lado del dólar no es quizá tan perfecta y completa como El largo adiós, de Raymond Chandler, la gran referencia de la novela negra, pero tiene muchas cualidades que la hacen estar en lo más alto del olimpo negro: la trama es compleja, pero con mucho sentido, cada personaje tiene un papel y un espacio perfectamente medido, tanto en sus intervenciones en el pasado como en el presente de la historia que se nos cuenta; el humanismo del narrador, Lew Archer, no es forzado nunca, así como tampoco su deseo de verdad, de saber para quedarse tranquilo, pues por algo no se siente prisionero del dinero y sí deudor de lo auténtico y lo sincero; las queridas historias familiares a las que tanta atención prestó Macdonald sirven aquí para hablarnos de la identidad, del miedo a estar solo y del ansia de estar solo, de la jerarquía y de la imposición que el dinero efectúa entre los que que viven juntos; la crítica a una sociedad pocas veces ha encontrado tan buen equilibrio y tanto tino, por boca de uno de abajo que trabaja para los de arriba, y pocas veces tanta ecuanimidad.
La novela negra parte de materiales casi de derribo, del melodrama, de la serie b, pero solo en manos de grandes autores levantó el vuelo y entró en las universidades y forjó nuevos mitos y nuevos hitos. Ross Macdonald, como antes Hammett y Chandler, elevó a lo más alto de la literatura -sin etiquetas- los sueños y las frustraciones de una parte de la sociedad en que vivieron, y aunque nadie osaría jamás ponerlos a la altura de Scott Fitzgerald, Hemingway, Steinbeck o Dos Passos, no os quepa duda de que no les andan muy a la zaga. Son siete autores sin los que no se entendería el siglo XX en literatura, con su violencia y su afán por la posesión y sus profundos conflictos familiares y su cambios vertiginosos y no tan fáciles de asimilar. Hicieron la crónica mediante el uso de la palabra escrita y la imaginación honrada. Serán siempre, para cualquiera, una valiosísma fuente de información para saber qué latía dentro de los pechos y las mentes de los que vivieron en aquel siglo, y un ejemplo a seguir para los escritores que están y que vendrán.
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