Dennis Lehane: Desapareció una noche (3). Los males de nuestro tiempo


Pocas novelas he leído de las que pueda decir que su lectura me parece realmente adictiva. Ésta es una de ellas. No se cansa uno de pasar páginas, de acompañar a los personajes por casas, espacios abiertos y lugares imborrables. Lehane aborda algunos de los problemas más graves que pueden acechar a los niños de nuestro mundo, expuestos a la maldad de pederastas y de gente que cree quererlos mejor que nadie. Por supuesto, para el lector exquisito y culto este libro sólo pertenece a un género, es literatura menor, pero siempre que a mí mismo me empuja mi formación lectora a pensar de esa manera me digo que basta de tonterías, de autores que describen hasta agobiar y que cuentan sandeces lindas y perfumadas con tantas palabras malgastadas y fatuas que sólo sirven para alimentar egos y sensaciones extremadamente artificiales. Lehane nunca será un prosista mayor, pero tampoco le hace falta. Narra con una destreza soberbia, matiza con un dominio verdaderamente deslumbrante y sabe que una historia es, ante todo, una historia y que hay que saber contarla. No engaña Lehane, y además se atreve con temas reales, que tantos otros evitan, y no hace demagogia barata, no se pierde en fáciles concesiones, no maneja nuestros sentimientos para lograr reconocimiento y dinero. "Desapareció una noche" es una novela que está en la cima del género negro, valiente, original y profunda. Una novela para estos tiempos y que habla de estos tiempos, que no es mimética ni está pensada para un público devorador y nada pensante. Una novela muy recomendable.

Acabó el año

Y nos deja lecturas que no pueden postergarse, pero que se postergan.
Nos deja las pérdidas inevitables, que nos hacen cada vez más humanos, vulnerables y, si sabemos ver y entender, nos acercan a la humildad y a la fraternidad.

Y no quiero hacer un balance personal de nada, sino hablar de los compañeros y los amigos gracias a los cuales uno sigue por aquí, dudando siempre, aprendiendo siempre, defendiendo siempre las ideas que me mantienen en pie.

He leído, en catalán y traducida, a Júlia. En su blog hay tanta sabiduría y tanta sensibilidad que uno se siente en casa y escucha y aprende y no siente que nada sea forzado, que nada requiera esfuerzo. La red nos da sitios y palabras impagables. El de Júlia es uno de ellos.


En las páginas del blog de Gabriel Báñez hay un escritor completo, un referente, un tipo que nunca escribe porque sí, que nunca elude las verdades, que nunca escribe mal.

Noemí Pastor podría ser mi alter ego, o yo el suyo, y visitarla es entrar alegre y salir además con una sonrisa y más lecturas pendientes y realizables. Sabe mucho de novela negra, muchísimo. Y sabe invitar a leer un libro como pocos.

El Hippie Viejo es un amigo, un hombre de otro tiempo y de este de ahora mismo, es pura memoria y testimonio, es un ciudadano insustituible.

Clarice Baricco es una foto con unas manos que lo dicen todo, unas manos que escriben y acarician con sus palabras. La perdí de vista una temporada y lo lamento. Desde aquí te pido perdón y prometo enmendarme, Graciela.

Elena escribe poco, pero todos sus textos son pequeñas, amables, sinceras lecciones de literatura. Uno los lee y ya está pensando en dónde ir a comprar el libro del que habla.

Ricardo Flores es un narrador consumado, que te mete en sus personalísimas historias y te sientes más dentro de ellas que de tu propia realidad. Escribe tan bien que le envidio.

Blanca Vázquez es el cine, sobre todo, porque me gusta mucho su blog sobre libros, pero el que tiene dedicado al cine es para mí, sencillamente, una referencia.

Francisco Machuca es otra de las sorpresas, otro descubrimiento que engrandece la red, que hace más importante la labor de los blogs literarios. Sabio y profundo, versátil, un escritor con todas las letras.

Gonzalo B. está al otro lado, que decía Cortázar, y nos cuenta lo que pasa allí y publica regularmente escritos de una gran calidad que abordan la obra de escritores y la de intérpretes de jazz, por ejemplo, con igual solvencia y valía.

Rosa Silverio es poeta, honesta, amiga, y en las tres cosas brilla a un nivel altísimo. Su blog y sus actividades se merecen un gran reconocimiento. Sus poemas son palabras para el alma.


Y no me olvido de Enrique Ortiz, que tiene un blog mayor de edad; ni de Paula, que conmueve con luces y nubes llenas de lluvia vivificante; ni de Javier Torres, que nos informa de cuanto ocurre en el mundo de la telefonía; ni de José Romero, a quien admiro de verdad; ni de Nani, que es un ejemplo de por qué escribimos y para qué; ni de Rosa Ribas, escritora con dos libros y una comisaria que dará mucho que hablar; ni del viejo amigo Alvy Singer, de deslumbrante cultura y dotado de una sagaz curiosidad; ni de Leyla, la de las fascinantes imágenes y las muy concretas palabras que llegan siempre cálidas; ni de Luis, que hace críticas literarias con pasión y mucha razón; ni de M, un gran tipo y escritor muy leído y celebrado en un futuro muy cercano; ni de Paz, que nos regala historias y sentimientos a manos llenas con la exacta medida de pudor y verdad; ni de Natasha, que alza un telón mágico y vívido y nos pone ante las realidades de la existencia que es preciso ver, notar, compartir; ni de Mart, generoso viajero de ejemplares intenciones, cuyas palabras son a veces como manos que estrechan con la medida exacta nuestras manos; ni de Loredana, dueña de un blog que llena de luz los ojos y el cerebro; ni de Heriberto, ganador del Premio de Novela Editorial Costa Rica 2007; aunque seguro que me olvidaré de otros blogueros a los que también he leído con interés y atención y de los que espero un tirón de orejas que no será mal recibido.

Que pase el 2008.

Dennis Lehane: Desapareció una noche (2). Pausas


Prefiero las novelas negras en que el autor inserta pausas y habla de asuntos ajenos a la investigación que da lugar a la historia narrada. Desde "El largo adiós" la novela negra tiene otros caminos, con este libro se mostró una vía para no hablar sólo de detectives, muertos y pistas. No me refiero sólo a la vida privada de los personajes protagonistas -en Alicia Giménez Bartlett se convierte en costumbrismo algo pesado, algo desenfocado, por ejemplo, la atención chirriante que les presta la autora a los avatares de la vida íntima de Petra y Garzón-, sino a lo que les define más allá de sus acciones: su miedos, sus pasiones no carnales, sus relaciones familiares. El detective sin esposa ni hijos, sin nadie a quien cuidar ni de quien preocuparse es algo superado, un arquetipo vencido y hueco. Lo han entendido muy bien Vázquez Montalbán, Nicolas Freeling, Michael Collins, Ruth Rendell. También me agradan esas paradas, esas pausas, en esta novela. Lehane detiene el ritmo y, como si cogiera una lupa de gran aumento, pone ante nosotros una prosa más sosegada, más adjetivada, e inserta meditaciones sobre los niños, los desaparecidos, los cambios de humor matinales, los atardeceres de otoño y la muerte, lo que se siente tras hacer el amor. Sin duda, estos remansos consiguen elevar el interés y el valor de la novela, ofrecen otro ritmo, ya digo, que Lehane domina a la perfección también y que invitan a la relectura y a la confrontación de opiniones, a la apertura al recuerdo, a imaginarnos otros. También esto puede lograrse leyendo novelas negras, amigos.


Lectura: Juan García Hortelano

revista Narrativas


En el número 8 de esta interesante revista, que cuenta con colaboradores muy destacados, podéis leer mi relato "Yo te perdono". Espero que os guste.

http://www.revistanarrativas.com/






Un documento necesario: en El Debate, de Roberto del Campo Valdés.

Nicolas Freeling: El rey del país lluvioso (y 4). Crítica

Leyendo a Nicolas Freeling se obtiene una intensa sensación de realidad, algo que escasea en la novela negra, demasiado dada a crear figuras míticas y poco creíbles. No importan demasiado las tramas -conseguir esto ya lo sitúa a una gran altura, más acá y más allá de cualquier valoración acotada por el género-, importan los personajes y sus actos y la mirada del narrador y de los personajes sobre la historia que se nos narra. Porque los personajes hacen la obra, participan de lleno en su creación con sus meditaciones -¿leería Freeling al Unamuno de "Niebla"?, ¿le gustaría esa obra?: preguntas que quedan tristemente sin respuesta-, la hacen avanzar y la hacen real de una manera espléndida y muy digna de estudio. Freeling no malgasta la pólvora en salvas -no hay tiroteos idiotas, violencia novelesca, embrollos estúpidos, enigmas imbéciles -, no engaña al lector jamás: así, sus creaciones alcanzan un grado de intensidad y cercanía sorprendente y mu difícil de igualar, lo que espero sirva para que se rescate a tan gran autor, para que se reediten sus libros, para que se le lea sin complejos ni pétreos alejamientos.
"El rey del país lluvioso" le debe su título a un poema de Baudelaire. Y en sus versos se halla la explicación de una vida, el tormento de una vida rota e ineficaz, la de un millonario que escapa de su vida y de sí mismo sin dirección, sin control, sin ideas seguramente y sin saber que corre hacia su propia destrucción. Le sigue Van der Valk, un inspector de policía holandés que se considera ante todo -seguro y sincero, sabedor de sus limitaciones- un profesional, un hombre sin demasiada imaginación, un funcionario. Pero sólo imaginando puede llegar hasta el fugitivo, que en su huida ha conseguido un apoyo muy necesario: una joven y hermosa muchacha que se ha enamorado de él. Freeling no nos abastece de acción, no nos deslumbra con persecuciones de coches, sino que indaga en el alma humana, se concentra en mostrarnos cómo son el fugitivo, la esposa de éste y el policía que está metido en la historia sólo porque ha de cumplir con su trabajo. Y la indagación es brillante, profunda, enriquecedora. Cuando se acaba el libro, el lector puede estar seguro de que no ha perdido el tiempo, de que no lo ha matado leyendo otra novelita más del género negro, y por contra podrá decir que es un poco más sabio, mejor conocedor del ser humano, sus miedos, sus anhelos y sus frustraciones. Si algunos afirman que la novela negra es la literatura social de nuestro tiempo, que en la novela negra hay un acercamiento a la realidad como no lo hay en ningún otro tipo de novela, quizá sea porque han leído a Freeling.

Dennis Lehane: Desapareció una noche (Gone, Baby, gone)


Una gran ventaja de los escritores estadounidenses sobre el resto es que plasman lo que quieren decir, lo vuelven enteramente narrativo: imágenes, personaje, paisaje que habla y comunica. En el viejo mundo adoramos la palabra, los juegos de palabras, y amamos los estilos elaborados, exhibicionistas, muy personales y hasta a veces ególatras, diferenciadores siempre. Quizá por la profesionalidad, quizá por Scott Fitzgerald y Hemingway y Dos Passos y Chandler, los escritores estadounidenses tienden a ejemplificar, a llenar su obras de lugares y seres reconocibles, de realidades podríamos decir que más palpables.
Esta novela narra la historia de una niña de cuatro años que ha desaparecido y los trabajos de la policía y de dos detectives privados para hallarla. En primera persona- la voz de un detective que está cerca del Marlowe de Chandler pero que también sabe expresarse por sí mismo y hablar de su tiempo, el actual, con los giros y las expresiones del momento y que, además, describe muy bien y es certero en las caracterizaciones psicológicas, creo que gracias al Hemingway de los mejores relatos-, con la furia necesaria y la tranquilidad precisa, se nos presentan las escenas que no sólo siguen el recorrido de la investigación sino, como ocurre con los escritores que saben utilizar los mejores elementos del género, también el recorrido vital y social de la niña desaparecida, de sus familiares y de sus vecinos. Lehane no escribe únicamente para el devoto de la novela negra, o quizá no lo trata como a un simple lector de obras de entretenimiento.
Hay una escena que me llama la atención, que justifica esta entrada y lo que apunto en el primer párrafo. Los dos detectives privados -hombre y mujer, además pareja- hablan con la entrenadora de béisbol de Amanda, la niña desaparecida, mientras presencian un partido. La entrenadora les señala a una niña que es como Amanda, introvertida y triste, que se queda sola en una interrupción del partido escarbando en el campo con una piedra en tanto el grueso de los participantes se arremolina en una algarabía propia de los enfrentamientos deportivos. Y a la pregunta de "¿Tan tímida es?", hecha por el detective, la entrenadora deja caer una respuesta que preocupa y golpea: "Sí, y eso no es todo... Hay mucho más. Ni siquiera le interesa lo que suele interesarles a los niños de su edad. No es que esté triste del todo, pero nunca está contenta tampoco, ¿comprenden?" Y así nos pone Lehane ante uno de los problemas verdaderamente fundamentales de nuestro tiempo.

Michel del Castillo: La noche del decreto (y 3). Crítica


El tiempo puede remar a favor, llevarnos en una barca por un río que nos vigoriza. Pienso en esto al acabar de leer "La noche del decreto", novela que compré hace muchos años, que vendí y volví a comprar el pasado año. Pasó el tiempo y por fin la he leído, acaso en el momento en que mejor puedo entenderla y disfrutarla. Porque se trata de una de esa novelas que señalan una ruta, que te hacen crecer, vivir con los ojos más abiertos. Del Castillo es un lector apasionado de Unamuno y de Dostoievski. Qué casualidad. Dos autores a los que he leído con muchísima atención, con muchísimo interés. La novela la narra un policía. Qué casualidad, ahora que dedico mucho tiempo a la novela negra y escribo en este blog. Casualidades favorecedoras.
Sé que hay pocas grandes novelas en nuestro tiempo. Pocos autores auténticos, de peso, a los que se lee sabiendo que cada página es importante. Con Michel del Castillo, con esta gran novela, he sentido que debía leer despacio, anotar mucho, meditar y dejarme impregnar. Ha valido la pena. Se trata de una novela con sabor a clásico, de una novela de autor esencial, digno discípulo de sus maestros. Publicada en 1982 en España (un año antes en Francia), lleva dentro a un personaje magistralmente creado, trae el recuerdo de la guerra civil española, de la posguerra, de la dictadura, de los vencedores y los vencidos. Pero también retrata al mal, ofrece agudas meditaciones sobre la religión, la venganza, el odio, el perdón. Como en "El corazón de las tinieblas", de Conrad, en esta novela hay un ser mitológico hacia el que viaja un hombre cargado de pena y culpa, que se siente imantado, hechizado incluso cuando está al fin junto al imaginado y temido ídolo oscuro, cuyo pensamiento y obra se basa en la creencia absoluta e indiscutible en el orden, un orden proveniente de la lógica ejecutora de un inquisidor, de alguien que se hizo policía para implantar ese orden, para venerarlo en cada acción, cada silencio, cada palabra. Alguien que se atreve a decir que el futuro será del orden, que la policía contribuirá a establecerlo sin fisuras hasta conseguir que los ciudadanos ya no soporten la carga de su libertad, que ni siquiera desearán.
La habilidad de Del Castillo, la veracidad, la firmeza y el manejo de la trama, de los personajes es de los que invocan el superlativo, las palabras desatadas, la admiración frontal. "La noche del decreto" es una novela que expone ideas, que las rebate, que hace recuento de medio siglo de la sociedad española (por dentro y por fuera) y además es absolutamente literaria, maravillosamente literaria. El tiempo, ya digo, juega a favor a veces. Cómo le agradezco que ahora me haya brindado la posibilidad de adentrarme en estas páginas que crecen en mi memoria y la pueblan y la llenan de razones y serena compasión: somos los hombres una experiencia rota, una resistencia evocadora, un contorno de dudas y miedos que es mejor contemplar sin odio ni rencor. Somos una larga noche que a veces ve la luz.


Texto recomendado: Metáforas, en el blog Diarios de Rayuela

Michel del Castillo: La noche del decreto (2). El niño que destroza al maestro


El policía recuerda una historia que protagonizó cuando tenía trece años. Vino un nuevo maestro al pueblo donde vivía. Era rubio, agradable física y personalmente. El niño que era ese policía, como todos los niños, quedó prendado de él por su carácter abierto, más de compañero que de maestro. Y también por algo más. Pero se dio cuenta de que no lo habían elegido, que el preferido era otro muchacho. Y espió hasta descubrir que el maestro y el alumno se encontraban en una cabaña. De inmediato, para destruir esa unión, escribe un anónimo y se lo deja al maestro en el buzón, una noche. La reacción no se hace esperar: el maestro corta la relación con el alumno, se le ve muy afectado. Y entonces es él quien lo busca, quien trata de atraerlo, hasta que lo consigue y pasa a ser el objeto de la devoción del maestro. Pero el niño se cansa y le manda un segundo anónimo, porque le fastidia que el ánimo del maestro vuelva a ser bueno y abierto y cordial tras tenerle a él, porque lo quiere sumiso. Y entonces el maestro se derrumba y un día que va a verle, sin sospechar nada, el niño le echa en cara lo que es -alguien que abusa de los niños-, le demuestra que sólo ha querido tenerle bajo su dominio. El padre, amigo del maestro, decide mandar al hijo a Córdoba, una vez enterado de lo que éste ha hecho con el maestro, acusándole de haber actuado en pleno dominio de sí mismo, como un adulto, con el deseo de dañar y destruir a una persona.
Impresiona leer estas páginas. No es fácil leerlas cuando además se trata de una narración en primera persona. Michel del Castillo bucea en el alma humana sin piedad, con una valentía que le deja a uno sorprendido y de alguna manera también magullado. En este blog he defendido siempre que el abuso de la infancia es uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos. Que la perversión de los adultos que no se detienen ante nada -edad, indefensión, secuelas- es realmente un crimen abominable, ya que sus actos engendran un dolor inextinguible. Pero no podemos cerrar los ojos a la maldad de los niños tampoco, a cierta maldad que lleva a algunos a matar a otros niños de su misma edad, o menores, o a abusar también de ellos, a pegarles, humillarlos. El ser humano es complejo y no creo que haya que pensar que somos lobos unos para otros, pero sí es necesario conocer, porque el conocimiento ayuda a saber corregir, a saber a qué nos enfrentamos en cada caso, y sin abdicar jamas de la idea de que el ser humano es la más alta creación, capaz de la dulzura, el desprendimiento y el amor, tampoco debemos olvidarnos de ciertos casos que sirven para completar las perspectivas, las valoraciones: cuanto más sepamos sobre nosotros más capacitados estaremos para resolver los problemas que se nos presenten a lo largo de la vida, más capacitados estaremos para ayudar a los demás.


Foto de Michel del Castillo: John Foley


Texto recomendado: Vidas paralelas... En el blog de Mart.

Michel del Castillo: La noche del decreto


Un joven inspector es trasladado a Huesca, donde va a conocer al jefe de policía de la ciudad, un hombre misterioso y del que se hablan cosas muy contradictorias, un mito y un demonizado, un ser fascinante. El policía empieza a indagar antes de viajar a Huesca y, sin conocer a su futuro jefe, ya queda hechizado por cuanto descubre y le cuentan. Se trata de un adepto al régimen franquista, pero díscolo, reacio a aceptar honores y la jefatura de plazas más importantes, alguien que ha hecho de la rectitud su santo y seña.
Michel del Castillo es un autor español que escribe en francés, con una biografía novelesca y novelada por él mismo en diversas obras, que tiene como referentes literarios a Miguel de Unamuno y a Fiodor Dostoievski. Las primeras setenta páginas de esta novela son apabullantemente buenas: alternando la profundidad con las caracterizaciones sumarias, Del Castillo recrea una época y a algunos de sus moradores, los policías, con tanto vigor y serenidad que es difícil separarse del libro, en el que no hay misterio ni intriga pero sí verdades como puños y personajes vivos y creíbles. Además, la escritura es rica, en la mejor tradición del realismo bien adjetivado, que no desdeña la meditación ni el párrafo elegantemente solemnes, hechos para la lectura atenta y sin prisas. Para la lectura que atrapa y deja poso.

Manuel Vázquez Montalbán: La soledad del manager (y 5). Crítica


Gracias a libros como "La soledad del manager" pululamos por este mundo incomprensible muchos lectores de novela negra. Lo tiene todo para ser un clásico. Y para mí lo es. Una novela esencial, importante, un hito en la historia del género. Y con muchas raíces y muchos detalles que la hacen española, o sea, universal. Porque Vázquez Montalbán nos cuenta una historia ambientada en un período difícil, de transición política, moral y económica. Y utiliza a los prohombres, los hombres y los casi hombres para contárnosla. A todos los que son y han sido algo en la transición española, pero desde la retaguardia, desde el silencio, desde el lugar donde se montan los fracasos y los éxitos públicos, desde donde se aprueban o se rechazan. En 1977, Montalbán apostó por hablar de las multinacionales y acertó. Y no se equivocó enjuiciándolas, ni se equivocó con los que las dirigen y sus intereses. Poco claros, secretos, llenos de lazos y embustes y dolor .
El manager de una multinacional es asesinado montando un grotesco escenario del crimen del que desconfían la viuda y un amigo del muerto. Le encargan a Carvalho que busque la otra verdad, la no oficial, y en su periplo se las verá el detective con la gente que tiene el poder, que escribe sobre él o sueña con él. Personajes extraídos con mucho acierto de la realidad, bien vestidos literariamente y admirablemente alzados ante los ojos del lector. Carvalho come, ama, pregunta y piensa. Sabe que su papel es el del organillero en esta función, el del tipo que hace pronto mutis por el foro, el de mosca cojonera. Y su impulso es cortado, frenado cuando a los poderosos les viene bien cortarlo, cuando empieza de verdad a molestar. Descreído, desilusionado, Montalbán nos habla de una sociedad corrompida, de gente y agentes con doble cara, de manipuladores profesionales que saben servirle a su amo a punto el plato del poder y de la gloria, ésa que se sintetiza en fogonazos de los flashes o que se mantiene en el anonimato de los lugares en que hay muchos silencios y pocas palabras, las precisas para las órdenes y la aceptación de esas órdenes. Es una denuncia, claro, muy valiente de Montalbán, una vuelta a la tortilla de la transición española, una bofetada en la cara de los crédulos y los miopes espectadores de un espectáculo que jamás recogerán los libros de historia, porque la historia, amigos, la hacen los vencedores, nunca los vencidos. Carvalho, Charo, Biscúter son vencidos, pequeños satélites, acobardados seres con su vida débil y vulnerable a cuestas, como caracolitos que cruzan una carretera infestada de coches.
También es "La soledad del manager" una obra grande de las letras españolas, un libro necesario que les vendría bien releerse a muchos críticos de la cara seria, a unos cuantos estudiosos que desdeñan los aciertos de la novela negra sólo porque se trata de un subgénero. Hay aquí personajes, hay aquí trama, hay sobre todo un puñado de verdades imborrables que el paso de los años agrandan y que reclaman mayor atención, porque las novelas que quedan suelen ser éstas, las que hablan de la gente, de la sociedad y de lo innegable. Que se lo pregunten a Balzac. Y que dentro de cien años lo disfruten los lectores del futuro.

Manuel Vázquez Montalbán: La soledad del manager (4). Violencia doméstica


Me gusta la novela negra porque me gusta la novela social, porque me interesa la gente, porque no permanezco indiferente ante el mal que aqueja a otro, porque creo que hay que mirar nuestro lado malo para aprender: la vida es un aprendizaje que acaba cuando morimos. Incluso del anciano más vulnerable, más enfermo podemos llegar a aprender algo: hay miradas que comunican más que discursos enteros. Me gusta la novela negra gracias a autores como Manuel Vázquez Montalbán, un autor que se preocupaba por sus congéneres, que estaba comprometido con las mejores sociales, que analizaba y luego escribía, nos daba su punto de vista.
Las novelas permanecen muchos años después de haber sido publicadas porque a los lectores siguen tocándoles fibras íntimas que les mueven a meditar, a sentir, a llorar y a reír. "La soledad del manager" fue publicada en 1977 y en ella hay un caso de lo que hoy se denomina violencia doméstica. Pero no está metido con calzador: inteligentemente, lo inserta Montalbán en un momento en que Carvalho visita una comisaría, requerido por la policía, y en tanto aguarda a que le atiendan/interroguen. Un hombre que está a su lado, con las esposas apretándole las muñecas, le cuenta su historia: ha disparado contra su mujer y su hija con una escopeta por una discusión doméstica originada mientras levantaba media pared de ladrillos para hacer paellas en el jardín de su torrecita. Y es en las palabras elegidas, en el punto de vista, en la elección del lugar y del instante para contar esta pequeña historia donde apreciamos la calidad literaria de nuestro autor, su compromiso humano, su negación del sensacionalismo, e igualmente anotamos una vez más por qué la literatura necesita al realismo, al buen realismo, al realismo sincero, ese que nace de la voluntad y de la necesidad de hablar de lo que le pasa al que vive a nuestro lado, en la calle de enfrente, porque todos somos uno y uno es todos cuando tenemos oídos y tenemos manos para ayudar y voz para prevenir y piernas para correr en la dirección afortunada.

Manuel Vázquez Montalbán: La soledad del manager (3). Memoria y asco


Uno vuelve a ciertos libros porque de ellos extrae nuevas enseñanzas, nuevas sensaciones, porque no se agotan con la primera lectura. Consideraba Francisco Umbral esta novela la mejor de Carvalho. En la primera lectura que hice de ella, hace ya muchos años, anoté mentalmente muchas frases y pasajes que nunca he olvidado. Por algo será. Ver que Vázquez Montalbán utiliza en algún momento juntas la segunda persona y la tercera y la primera unas líneas más arriba me congratula: qué apuesta por la literatura de verdad es este libro, cómo no reconocerlo, cómo no recuperarlo. El problema estriba en que a Vázquez Montalbán nunca se le consideró un escritor genial, de la categoría de los más grandes, a la altura de un Vargas Llosa o - más cercano- un Eduardo Mendoza, autores de libros imprescindibles, y se despacha su creación lindante con la novela negra de manera harto frívola y desdeñosa. Pero "La soledad del manager" es una obra importante, digna de la más segura recuperación porque no hay engaño en ella, no hay caídas deplorables, hay literatura alta y profunda y repaso de un tiempo y un país como en pocos libros podemos hallar.
La habilidad con que transita Vázquez Montalbán por el mundo de las altas esferas y, a continuación, por las más bajas esferas es sencillamente magistral. La selección de personajes representativos de un tiempo y un lugar, la encarnadura novelesca y la cesión de la palabra para que se expresen, se digan y se revelen convierten la novela en un testimonio arrebatador e insoslayable. Carvalho visita a los amigos del muerto, los interroga y les deja hablar y ellos solitos lo cuentan todo, se definen, se sitúan, sueltan sapos y culebras, se rodean de conceptos como el dinero, la amistad, el triunfo, el fracaso, la vocación política y, envueltos en sus banderas de mentiras y verdades personales, arrojan un fresco literario que es preciso degustar con calma, como un plato cocinado a medio fuego que ha de comerse con la boca medio abierta, o medio cerrada, como gusten.
No se equivocaba Umbral: el animal social, político, contestatario, el escritor que era un profundo analista de la sociedad de nuestro tiempo, el narrador que servía verdades como puños y acertaba a crear personajes de una pieza, inolvidables, que en la mente del lector alcanzan la consistencia adquirida por otros tan imprescindibles como el Quijote o Sancho Panza está aquí en su mejor salsa, en su mejores dominios, en su mejor casa y nos habla con sus mejores palabras, sus más rigurosas frases henchidas de sentido y sentimiento justo. Qué alegría releer, redescubrir, celebrar.
En las páginas 112 a 114 de la primera edición, Carvalho recuerda a un muerto del franquismo, a las gentes de su barrio, su indefensión, sus miedos, sus silencios y su generosidad con los que eran más pobres que ellos y piensa que a su muerte todo aquello desaparecerá, cuando sus recuerdos se borren también se borrará todo lo que vio, sintió, padeció; teme por el futuro y teme que el asco nos invada, nos corroa, nos aniquile. Son tiempos de transición, de ideas rotas y de ideas que surgen, son tiempos de incertidumbre, como los actuales, como todos, y yo pienso que menos mal que nos quedan novelas como ésta, páginas que no dejarán que el olvido lo mancille todo con su manos llenas de borrones y creadoras de ausencias.


Recomendación: El pueblo de mi hermano

Manuel Vázquez Montalbán: La soledad del manager (2). Política y gastronomía en Barcelona


Hay política en las novelas de Carvalho. Es un ingrediente necesario, imprescindible, porque la visión de la sociedad que se nos plantea incluye a los que están en el poder, a los que se cobijan a su sombra, a los que padecen los excesos de los arriba, a los que viven sin pensar en los que tienen en el poder, o sea, a todos los que estamos en este mundo nuestro de aquí y de ahora, y Montalbán medita a la par que presenta las acciones y a los personajes, nos hace meditar con él, viajar intensamente hacia atrás para comprender los porqués del presente de la narración. No hay elecciones casuales, sino causales en estas novelas del ciclo Carvalho, concebidas como una crónica de un tiempo y un país.
En "La soledad del manager" utiliza Montalbán la más pura de las arquitecturas de la novela negra: dos espacios, uno que registra los sucesos de la actualidad y otro que, mediante flashbacks, enriquece la composición de los personajes y los dota de una profundidad admirable. Ha aparecido muerto el manager de una multinacional. Carvalho lo conoció brevemente, en un pasado contradictorio y algo secreto. Mientras investiga, por encargo de la viuda, quién es el asesino va recordando momentos compartidos con el muerto y afloran recuerdos de un tiempo en que España no había libertad, sino un régimen dictatorial, un franquismo que creaba marginados, torturados, mártires y callados héroes resistentes. Entre los que se oponían al franquismo estaba el propio Carvalho, un detective privado que estudió en la universidad y fue comunista, padeció prisión y todos los rigores que se le aplican al vencido. Estamos a finales de los setenta, con una democracia recién parida, muchos restos franquistas con ojos y boca pululando y amargando(se), con muchos jóvenes que van a subir al poder y se disputan la entrada al mismo. Carvalho habla, come y acepta citas en restaurantes que definen la manera de estar ante la comida de algunos personajes, bebe y fuma y con preguntas se acerca a las verdades, toma nota de las incongruencias y de las falsedades y, llevado por Vázquez Montalbán, registra con su mirada y señala con sus pasos caminos, travesías, entradas y salidas de una mágica Barcelona vista a ras de suelo que deviene entrañable y cercana, viva, inolvidable.


Texto recomendado: El sombrero de Wilder y la pipa de Chandler, de Francisco Machuca

Manuel Vázquez Montalbán: La soledad del manager


Vázquez Montalbán nunca dejó de ser un poeta. Los que le queríamos bien le reprochábamos en silencio que escribiera tanto, que no se concentrara en hacer la obra maestra que esperábamos de él. Sabíamos que escribía mucho porque no hacía otra cosa, porque detestaba ser un gandul, porque tenía muchas cosas pendientes por decir y por plasmar. Volver a Vázquez Montalbán es volver a los veinte, a los veinticinco años de nuestras vidas ya algo bataquedas y puntuadas de decepciones y muertes, incluida la del propio Vázquez Montalbán.

"La soledad del manager" fue la primera novela del ciclo Carvalho que leí. Buscaba entonces la sorpresa, la constatación de que era posible escribir en España buena novela negra. Ahora mis lecturas son más pacientes, más reflexivas, aunque no desdeño la sorpresa. Y la encuentro pronto, en las primeras páginas, donde Vázquez Montalbán deja correr su imaginación de poeta, de hombre atento al detalle caracterizador y sentimental. Porque el gran escritor barcelonés fue siempre, y ante todo, un sentimental, una persona llena de memoria viva, de padres y madres recordados y celebrados, de calles con infancias truncadas, de rincones por los que el tiempo ha pasado para ennoblecerlos. El estilo -que se estropearía, acaso por el exceso de páginas, por el cansancio que le producía la escritura de más obras carvalhianas -se muestra seductor y singular ya en los primeros trechos, la narración es ágil, la mirada profunda, y la novela negra celebra tener a un autor de tanta calidad detrás, que en 1977 usa la primera y la tercera persona en el mismo párrafo, que alterna diálogo y recuerdos sin romper las líneas, sin saltos extraños que despisten, asumiendo que Faulkner, Virginia Woolf, Joyce son una herencia y una proposición de enseñanzas que ningún escritor ha de desdeñar. Cómo empezó a disfrutar la novela negra española con Vázquez Montalbán, qué feliz fue, y con ella todos sus lectores.


Texto recomendado: Des del terrat, de Júlia

Rosa Ribas: Entre dos aguas



No es una recién llegada. Rosa Ribas ya publicó antes una interesante novela, "El pintor de Flandes", en la que se veía que se trata de una escritora de raza, con una prosa muy apta para la narrativa, para el flujo de las historias que nos cuenta. Además, su capacidad para crear personajes es alta, su psicologismo es bueno, sus narradores saben crear interés y sus personajes resultan cercanos y creíbles. En las primeras páginas de "Entre dos aguas" hay un muerto y un asesinato. Rosa Ribas va directamente al grano: entra de esta forma en la literatura policial sin rodeos, como el cultivador que tiene la ropa adecuada y la disposición óptima, sin llamar a engaño, vamos. En estos tiempos en que no se sabe, en muchas ocasiones, por qué apuesta el escritor, Ribas lo tiene claro: por el género. Y le pone un toque de humor y de crítica muy acertado: se inicia la novela con la resolución de un caso en que está metida la comisaria Cornelia Weber-Tejedor, su nuevo personaje, en su primera aparición en las librerías: la muerte a manos de su esposa de un tipo que, víctima de la teletienda, ha comprado a espaldas de ella un montón de cachivaches destinados a su disfrute en la próxima vejez. Rosa Ribas, ya digo, no es una recién llegada. Hay ciertos apresuramientos en su escritura que son fáciles de corregir, deudores de una creación demasiado sujeta al oído de su autora, que no es infalible, pero alguna repetición en la misma frase y alguna cacofonía evitables no desmerecen las bondades del relato, que se lee con avidez y con un disfrute al que es difícil resistirse.

Adiós, pequeña, adiós, de Ben Affleck


El buen cine negro nos emplaza siempre para que tomemos decisiones morales, para que comparemos las nuestras con las ajenas, para que caminemos por un territorio moral del que no puede escaparse ni hacer como que no existe. "Adiós, pequeña, adiós" es una gran película porque pone al espectador ante sí mismo, frente a los otros y en espacios por los que pueden transitar, ya sea personal o mentalmente, los que están sentados en sus butacas. Y lo es también porque cuenta con una gran interpretación de Casey Affleck, las brillantes y habituales de los veteranos Ed Harris y Morgan Freeman, y un guión y una historia que no pueden dejar indiferente a ningún espectador. Y con una realización sin duda sobresaliente.
Una niña desaparece. Trabaja la policía para encontrarla y además la familia contrata a dos detectives privados que conocen bien el barrio y a los que lo habitan, que no son mero fondo, sino parte fundamental de la trama, pues esta película habla de un lugar concreto y de unas gentes concretas, de una clase social muy determinada. No están de más los detectives privados, no están pasados de moda. Bien creados y bien interpretados -Casey Affleck compone al detective privado más creíble que he visto en los últimos años-, siguen representando al ciudadano mitad oficial y mitad particular que sólo tiene que rendirse cuentas a sí mismo - a su conciencia - y pueden llegar en los casos -en la búsqueda de la verdad última y decisiva- hasta el final. Y con estos detectives privados van cayendo las mentiras, va apareciendo la triste realidad que es una bofetada social y moral en la cara del espectador.
La estructura me parece sencillamente perfecta: una primera parte dedicada a la acción, a la investigación, al cierre en falso del caso. Hasta aquí llegan, aquí se quedan las intenciones de la mayor parte de los guionistas actuales. Pero la segunda parte es la que hace grande a esta película, la que la vuelve inolvidable porque, mientras caen los velos, el director y los actores nos entregan pedazos de verdad que están en la pantalla y que salen de ella, que nos tocan y nos conmueven. Con un ritmo que no acepta la alteración y rehúye el espasmo, a la manera clásica, sin golpes de efecto idiotas, avanzamos hacia la resolución del caso y tras los momentos álgidos de la historia, que a ningún personaje deja como al principio - gran acierto que subraya la intención plenamente moral de la película, entendido esto en ningún caso como moralina, sino todo lo contrario, ya que la capacidad crítica no escasea ni se nos hurta: moral, crítica y profunda, certeramente humano es este filme que no se nos olvidará fácilmente -, desmbocamos en una conclusión que admite muchas opiniones, muchos comentarios encontrados, y de eso se trata: de no pontificar, de no endilgar ningún panfleto, sino de ponernos ante los problemas de padres e hijos de nuestro mundo actual, ante la consecución de las lealtades y el enfrentamiento de las decepciones y de los desencuentros. Y es una película de cine negro, amigos, y está basada en una novela negra de Dennis Lehane -"Desapareció una noche", editada por RBA-. Nuestro género, tan vivo.