Corazones solitarios, de Todd Robinson


Hay películas que están ambientadas en otra época y realmente parecen de otra época. Ésta es una de ellas y, sin duda, para bien, por su narración clásica, su ritmo legible y su intensidad emocional alta y sin trampas. No hay trucos en "Corazones solitarios", pues desde el principio se nos dice que los asesinos acaban en la silla eléctrica y no se fuerza el argumento ni las imágenes ni las interpretaciones para coger al espectador por el cuello, como en la mayor parte de los thrillers actuales, sin que importe que, al recuperar el resuello, luego el pobre espectador se quede con una sensación de desengaño y estupor vacío que es el resultado de la mentira de la trama. En esta película se trabaja con materiales nobles, con actores de verdad, con sus voces y sus medidos gestos y con los movimientos de una cámara que es una cómplice y nunca provocadora, nunca una testigo incómoda. Contada con muchísimo acierto al valerse de una estructura que en una doble mirada nos lleva a ver qué hacen por un lado los asesinos y por otro los policías, al descartar los guiños fáciles a un presunto público adolescente, al centrarse en ciertos asesinatos que casi nos hacen apartar los ojos de la pantalla, al no hacer apenas concesiones -a no ser las que se hacen a un género y a unos clásicos dados por este género que son verdaderamente insalvables -, arroja al final un dividendo muy alto en su vertiente creativa y nos deja con la sensación de estar paladeando algo que parte de lo mejor del cine negro y recorre un camino sin apenas escollos, que lega a la posteridad la voz horadante de Salma Hayek -en el original inglés, claro - y la constatación de que el cine de 2007, con policías y criminales dentro, podía ofrecer aún obras memorables.