Al final del edén, de Larry Clark

Hay películas que no te atrapan por su belleza, por la interpretación de sus actores ni por el nombre de nadie de los que han participado en su realización. No digo que éste sea el caso, porque James Woods y Melanie Griffith me parece que son dos actores con merecido crédito. Pero os animaría a ver la película como si ninguno fuera conocido, como si todos fuesen principiantes o de un país remoto. Algo de esa intención hay en lo que nos cuentan, aunque no se puede decir que los motivos estadounidenses no estén por todas partes, desde los paisajes hasta las canciones - estremecedora Every grain of sand, de Bob Dylan, en los créditos finales -, pasando por la violencia contundente y seca. Creo que es una historia atemporal: un joven ladrón que se une a dos ladrones para dar golpes más serios-con mayores ganancias- y tiene un aprendizaje en el  que no faltan sorpresas muy desagradables ni tiroteos, un aprendizaje no de lo bueno -como en muchas novelas y en otras películas- sino de lo malo, de lo peor. Las escenas de violencia son cortantes, exactas, dolorosas por su concisión y efectividad. Y la relación del chico con su novia, que le acompaña en su aprendizaje de ladrón adulto, tan desoladora como uno de esos paisajes rotos y sin final de las carreteras vacías de los Estados Unidos. ¿Hay aquí convencionalismo, han conseguido con esta obra arriesgada evitarlo? Creo que sí, de sobra, han eludido los tópicos y han contado una historia de manera descarnada, con un acierto que la hace parecer una película adulta cuando la pones al lado de -pongamos por caso- cualquiera de Tarantino: aquí no hay violencia gratuita ni morbo. Al final del edén es una película necesaria, simbólica, sin concesiones, un duro canto a los valores perdidos y acaso nunca vistos, un retrato ácido y desamparado de los que nunca vencerán y saben que no pueden hacerlo. Si la ves con ojos limpios, puede que acabes sintiendo que cualquiera de nosotros podría ser uno de esos personajes desterrados, sin fe en nada que pueda darles fe, solos y terriblemente desesperanzados. Tú o yo. Cuestión de suerte.