P. D. James: La sala del crimen ( 3 )

Me molestan los tópicos, siempre ha sido así, y no puedo ni quiero evitarlo. Cuando veo a esos policías fríos, distanciados, de vuelta de todo, me digo: ¿por qué no lo dejan?, ¿de dónde sacan fuerzas y motivación para seguir? El sueldo creo que nunca es suficiente. Pues bien, leyendo "La sala del crimen", de una autora tan bien documentada como P. D. James, me encuentro con estas líneas: " La ira en la escena del crimen era un sentimiento natural y a menudo constituía un acicate loable para entrar en acción; al detective que se hubiese vuelto tan indiferente, tan insensibilizado a causa de la naturaleza de su trabajo que ni la lástima ni el dolor hallaran un hueco para manifestarse en su respuesta ante el dolor y la destrucción humanos, más le valía buscarse otro trabajo" ( pág. 311, Byblos). Todos nos movemos guiados por las emociones, aunque unos por las más inmediatas y otros por las que tienen bajo control, enfriadas, dispuestas como en un catálogo para elegir la más adecuada en cada caso. Todos nos implicamos: sentimos dolor, pena, lástima, desprecio, interés ante el hecho luctuoso. Los escritores que lo saben y aciertan a transmitirlo crean a unos detectives que son héroes con su carga necesaria de antihéroes, de humanos, diríamos más claramente, y los lectores los reconocen, los siguen: pienso ahora en el Wallander de Mankell, tan lleno de sensaciones contradictorias, y en el propio Dalgliesh de P.D. James, al que su autora lo convierte en poeta, además de ser policía, con éxito y de manera creíble: consiguen mostrarnos los claroscuros del alma humana y nos reconocemos en ellos, nos sirven para meditar y aclararnos, para sentir con ellos mientras avanzamos en la resolución de sus casos. No os extrañaréis si os digo que Sherlock Holmes siempre me ha parecido sólo un personaje literario y que, por contra, aún pienso que algún día conoceré personalmente a Carvalho, a Wallander, a Kinsey Millhone.