P. D. James: La sala del crimen ( y 5 )

Las historias se olvidan, lo que queda son los personajes y las atmósferas, los ambientes. Esa es la primera enseñanza que le ofrece esta novela al escritor que ahora se está formando. No hay falsedad en P.D. James, no hay impostura ni exageración. Juega sus cartas descubriéndolas y no se guarda ases falseadores en la manga. Planteamiento, exposición y desenlace. Así está construida La sala del crimen. Una distribución meditada y correcta, con capítulos largos y abundantes detalles de lo que hace y piensa el personaje al que enfoca la luz de la narración. Claro que hay tradicionalismo en la investigación, en el desenlace, porque se trata de la heredera de Agatha Christie, que nadie se engañe ni se sienta engañado. El culpable es descubierto, el policía que investiga es muy inteligente y va por delante del lector, es independiente e incorruptible. Son tópicos, pero los supera la escritora con su talento y sensibilidad. En Agatha Christie la frialdad empaña los logros narrativos, por ejemplo, y en otros autores las buenas intenciones quedan hundidas por culpa de la impericia técnica. La novela es un artefacto, una creación que, como un cuadro o una escultura, precisa de ideas previas pero también de un alma que las ejecute, que las viva mientras van naciendo: de lo contrario, nacen muertas. La inteligencia de P. D. James se ve en la contraposición de caracteres y ambientes, en la facilidad con que se mueve la voz narradora junto a un personaje anciano y luego junto a un personaje joven. La sensiblidad de P.D. James hace que nos creamos a esos personajes, que los sintamos vivos, tanto si sus actos y pensamientos nos agradan como si nos repelen. Cuando cierras la novela, la detective Kate queda muy claramente definida en tu memoria, Dalgliesh también, y Tally Clutton, y Caroline Dupayne, y Muriel Godby.