Ahora me llaman Sr. Tibbs, de Gordon Douglas

Ya el planteamiento, el ritmo más pausado y meditativo indica que la película es de otra época, su profundidad nada tiene que ver con las películas de ahora, tan huecas, con tanta acción para tapar las carencias de las tramas en que todo se da resuelto, masticado, sin aristas, plano en tantas ocasiones en cuanto a creatividad se refiere, tan deudoras de lo antes visto, como la posmodernidad exige. Las interpretaciones eran fundamentales y la planificación de las escenas servía para darnos ideas y mensajes con los que lidiar, con los que irnos a la cama llenos de dudas, porque eran aquéllas películas no llenas de palabras y escenas transparentes sino llenas de preguntas dadas a la discusión, al debate. Un predicador que habla de Dios y, acto seguido, defiende su papel político a las claras, su apuesta política sin ambages. Un policía que es su amigo y ve al gran hombre pero no quiere ver al pequeño, humano hombre que tiene pasiones y puede haber matado. Un padre que se enfrenta al hijo rebelde, le pega y le dice que haga una cosa por favor, vuelve a pegarle y vuelve a pedírselo por favor. Qué libertad en la década de los setenta. Qué retroceso en los ochenta, con la aparición de Reagan. Y así hasta hoy, en tiempos de recesión, de claro retroceso, en que lo evidente se vuelve opaco, en que lo conseguido se pierde y hay que volver a empezar de nuevo, tras el triunfo de unos valores reaccionarios que privilegian el dinero, la fama y el triunfo por encima de todo. ¿Sufre un policía al detener a un amigo, al enfrentarse al hombre caído, al predicador lleno de pasiones humanas? Merece la pena recuperar esta película.