El asesinato

A veces a un escritor de novela negra lo miran mal: con la cara de bueno que tiene el tío y no debe de serlo, ¿verdad?, porque se pasa un montón de horas solo, metido en un cuarto, encerrado, planeando crímenes - los que escriben sobre asesinos en serie, como dice mi sobrino, sí que la llevan clara -, eligiendo armas, disparándolas en su mente, tirando cadáveres, ocultándolos. Dios mío, ¿ estos tíos están bien de la cabeza? ¿No son unos sádicos reprimidos? A veces, me dijo el otro día un escritor de novela negra, le dan arrebatos y se sienta y escribe un poema rimado y que habla bien del ser humano. Se lo da a leer a su esposa y ella le dice que es magnífico, hombre, con lo sensible que eres tú. Este amigo va al supermercado y mientras coge unas latas de tomate frito o una bolsa de verduras preparadas mira a los que le rodean y se pregunta: ¿Seré un bicho raro? Se consuela a veces diciéndose que más morbosos son los lectores, que se leen lo que él escribe y a veces hasta se lo releen. Esos sí que son unos enfermos, aseguró un día, sentado frente a mí en un bar. Y me piden que les firme los libros y me dicen: Me gustó mucho su anterior novela, la del asesinato del estudiante. Mi amigo se bebió el café y puso cara de tristeza, de honda melancolía- esta frase es un poco poética, pero sé que me la perdonará cuando lea esta entrada del blog - y al cabo, como si despertara de un trance, sonriente, me dijo: Chungo es lo de Patricia D. Cornwell, tío, todo el día con su personaje ese de la forense. Recuperó la autoestima y lleva ya mi amigo un mes sin salir de casa, escribiendo otra novela, en la que muere un leñador. Ha decidido llevarse a su detective al campo y sólo meter un muerto en la novela. Cuando va al supermercado, pensando aún en que lo más desagradable lo ponen todos los días en los telediarios - y a la hora de comer, que no respetan nada, Paco -, ensaya una nueva manera - mental, eso sí - de matar a una víctima novelesca. La verdad es que siempre le he defendido, pero cada vez me cuesta más tomarme un café con él. Y ya nunca quedo a solas en su casa. Sólo voy si está su mujer - y mejor si están también sus tres hijos-. Mi amigo ha cambiado. Desde que ha empezado a hacer caso de ciertas opiniones, el rostro se le ha vuelto torvo y se le pierde la mirada y noto que la tiene fija en una persona y quizá está pensando en cómo la mataría si fuera uno de los personajes de sus novelas.

(Incluido en el libro Almería 66)